Sé quién eres: el Santo de Dios - Alfa y Omega

Sé quién eres: el Santo de Dios

Martes de la 22ª semana de tiempo ordinario / Lucas 4, 31-37

Carlos Pérez Laporta
Jesús persigue a un hombre poseído de la sinagoga. James Tissot. Museo de Brooklyn, Nueva York.

Evangelio: Lucas 4, 31-37

En aquel tiempo, Jesús bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y los sábados les enseñaba. Se quedaban asombrados de su enseñanza, porque su palabra estaba llena de autoridad.

Había en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu de demonio inmundo y se puso a gritar con fuerte voz:

¡Basta! ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios».

Pero Jesús le increpó diciendo:

«¡Cállate y sal de él!».

Entonces el demonio, tirando al hombre por tierra en medio de la gente, salió sin hacerle daño. Quedaron todos asombrados y comentaban entre sí:

«¿Qué clase de palabra es esta? Pues da órdenes con autoridad y poder a los espíritus inmundos, y salen». Y su fama se difundía por todos los lugares de la comarca.

Comentario

«Jesús bajó a Cafarnaún». Jesús se mueve por todo Israel para hacer resonar la voz de Dios por todo el territorio. Quiere llevar la buena nueva a toda la geografía del Pueblo de Dios, para salvarlo de arriba a abajo.

En ese sentido, no es menos cierto que también «baja» a nuestra Cafarnaún interior. Desciende en nosotros a lo profundo, a lo que se esconde bajo los comportamientos exteriores y bajo nuestras intenciones más inmediatas. Si se lo permitimos baja ahí donde cuesta bajar. Allí «enseñaba». Allí hace sonar su palabra «llena de autoridad». Es una voz llena. Son palabras cargadas de contenido. Todas nos dicen algo. Cada una nos dice todo. Son palabras transidas por la Verdad. La Verdad de nuestra vida. La Verdad de nuestra historia. La Verdad del mundo. Dirigidas a todos, nos hablan a cada uno, en nuestro Cafarnaún interior, como si solo fueran dichas para nosotros, como si solo hubiesen sido pensadas para nosotros hoy. Ahora.

Y prueba de esa verdad, de esa autoridad, es el levantamiento rebelde en nosotros de todas las resistencias malignas: «¡Basta! ¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno?». Siempre, en esos rincones de nuestro interior surge la extrañeza: ¿qué tiene que ver con Cristo esta parte de mi vida? ¿Qué pinta aquí? Pero Cristo es la verdad de todas las situaciones de nuestra vida y de todos los ámbitos. Su palabra debe cribar todos los rincones de nuestra existencia, de arriba a abajo.