Se cumplen 30 años del atentado contra la basílica de san Juan de Letrán
La Cosa Nostra atentó contra el patrimonio para extorsionar al Estado italiano y advertir al Vaticano. Juan Pablo II fue en persona a comprobar los daños
El atentado se perpetró con dos coches bomba que estallaron pocos minutos después de la media noche del 27 de julio de 1993. El primero explotó en la plaza de San Juan de Letrán, junto a la catedral de Roma; el segundo lo hizo cinco minutos después, a las 00:08 horas, en la iglesia de San Jorge en Velabro, cerca del romano barrio de Trastévere.
No hubo que lamentar víctimas mortales, aunque la intención de los terroristas era matar en masa. 22 personas resultaron heridas y los desperfectos materiales fueron cuantiosos. La Cosa Nostra apretaba al Gobierno de la época al mismo tiempo que seguía aterrorizando a la sociedad italiana. «Las próximas bombas se colocarán en lugares públicos y a pleno día con el único objetivo de acabar con vidas humanas», rezaba uno de los anónimos que llegaron hasta las redacciones de varios periódicos italianos tras consumarse el atentado. La extorsión al Estado a través de la violencia tenía como objetivo que la justicia italiana suprimiera el régimen carcelario 41 bis, de especial dureza y reservado solo a los miembros de la mafia.
El atentado hizo daño a la moral de un país que vivía los años de plomo, con una violencia inusitada, como la que sesgó la vida de los jueces Falcone y Borsellino, asesinados meses antes en sendos atentados atroces. Al atacar los dos templos, el crimen organizado traspasaba la línea de lo sagrado. Porque, además del pulso con el Estado italiano, la mafia apuntaba al Vaticano, cebándose con la sede del obispo de Roma. Muchos entonces interpretaron el atentado contra la catedral de Roma como una advertencia al Vaticano por el histórico discurso contra la mafia que Juan Pablo II pronunció en Agrigento durante su visita pastoral a Sicilia en mayo de ese mismo año.
«¡Convertíos! ¡El juicio de Dios llegará!»
«Dios dijo una vez: no matarás. ¡El hombre no puede, ningún grupo humano, mafia, cambiar y pisotear este santísimo derecho de Dios! Este pueblo, el pueblo siciliano, tan apegado a la vida, un pueblo que ama la vida, que da la vida, no puede vivir siempre bajo la presión de una civilización contraria, una civilización de muerte. ¡Aquí se necesita la civilización de la vida! En el nombre de este Cristo, crucificado y resucitado, de este Cristo que es vida, camino, verdad y vida, lo digo a los responsables, lo digo a los responsables: ¡convertíos! ¡El juicio de Dios llegará!», exclamó el Papa Wojtyla al pronunciar la bendición con la que terminó la Misa en el Valle de los Templos. Unas palabras que pronunció con fuerza y que no llevaba escritas, pero que marcaron un punto de inflexión de parte de la Iglesia hacia la mafia, contra la que poco a poco iba terminando la omertà. Así, como una alimaña herida, la mafia se revolvió contra los que optaron por fin por no hacer la vista gorda.
A la mañana siguiente de la explosión, el 28 de julio, Juan Pablo II no faltó a la audiencia general. Atacó duramente a los perpetradores «por unos crímenes atroces, sin motivo justificable, que son siempre motivo de vergüenza para quienes los planean y para quienes los ejecutan». E impartió una bendición especial «al amado pueblo italiano». Tras su cita con los fieles de todo el mundo, Juan Pablo II se personaba en los lugares del atentado. En San Juan de Letrán fue recibido por el presidente Oscar Luigi Scalfaro, al que aseguró sus oraciones por Italia. Allí, junto a las autoridades de la República, el Papa comprobó los daños en las oficinas de la diócesis, en la residencia del cardenal vicario, en el baptisterio de San Giovanni in Fonte o en los frescos y pórticos que salieron despedidos al interior de la basílica. El órgano recién restaurado recibió importantes daños así como el techo del crucero. Incluso algunos edificios anexos a la Universidad Lateranense o el hospital San Giovanni, en la acera de enfrente, sufrieron las consecuencias de la deflagración. La explosión del coche bomba dejó un cráter de varios metros.
El presidente italiano informó a Juan Pablo II
Mientras observaba la magnitud de los destrozos, Scalfaro comentaba al Pontífice el balance de otro atentado de esa misma noche. En el centro de Milán la mafia hizo estallar otro coche bomba que acabó con la vida de cinco personas, un viandante, un policía y tres bomberos. El presidente italiano pasó la noche en vela. Fue él mismo el que telefoneó al Vaticano para informar del atentado, gesto que agradeció en público Juan Pablo II. Dos días después, el cardenal vicario Camilo Ruini, que se salvó del ataque al no encontrarse en su residencia porque estaba de viaje en Francia, organizó una Misa para, entre otras cosas, pedir la conversión de los mafiosos y por la paz social. En los días sucesivos, los fieles italianos se volcaron con donativos para reparar ambos templos. Hasta el día de hoy la sociedad italiana conmemora este aniversario con distintos actos para ponerse de frente al fenómeno de la mafia, a la que ya ha perdido el miedo.