En muchos lugares del mundo la fiesta de san Valentín, el 14 de febrero, es el «día de los enamorados». ¿De dónde viene esta costumbre? San Valentín es un sacerdote católico del siglo III, que favoreció el matrimonio de los soldados romanos, a los que se impedía matrimonio para estar más libres en su oficio militar. El propició el matrimonio de tales soldados, bendiciendo su amor humano hacia la mujer enamorada con el sacramento del matrimonio. Y eso le costó la misma vida, que entregó generosamente en el martirio. Desde entonces san Valentín es patrón de los enamorados, el que favorece el amor entre aquellos que quieren casarse y el que resuelve las dificultades para llegar a ese matrimonio deseado. A él se encomiendan los enamorados para que refuerce el amor verdadero y elimine las dificultades que impiden casarse.
Es una historia bonita, que vale la pena potenciar en nuestro ambiente actual. Muchos son los jóvenes, chicos y chicas, que viven ese momento precioso de la vida en el que han encontrado el amor concretado en una persona. Han encontrado el amor de su vida. Desean hacer realidad esa vida de convivencia para siempre, santificada por el sacramento del matrimonio, pero encuentran dificultades para realizarlo. El sueño de sus vidas tarda y tarda en cumplirse. No ya por el oficio militar, como en tiempos de san Valentín, sino porque no han terminado su preparación profesional o, porque habiéndola terminado, les es difícil acceder al mercado laboral, no tienen trabajo y por eso no pueden fundar un hogar, no pueden adquirir una vivienda para instalar su nido, no tienen independencia económica, etc.
La fiesta de san Valentín es también ocasión propicia para entender el amor humano que conduce al matrimonio y encuentra en él su realización. Este es un amor inventado por el mismo Dios, al crear al hombre varón y mujer, iguales en dignidad y distintos para ser complementarios. Un amor que potencia a cada uno de los esposos, los perfecciona y los hace fecundos en la prolongación de los hijos. Un amor que pide ser fiel, para siempre, porque el corazón humano del otro necesita ser amado sin límite. Un amor que lleva consigo una entrega total, no pasajera ni parcial. Un amor que satisface el corazón humano y le da estabilidad y perfección, haciéndole fecundo en los hijos.
El corazón humano, sin embargo, es cambiante. Pide amor sin límite, pero no es capaz de dar ese amor sin medida, porque se experimenta limitado y falible. En muchos casos, la tentación es la de satisfacer las necesidades inmediatas sin llegar al fondo ni comprometerse para siempre. El corazón humano vive, por tanto, una tensión: la necesidad de ser amado y la incapacidad para dar ese amor al otro, como el otro exige. Y es aquí donde Jesucristo ha venido para llevar al hombre (varón o mujer) a la plenitud del amor. Jesucristo ha entrado en esa relación humana que establecen los novios y definitivamente los esposos para hacerlos capaces de amar sin límites y de ser amados como necesitan. Eso es el sacramento del matrimonio.
Encontrarse con Jesucristo es encontrar la solución a este grave problema del corazón humano. Al encontrarse con Jesucristo, toda persona descubre que él nos ha amado primero, con un amor sin límite, que sacia nuestro corazón verdaderamente. Al mismo tiempo, Jesús sana el corazón humano de todas sus heridas producidas por el egoísmo, lo renueva y le hace capaz de amar de verdad, es decir, le hace capaz de amar dando la vida y gastándola por el otro a quien se ama. El encuentro con Jesucristo enseña y capacita para el perdón, sin el cual es imposible la convivencia cotidiana, porque el otro aún sin querer me ofende continuamente, dada su limitación y su debilidad. Encontrar a Jesucristo es un regalo inmenso para los novios y para los esposos, porque él sacia el corazón, nos hace capaces de amar, nos enseña a perdonar y anuda la vida de los esposos, de manera que nadie pueda romper ese vínculo.
San Valentín ayude a los enamorados a descubrir ese amor, que no se queda en lo superficial, sino que proporciona un amor verdadero, el único capaz de saciar el corazón humano.
Recibid mi afecto y mi bendición.