Se tomaron a Cristo en serio
Los mártires españoles de la persecución religiosa de los años 30 del siglo pasado no son un recuerdo en blanco y negro, ni una reliquia piadosa del pasado. «Son cristianos ganados por Cristo», cuya intercesión y ejemplo nos ayudan hoy a «no ser cristianos mediocres, barnizados de cristianismo, pero sin sustancia», y así «salir de nosotros mismos para abrirnos a Dios y a los demás», como dijo el Papa Francisco en su Mensaje a los católicos españoles, en la beatificación de 522 mártires que tuvo lugar, el domingo pasado, en Tarragona
Juan Pablo II, al reflexionar sobre los miles de mártires que dieron su vida por Cristo en la persecución religiosa del siglo XX en España, alababa de los españoles la capacidad de entregar la vida hasta el martirio, pero subrayaba que es necesario entregar la vida en el martirio de cada día, en el desgaste cotidiano.
El domingo pasado, en la beatificación de Tarragona, el Papa Francisco nos ha vuelto a pedir que imitemos a nuestros mártires «para ser cristianos concretos, no cristianos mediocres o barnizados de cristianismo pero sin sustancia». Así, porque la fe es algo más que un barniz cultural, nuestros mártires fueron «cristianos hasta el final», ya que, «cuando se ama, se ama hasta el extremo, hasta la Cruz».
Durante el pasado fin de semana, las calles de Tarragona fueron un hervidero de gente llegada de toda España, y de todo el mundo, para la beatificación de nuestros mártires del siglo XX. ¿Tienen algo que decirnos hoy estos testigos de la fe? ¿Son sólo un simple recuerdo bonito, en blanco y negro? El Papa nos ha hablado del martirio de nuestros días, y nos ha invitado hoy, como ellos lo hicieron entonces, a «salir de nosotros mismos, de nuestro egoísmo, de nuestro bienestar, de nuestra pereza, de nuestras tristezas, y abrirnos a Dios, a los demás, especialmente a los que más lo necesitan»; y nos ha animado a pedir su ayuda «para mantener firme la fe, aunque haya dificultades».
Dificultades…: nunca ha sido fácil seguir a Cristo. La cruz de cada día pesa, y a veces estorba, y nos sería mucho más fácil «un cristianismo sin cruz, un ser cristianos de pastelería» –como nos ha advertido recientemente el Papa–, creyentes de escaparate. El historiador italiano Andrea Riccardi, buen conocedor de las persecuciones contra los cristianos durante el siglo XX, denunció durante una conferencia, estos días, en Tarragona, el «clima de mediocridad de nuestras Iglesias»; y constató que, «a menudo, el nuestro es un cristianismo sin fuerza». Más concretamente, «en España, ha habido miedo y vergüenza de los mártires, y también han sido utilizados como instrumento político», hasta el punto de que, «en España, se ha dudado en reconocer su santidad».
No nos avergoncemos de nuestra fe
Por eso, necesitamos volver a nuestros mártires, y volver a hablar de ellos. Para salir de la tentación de la comodidad, para evitar la asimilación cultural con el mundo, es necesario volver a recuperar, una y otra vez, la vida y la muerte de unos hermanos nuestros que se han tomado a Cristo en serio. Al repasar las persecuciones durante el siglo XX, Riccardi resaltó que «siempre ha habido un pueblo de creyentes que ha resistido, y nunca ha dejado de hacer memoria de la Pasión y la resurrección de Cristo». Dificultades…, sí, pero «nunca hubo un período tan oscuro como para no encender la luz del Cirio de Pascua. Se puede seguir a Cristo incluso en la oscuridad más absoluta. El mártir es una figura que debemos conocer mejor y que debemos volver a poner en el centro de la Iglesia».
Del mismo modo, el arzobispo de Tarragona, monseñor Jaume Pujol, en las Vísperas solemnes previas a la beatificación, ofreció una lectura actual del martirio, y nos dio tarea para los católicos españoles de hoy: «Nuestros mártires no se avergonzaron ni de su Bautismo, ni de su condición sacerdotal, ni de su consagración religiosa, ni de ser católicos. No se escondieron ni renegaron de su condición». Por eso, es necesario que hoy «nuestros cristianos salgan de todo anonimato, que no escondan el tesoro de la fe, que sean luz en el celemín para iluminar a todos. ¡Nunca jamás una actitud vergonzante de la fe! ¡El mundo necesita a estos cristianos!».
En la escuela de los mártires
España necesita la fe de las 25.000 personas que se dieron cita en el Complejo Educativo de Tarragona para la beatificación. Nada más llegar, una hilera de confesores ofrecen y reviven el perdón de Dios a una multitud de peregrinos que ha venido a celebrar a los mártires. Confesores de los pecados y confesores de la fe: todos testigos de que el amor de Dios es más grande que el mal que podamos hacer, y que la misericordia de Dios es más fuerte que la muerte.
Hay muchos mayores y también muchos niños y jóvenes. La Iglesia está viva, y es joven, decía Benedicto XVI, el impulsor de este Año de la fe en el que se enmarca esta gran beatificación. Ante los embates de un laicismo que quiere romper la cadena de transmisión de la fe, todavía hay familias que consideran a Dios como lo más importante de la vida, un tesoro que se transmite de generación en generación. Muchas de ellas siguen vinculadas hoy, de una u otra forma, a la figura de los mártires, como las que dan su testimonio a lo largo de estas páginas. Durante la procesión de las reliquias, un padre de familia no duda en arrodillarse; pero no es un gesto de veneración, es para dejar ver a las personas sentadas detrás. Tiene la lección bien aprendida: su abuelo prestó su chaqueta a monseñor Manuel Borrás, obispo auxiliar de Tarragona, para que pudiera escapar de la persecución, y hoy su memoria ha quedado fijada en la memoria de esta familia catalana. «Salir de nosotros mismos y de nuestro bienestar, y abrirnos a Dios y a los que más lo necesitan…», nos ha recordado el Papa Francisco. Conmigo lo hicisteis…: es la escuela de los mártires.
Pocos metros más allá, otra familia confiesa haber venido para acompañar a unos amigos. No conocen los testimonios de los mártires, quizá como muchos de los católicos españoles de hoy, que ignoran este tesoro. Monseñor Pujol, arzobispo de Tarragona, resumió brevemente, en la Súplica de la Beatificación, una de las mejores páginas que ha escrito la fe católica en España: «Fueron 522 mártires, que se mantuvieron firmes en la fe, en el amor a Jesucristo y en el perdón a sus perseguidores, en medio de los ultrajes que padecieron al ser detenidos y encarcelados, y durante los terribles sufrimientos que comportó su martirio, extraordinariamente cruel y prolongado en muchos de ellos. No pocos de ellos tuvieron explícita ocasión de evitar el martirio mediante algún gesto o palabra de renuncia a su fe, pero todos antepusieron, con gozo y firmeza, la fidelidad al Señor a su propia vida. En la prisión se animaron mutuamente; oraron con fervor y constancia; con exquisita caridad se ayudaron y ayudaron a otros prisioneros; se reconciliaron. Y, en el martirio, algunos pidieron sufrirlo en último lugar para alentar a sus hermanos. En todos ellos brilla la fe, la esperanza y el amor como testimonio de la verdad del Evangelio».
Y, hoy, están vivos y nos acompañan desde el cielo, como mostró el espectacular montaje con el que concluyó la representación de La Pasión de san Fructuoso, en el Tarraco Arena Plaza, la víspera de la beatificación: los rostros de una muchedumbre de fieles mártires proyectados en la bóveda del techo, rodeados de estrellas, acompañándonos desde el cielo… No estamos solos: Dios es un Dios de vivos, y no de muertos. Los mártires no pueden quedar reducidos, de ningún modo, a una reliquia del pasado.
Una pedagogía martirial
Además de intercesores desde el cielo, los mártires son testimonio y ejemplo que imitar y seguir. En su homilía, el cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos y Representante del Santo Padre para la beatificación, destacó que los mártires «no eran combatientes, no tenían armas, no se encontraban en el frente, no apoyaban a ningún partido, no eran provocadores. Eran hombres y mujeres pacíficos. Fueron matados por odio a la fe, sólo porque eran católicos, porque eran sacerdotes, porque eran seminaristas, porque eran religiosos, porque eran religiosas, porque creían en Dios, porque tenían a Jesús como único tesoro, más querido que la propia vida».
Fue especialmente significativa su alusión en la preparación de sacerdotes y seminaristas, al preguntarse sobre el martirio de los consagrados: «¿Cómo se explica su fuerza sobrehumana de preferir la muerte antes que renegar de la propia fe en Dios? Además de la eficacia de la gracia divina, la respuesta hay que buscarla en una buena preparación al sacerdocio. En los años previos a la persecución, en los seminarios y en las casas de formación, los jóvenes eran informados claramente sobre el peligro mortal en el que se encontraban. Eran preparados espiritualmente para afrontar incluso la muerte por su vocación. Era una verdadera pedagogía martirial».
«España es una tierra bendecida por la sangre de los mártires», señaló el cardenal Amato. Y los frutos de esa sangre sólo pueden ser dos: perdón y conversión. «Estamos llamados al gozo del perdón, a eliminar de la mente y del corazón la tristeza del rencor y del odio. Y todos -buenos y malos- necesitamos la conversión», recalcó el cardenal Amato. Este mensaje «concierne sobre todo a los jóvenes, llamados a vivir con fidelidad y gozo la vida cristiana. Pero hay que ir contra corriente. Como dice el Papa, ir contra corriente hace bien al corazón. No hay dificultades, tribulaciones, incomprensiones que den miedo si permanecemos unidos a Dios, si no perdemos la amistad con Él».
La Iglesia en España está de fiesta
Tras la beatificación, queda en la memoria algo más que una celebración bonita, algo más que un encuentro autorreferencial y estéril. Al poner sobre la mesa el testimonio de los mártires, se le da a Dios la gloria que es suya; a los mártires, el tributo que merecen; y, a los católicos españoles de hoy, las huellas seguras por las que pisar en nuestro movedizo entorno cultural y moral. Ante todo, se nos abre a todos de nuevo la perspectiva del destino prometido, el cielo; y la vía por la que llegar a él, que no es otra que la Cruz de Cristo, el árbol de la Vida.
Monseñor Martínez Camino ha recordado que, con este acto, «la Iglesia reconoce a sus hijos que murieron por ser católicos, por no renegar de su amor a Cristo y por fidelidad a su fe». Esta vez han sido 522 mártires, y ya van 1.523 beatificados, pero quedan miles en los procesos diocesanos de beatificación, muchos ya en la fase romana. Otros muchos que nunca alcanzarán el reconocimiento oficial de la Iglesia, porque su vida está escondida, con Cristo, en Dios. Cada 6 de noviembre, celebramos su memoria. La Iglesia en España está de fiesta.