Santos Urías: «Invito a vivir en una sociedad del cuidado»
Sacerdote de Madrid con una gran trayectoria en la escucha y el acompañamiento en el duelo, en su último libro, El lenguaje de las estaciones, de la editorial CCS, ahonda en su propio camino de sanación tras la muerte de su madre. Además de ofrecer una serie de claves basadas en su experiencia, aboga por la importancia de cuidar.
Este libro narra una vivencia muy personal. ¿Cree que puede ayudar a otros?
Muchas veces escribo lo que me brota de una experiencia vivida o compartida. Este es un libro muy personal y estuve meditando sobre si podría ayudar a otras personas en sus experiencias o solo me servía a mí. Compartiéndolo con gente cercana, me dijeron que lo publicase, porque a ellos les pareció que sí podía ayudar.
¿Ha recibido feedbacks externos de gente que se ha identificado con su historia?
Las devoluciones que me ha hecho la gente del libro hasta ahora han sido muy bonitas. Aunque la experiencia que comparto es de mi vida, al ser un proceso de duelo, además hecho con ese paralelismo entre las estaciones del tiempo y las de la vida, muchas personas que ya lo han leído me han escrito diciéndome que se habían identificado con cosas concretas. Eso me alegra, poder ver que, al final, igual que a mí me sirven las experiencias de otros para poder formular, crecer y expresar ciertas cosas, yo puedo compartirlo y ayudar a otros en sus experiencias personales.
Habla de dos duelos. La pérdida de su padre y el duelo de su madre, y, ahora, el dolor por la ausencia de una madre.
Mi hermano me decía que le sorprendió que empezase el libro desde la pérdida de nuestro padre, pero realmente lo que cuento más bien es, además del duelo de ella, la experiencia de despedidas. El principal duelo es el mío, no lo que mi madre vivió. Es una formulación de todo lo que puede significar experimentar una serie de ausencias que te van haciendo encontrar lenguajes nuevos y realizar una lectura desde la fe que ayuda a encontrar esa trascendencia, ese mirar más allá de las cosas.
Su reflexión, además, es una alabanza profunda al papel de madre.
Esa parte maternal que tiene la vida, ese rostro de mujer, tiene unas particularidades que no tienen otras. Todo lo que a mí me ha generado en lenguajes como la ternura, la humildad, la comprensión, la fortaleza… ahí he visto un montón de cosas que se pueden encontrar en cualquier persona, pero una madre lo encarna más. Lo he visto en mi madre, pero también en las madres en los hospitales, en las cárceles… son una figura paradigmática de muchas cosas.
Usted es experto en escucha. ¿Ha aplicado sus conocimientos en su historia?
Conocer los procesos del duelo te va educando. Cada persona tiene una vivencia concreta. Puede haber claves teóricas, pero cada uno las vive de una forma diferente, porque las historias son diferentes y las maneras de enfocarlo son diversas. Dentro de esas claves, a cada uno va formulando su propio duelo.
También usted ofrece algunas claves.
Hablo de la primavera, cuando mi madre, que siempre estuvo muy unida a mi padre, desarrolló multitud de capacidades. O del verano, cuando empezamos a viajar con ella y fue como abrirla un horizonte, un símbolo de cosas que la ayudaron a recrear un nuevo escenario de vida con amigas, con la parroquia, con su creatividad. El otoño y el invierno son las fases de deterioro cognitivo, la pérdida de capacidades… El libro tiene un tono positivo, pero también ha habido mucho sufrimiento y lo reflejo. Por ejemplo, en los momentos de noches sin dormir, con los médicos. Pero, además de hablar mucho del duelo, hablo mucho de los cuidados e invito a hacer algo en la entraña del Evangelio, a vivir en una sociedad en la que los cuidados estén presentes de forma prioritaria y esencial, y no en un mundo en el que prime la indiferencia. Si somos creyentes o personas que encarnamos una humanidad en el sentido mas profundo de la palabra, no somos indiferentes.