11 de enero: san Vital de Gaza, el santo que se lo gastó todo en prostitutas
El 11 de enero la Iglesia recuerda a san Vital de Gaza, un ermitaño que dejó su cueva para evangelizar a las mujeres más esclavizadas de su tiempo, las prostitutas de la bulliciosa Alejandría
Nacido a mediados del siglo VI en la pequeña franja de terreno al suroeste de Israel, Vital se convirtió en uno de los numerosos ermitaños que abundaron en la Iglesia posterior a la conversión de Constantino. En él se cumple aquello de que la vida contemplativa no es aislamiento, sino comunión con el resto del mundo. Los últimos años de su vida así lo demuestran.
Llevaba una vida de retiro y oración cuando llegaron a sus oídos noticias de la gran cantidad de prostitutas que había en Alejandría, una de las grandes metrópolis de aquel tiempo. Su actividad estaba regularizada y, además de estar registradas en un censo, debían pagar impuestos por su labor.
Al conocer su situación, Vital pudo haberse alegrado de llevar una vida retirada del mundo, pero decidió seguir la llamada de Dios a hacer algo por aquellas mujeres. Así, ya con 60 años, un anciano para aquella época, salió de su cueva en Gaza y recorrió andando los casi 500 kilómetros que le separaban de Alejandría.
La ciudad egipcia era por aquel entonces un enclave bullicioso, un ir y venir de comerciantes, de ideas y corrientes filosóficas más o menos en boga, y de posturas dispares sobre diversas teologías. Ajeno a todo esto, cuando llegó a la ciudad Vital ya tenía un plan: buscar un trabajo como jornalero y conseguir una lista de todas las prostitutas de la zona.
De la calle al monasterio
Ya instalado, con su jornal en la mano, Vital se dirigía cada atardecer a una de las meretrices de la ciudad y le compraba «una noche sin pecar». Así, ella quedaba libre para dormir y descansar, y él pasaba las horas rezando por ella o leyendo salmos en alto. Pero había una condición: ella no podía revelar a nadie lo que había pasado durante esas horas. Si se supiera, no le dejarían nunca más entrar en ninguna casa y se desbarataría su plan, que no era otro que el de apartar a esas mujeres de aquella vida. De este modo, Vital sacrificó su reputación en su beneficio.
A las prostitutas les recordaba su valía y les hablaba del amor de Dios por ellas, iniciando un camino que muchas veces las condujo a un cambio radical de vida. Muchas dejaron la prostitución y gracias a Vital consiguieron un matrimonio y formaron una familia después; otras incluso llegaron a entrar en un monasterio. Vital logró ver en ellas lo que ni ellas mismas ni sus clientes podían sospechar: una dignidad y un valor tan amplios como los brazos de Cristo en la cruz.
Un día del año 625, a Vital lo vieron salir de una de aquellas casas y alguien le golpeó con fuerza en la cabeza. No se sabe si fue uno de aquellos traficantes que hacían del cuerpo de las mujeres su negocio, o si fue un cristiano de la ciudad que había sacado conclusiones precipitadas. El caso es que Vital, malherido y solo, consiguió llegar hasta su casa para morir. Cuando le encontraron, sostenía entre las manos un papel con una cita de san Pablo a los corintios: «No juzguéis antes del tiempo señalado, hasta que venga el Señor, porque Él sacará a la luz lo que está escondido en las tinieblas». A su entierro asistieron decenas de prostitutas que decidieron acompañar a ese anciano que tanto había hecho por ellas en secreto.
Explicando el Evangelio de Mateo en el que Jesús asegura a las prostitutas la precedencia en llegar al cielo, el cardenal Cantalamessa afirma que «el Evangelio es buena noticia, anuncio de rescate y de esperanza, también para las prostitutas. Es más, tal vez primero que nada para ellas. Jesús ha querido que fuera así». Así lo entendió y vivió san Vital de Gaza.
Nacho Sánchez es un barcelonés que cada fin de semana sale por la ciudad para anunciar el amor de Cristo a quienes se prostituyen para poder vivir. Ha logrado que 15 de estas personas cambien de vida, pero no ha sido sencillo. «Una noche conocí a un chico que se prostituía y le invité a cenar para hablar». Una vez sentados, Sánchez se sintió incómodo «y estaba pensando en una excusa para irme» cuando el Señor le recordó que él también era un pecador. «Me quedé clavado en la silla y ese chico acabó dejando la calle».
«Veo en ellos a Jesús que tanto me quiere», añade quien ha visto muchas veces a estas personas «llorando por su dolor, por su incertidumbre ante el futuro, por el miedo a no saber lo que se van a encontrar cada noche en la calle». Por eso, cree que «tienen una experiencia de la misericordia de Dios mucho más fuerte y vivencial que nosotros».