Sancocho canario de los Hermanos de la Resurrección de Las Palmas de Gran Canaria
Los Hermanos de la Resurrección de Las Palmas de Gran Canaria son una joven orden que se encarga de atender el cementerio de San Lázaro y de velar a los difuntos. Su fundador, fray Fernando de Granada, falleció en enero
Son ocho hermanos y los puedes encontrar a diario limpiando afanados las lápidas del cementerio de San Lázaro, en Las Palmas de Gran Canaria. La Orden de los Hermanos de la Resurrección nació en 1974 y su dedicación principal es cuidar la séptima obra de misericordia, velar por los difuntos. En todas sus acepciones: en la parte espiritual, ya que «acompañamos a los difuntos y a sus familias, y realizamos la última oración con ellos», y además «mantenemos aseado y limpio el camposanto», como explica fray Roque Malagón, uno de los monjes de la joven orden. Fue aprobada por el obispo de entonces, José Antonio Infantes Florido, y su fundador, fray Fernando de Granada, pudo ver su obra completa durante 48 largos años, ya que falleció en enero de este 2022.
Fray Fernando era miembro de una orden similar, pero él y algunos hermanos más quisieron darle un sentido más monástico a su vida, y pusieron en marcha esta fundación en la diócesis de Canarias. El monasterio se levantó desde cero al lado del cementerio, donde tenían claro que iban a desarrollar la parte del labora de su carisma. «Los inicios fueron preciosos, aquí en San Lázaro. Los hermanos fundadores se organizaban muy bien. Cuando llegaron, en los años 70, no había nada verde, todo lo que hay ahora es obra suya». Y en estas décadas se han encargado de de conservarlo en buenas condiciones y de mantenerlo limpio. «Además, nos dedicamos a rezar por los hermanos que van a enterrar. Los entierra el personal de una empresa, pero nosotros hacemos la oración. También vivimos aquí y nos encargamos de abrir y cerrar el camposanto», explicaba fray Fernando de Granada hace unos años a un medio local canario.
La orden vivió tiempos mejores. Llegaron a fundar en la península. Tuvieron cuatro monasterios en Córdoba, pero las vocaciones se fueron apagando y hoy día están todos los que son en el monasterio canario de San José. «La cosa está un poco difícil, porque hoy los jóvenes no queréis compromisos hasta la muerte, que es hasta cuando nosotros hacemos los votos. No sé si es el ambiente o si somos nosotros, que nuestra oración no es lo suficientemente fuerte…», reconocía fray Fernando entonces. Esta orden, por cierto, está abierta a vocaciones tardías.
El fundador fue enterrado el mes pasado en su querido cementerio, junto a su madre, que pasó varios años entre los hermanos, ayudándolos con las labores propias de una familia grande: con la comida, el aseo del edificio y la compañía de una madre para todos… «Está enterrada al lado de nuestra puerta de salida del monasterio al cementerio», explica fray Roque, que lleva tres años siendo hermano de la Resurrección y que antes de eso trabajó con ancianos y personas de la calle. «Pero buscaba una parte de oración, de contemplación, que no encontraba a través de una vida únicamente dedicada a lo social», explica.
Los hermanos, que viven de las pensiones de los más mayores –el más anciano tiene 85 años y el menor 48–, también reciben una subvención del Ayuntamiento por encargarse del cementerio y además, realizan formas para la Eucaristía.
Además de velar por los difuntos y ser paño de lágrimas para los familiares, que valoran enormemente esa calidad humana a la hora de enterrar a sus muertos, los monjes también habitarán San Lorenzo cuando pasen al Padre. «Tenemos una parcelita en el cementerio que nos regaló el Ayuntamiento y ya teníamos a un hermano enterrado allí». Desde hace un mes, descansa junto a fray Fernando de Granada y su madre.
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INGREDIENTES
- Para el guiso: un kilo de cherne salado, un kilo de patatas y medio de batatas amarillas.
- Para la pella o masa: gofio, sal, azúcar y agua.
- Para el mojo picón: una cabeza de ajos, comino, pimentón, un tomate maduro, una pimienta picona, sal, aceite, vinagre y agua.
PREPARACIÓN
El cherne salado ha de estar en remojo al menos un día, cambiando el agua dos o tres veces. En una cacerola con agua se ponen las patatas, las batatas cortadas en trozos gruesos, y el pescado desalado. Se cuece todo con buen fuego y después se escurre el agua y se retira. El pescado, las patatas y las batatas se ofrecen en una fuente y se acompañan de mojo picón y pella de gofio.