Sed perfectos como vuestro Padre celestial - Alfa y Omega

Sed perfectos como vuestro Padre celestial

Sábado de la 1ª semana de Cuaresma / Mateo 5, 43-48

Carlos Pérez Laporta
Ilustración: Freepik.

Evangelio: Mateo 5, 43-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo”.

Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.

Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».

Comentario

Perdonar no es olvidar, porque de hecho no es posible olvidar el mal que nos han hecho. El perdón no es pasar por alto, porque el verdadero daño no puede ser pasado por alto. El perdón no es la justificación, porque lo que está justificado no necesita ser perdonado. Escribió José Mateos que «el perdón no es el olvido, sino la memoria indeleble de haber sido perdonados». El perdón consiste en ser hijos de Dios, en dejarse perdonar por Dios. Quien realmente vive del perdón de Dios sabe que la consistencia de su vida no viene de su impecabilidad, sino de la misericordia de Dios, y no puede dejar de amar a sus enemigos. Quien vive del perdón de Dios no podría dejar de perdonar sin olvidar quién es él, sin olvidar que su vida consiste en el amor gratuito que Dios le tiene: «amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos».

Así, el «premio» en el perdón a los enemigos es el perdón que Dios nos da. Cuando perdonamos por haber sido perdonados, nos abrimos a la misericordia de Dios. Cuando no perdonamos pagamos el precio de tener que olvidar que hemos sido perdonados. Si nos negamos a perdonar lo hacemos obligándonos a partir de otro sitio que no es la misericordia que Dios ha tenido con nosotros. Entonces no somos nadie. Pero si perdonamos a los enemigos lo hacemos recordando esa misericordia, la volvemos a traer al corazón, la saboreamos. Así volvemos a nacer de lo alto, del amor de Dios.