Se llamaba Samuel Paty. Era profesor de Historia, Geografía y Civismo en un instituto francés. Fue asesinado el pasado 16 de octubre por un joven de 18 años, de origen checheno. Varios de los alumnos de Samuel Paty le identificaron, dicen que a cambio de dinero, y el terrorista hizo el resto. Todo empezó el pasado 9 de octubre, cuando el padre de una de las alumnas de Paty lanzó una fatua contra él. ¿La causa? Se había atrevido a mostrar en clase las caricaturas de Mahoma publicadas en Charlie Hebdo (2015).
Desde entonces, en Francia, se han sucedido los homenajes. El Gobierno ha vuelto a defender la necesidad de reforzar la cultura de la laicidad en las aulas y ha insistido, como el presidente de la República lleva haciendo meses, en los peligros de un comunitarismo secesionista que reclama derechos por razón de su identidad particular. Francia y toda Europa tendrán que pensar en la necesidad de abordar seriamente los peligros de un islamismo identitario que se define por oposición a los no musulmanes en una lógica de ellos / nosotros que deriva en un enfrentamiento entre amigos y enemigos. No porque otras corrientes identitarias no sean peligrosas para la cohesión social, sino porque hasta el día de hoy ese islamismo identitario se ha cobrado vidas humanas. Y eso debe ser atajado de raíz, y de una vez.
Mientras tanto, en el medio y largo plazo, lo sucedido en Francia pone de nuevo sobre la mesa la cuestión acerca de lo religioso y las religiones en la escuela. Filósofos, creyentes y no creyentes, ex ministros de Educación, y docentes llevan decenios pronunciándose al respecto. Parece, al menos en la vecina Francia, que hay un acuerdo básico en la necesidad de enseñar hecho religioso en la escuela. Esa es la tesis del informe del exministro R. Debray publicado en 2002 y del que tanto se habló en su momento. Cada país es hijo de su tradición, razón por la que con toda seguridad no hay modelos exportables pero sí hay consideraciones, reflexiones y lecciones que pueden sernos de gran utilidad. Y hay una, leída esta semana en un periódico católico francés, que me ha hecho pensar: «En la escuela, la religión no es propiedad de los creyentes».