Secuestros, clandestinidad, despidos... por ser cristianos
Monseñor Maroy, arzobispo de Bukavu, en la República Democrática del Congo, ocupa un cargo en el que sus tres antecesores murieron por la guerra, en menos de diez años. Un seminarista chino cuenta cómo su obispo ha sido encarcelado durante 20 años por ser fiel a la Iglesia de Roma. Nadia Eweida, empleada de British Airways, llevó al Tribunal de Estrasburgo a su empresa por despedirla al llevar una cruz al cuello. Todos ellos son ejemplos vivos de las dificultades que sufre la Iglesia en el mundo. Dieron su testimonio en Madrid, el pasado viernes, durante la III Jornada sobre Libertad Religiosa que organiza, cada año, Ayuda a la Iglesia Necesitada
Monseñor François-Xavier Maroy Rusengo, arzobispo de Bukavu, en la República Democrática del Congo, acaparó los titulares de los medios de información religiosa durante el Sínodo de los Obispos de África, en 2009. Allí recibió la noticia del secuestro de varios sacerdotes de su diócesis durante el conflicto armado en que está –desde hace 20 años, ininterrumpidamente– envuelto el país. Monseñor Maroy cogió un avión de vuelta y fue a consolar a su pueblo, además de a negociar la cantidad económica para que regresaran sus sacerdotes. En el Congo, los cristianos no están perseguidos, pero sí sufren los desastres de la guerra, lo que conlleva una gran dificultad para vivir la fe. Los secuestros, por ejemplo, son una forma fácil de conseguir dinero para los rebeldes, «que no tienen piedad», afirma el arzobispo.
La muerte es el otro gran enemigo del pueblo congoleño. El conflicto en el país y los Grandes Lagos ha dejado a la nación con cinco millones de habitantes menos, de los cuales, un alto porcentaje es católico. El propio monseñor Maroy sufrió un ataque, «pero, gracias a Dios, la bala no me impactó por mi pequeña estatura». Desgraciadamente, la guerra sí alcanzó a sus tres antecesores, que fallecieron en un período de 9 años. «Me han dejado una herencia: dar testimonio de Cristo en la búsqueda de la paz y el reino de Dios», afirma monseñor Maroy.
La Iglesia es uno de los pocos apoyos que le queda a un pueblo aterrorizado y explotado durante años por una guerra «impuesta desde el exterior», aseveró el arzobispo, por tener una riqueza natural «que podría alimentar a toda África». Además de tener un activo papel, desde el inicio del conflicto en los años 90, en la reconciliación nacional, la Iglesia trabaja en la dinamización de las comunidades locales –aunque es difícil llegar a las parroquias, por los grupos rebeldes atrincherados en los caminos, que impiden el paso–, y en la atención a los jóvenes.
Fe clandestina
En la Jornada de AIN también intervino un seminarista chino –cuyo nombre permanece en el anonimato por razones de seguridad–, quien explicó cómo se vive la fe cristiana en la más absoluta clandestinidad. «Los cristianos son humillados por el nombre de Cristo en China», señaló el seminarista; «no tenemos la libertad de vivir la fe». El joven explicó cómo «muchos sacerdotes han sido encerrados, maltratados y han sufrido torturas» por ser fieles al Papa. Incluso el obispo de su diócesis estuvo 20 años en la cárcel, y actualmente se encuentra bajo arresto domiciliario. Los laicos también son perseguidos por dejar sus casas para el culto, ya que no hay templos. «Pero esto no les impide vivir la fe. Se reúnen en casas para celebrar Misa y rezar», relató el seminarista. Otra de las grandes luchas de los católicos en China es la política del hijo único. Los cristianos, en contra del aborto, tienen más hijos. El seminarista, por ejemplo, tiene cuatro hermanos más, pero sus padres no pudieron vivir con ellos durante años, para que el Gobierno los considerase huérfanos.
Premio por defender su fe
En esta III Jornada de Libertad Religiosa, Nadia Eweida, la empleada de British Airways que fue despedida por llevar una cruz al cuello, fue galardonada con el Premio a la Defensa de la Libertad Religiosa. Al recoger el premio, Nadia aseguró que «Dios ha estado siempre de su lado» en su periplo legal contra la compañía aérea. La mujer británica llegó hasta el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, que finalmente falló a su favor y obligó al Reino Unido a indemnizarla con 2.000 euros por daños morales y 30.000 euros por los costes del proceso, al entender que se vulneró el artículo 9 del Convenio Europeo de Derechos Humanos sobre libertad religiosa. Nadia reconoce que no se siente especial, sino coherente con su fe: «Sólo hay que amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas, y mantenerse en ese camino firmemente».