Segunda parada
50 jóvenes que participan en lab.jovenes.madrid estuvieron el fin de semana de convivencia en Loyola reflexionando sobre la vocación, el discernimiento y el acompañamiento
En Loyola (Guipúzcoa), muy cerca de la casa en la que nació y vivió su conversión san Ignacio, 50 jóvenes que formamos parte del lab.jovenes.madrid nos hemos encontrado para la segunda etapa del itinerario del Lab, centrada en tres temas: la vocación, el discernimiento y el acompañamiento. El itinerario formativo comenzó el 26 de octubre con el Meeting Point, donde nos conocimos y compartimos nuestras experiencias y sueños para la Iglesia. Y tuvo esta segunda parada en Loyola, el pasado fin de semana.
Para Ignacio Rivera, de la parroquia San Juan Bautista, estos dos encuentros han sido vivencias fantásticas, que han permitido que comience a nacer una comunidad que quiere aportar en la Iglesia y en sus comunidades. En especial describe la convivencia de Loyola como «intensa». «Creo que necesito tiempo para reflexionar sobre todo lo que he podido vivir y dejar que se asiente en mi interior y comience a dar frutos», admite.
Para Olalla, de Santa Rita, la más joven del grupo, visitar la casa de san Ignacio ha sido un gran aprendizaje. «Conocí sobre su vida y me ha servido para darme cuenta de que todos estamos llamados a ser santos a nuestra manera. En general he disfrutado mucho. Regreso a casa con grandes inquietudes y conocimientos nuevos».
José María Ausín, que está en el sexto curso en el Seminario Conciliar de Madrid, es uno de los ocho seminaristas que acompañan a los participantes en el Lab. Sobre esta convivencia, afirma: «Me ha ayudado a recordar la actualidad de la vida de san Ignacio y la importancia de los ejercicios como escuela de vida y de discernimiento. Y me ha aportado mucho vivir esta experiencia con hermanos seminaristas y con jóvenes de Madrid, que me han transmitido su entusiasmo por ayudar a otros a encontrarse con Cristo». En el mismo espíritu Jaime Echanove, también de sexto, comparte dos aspectos positivos para él. «El primero, las amistades. El segundo, pensando en todo el proyecto Lab, es la oportunidad de ver y aplicar en la práctica, con enfoque pastoral, toda la formación recibida en estos años de estudio en San Dámaso».
Para Carlos, Jaime, Beltrán, Manolín, Irene y Belén, de la parroquia Nuestra Señora del Buen Suceso, la experiencia se resume en estas palabras: Iglesia, comunión, encuentro, «sal de tu tierra», introspección, intimidad. Belén, si tuviera que resaltar algo de todo lo vivido, se quedaría con el momento de oración. «Usualmente me cuesta hacer silencio, porque tengo muchos ruidos en el día a día. Me resulta difícil frenar, pero en esta propuesta de contemplación ignaciana me resultó más fácil lograr esa intimidad con el Señor», explica. Carlos elige la Eucaristía en la capilla de la Conversión: «La homilía, después de la mañana de teoría y formación, fue un momento de recoger y de dejar asentar lo vivido». Manolín guarda los intercambios con los demás, en especial con los seminaristas. Valora «juntarnos con quienes serán nuestros sacerdotes, compartir con ellos y tener conversaciones profundas con jóvenes como nosotros, con muchos conocimientos y profundidad, pero que también comparten nuestras aficiones y preocupaciones».
Susana Barrajón, esclava de Cristo Rey y miembro del equipo Lab, con quien celebramos su carisma en la solemnidad de Cristo Rey, señala lo bonito de poder poner en común con personas muy distintas, cada una con su espiritualidad y su estilo de ser cristiana, que coinciden no solo en el espacio, sino en su deseo de crecer en Cristo y de servir a la Iglesia. En este sentido, agradece haber podido «trabajar con los jóvenes estos temas del discernimiento y del acompañamiento y ayudarlos a colocar en el centro la experiencia de Dios, que tiene como fruto la comunión en medio de la diversidad e incluso de la discrepancia de ideas; porque descubrimos un vínculo más profundo y nos descubrimos privilegiados al poder ser testigos de la manera en la que Cristo obra en cada persona».