San Rafael Arnáiz Barón: un hombre de hoy - Alfa y Omega

San Rafael Arnáiz Barón: un hombre de hoy

San Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911. Murió muy joven, a los 27 años, el 26 de abril de 1938. Podríamos haberlo conocido nosotros. Hoy día, no es infrecuente que algunos alcancen los cien años de edad: él los hubiera cumplido pasado mañana, día 9

Juan Antonio Martínez Camino
Rafael Arnáiz Barón (el monje de la derecha), en el monasterio de San Isidro de Dueñas.

El Hermano Rafael es el más joven de los santos Patronos de la Jornada Mundial de la Juventud Madrid 2011.Y es también el más recientemente canonizado: el 11 de octubre de 2009. Su cercanía a los jóvenes y al hombre de hoy no es sólo cronológica: es, sobre todo, espiritual. Rafael gozaba apretando el acelerador de su coche por las carreteras de Castilla y de Asturias. Oyó hablar mucho del progreso de los tiempos modernos. Apreció la música y el cine de la Gran Vía de Madrid. Y, al mismo tiempo, sufrió primero la destrucción de su casa de Oviedo en la revolución de 1934 y, más tarde, padeció la guerra de 1936, cuyas penurias adelantaron su muerte, enfermo de diabetes. Su breve vida está marcada por la cruz y la gloria del siglo XX. Pero, más que nada, por la Cruz y la Gloria de Jesucristo.

Los luminosos escritos de Rafael contagian al lector la mística de Cristo de todos los tiempos en el lenguaje de un joven de nuestros días. Son muchos los que, con su lectura, han aprendido en qué consiste en realidad la vocación cristiana: toda vocación. Por supuesto, la vocación de un sacerdote o de un monje, de una misionera o de una consagrada; pero también la de un estudiante, un profesor, una madre, un joven deportista o un enfermo. Porque en los diarios y las cartas de san Rafael Arnáiz se transmite el secreto de la alegría de la fe con palabras poco eruditas, pero muy cargadas de experiencia viva de Dios.

Sólo Dios basta

Se lee allí una frase llamativa: Soy absolutamente feliz, porque soy absolutamente desgraciado. Que Rafael fue un joven plenamente feliz es algo que se impone al lector de sus confidencias. Pero que lo fuera siendo, como él dice, absolutamente desgraciado, es lo que sobrecoge y lo que abre al alma los más anchos horizontes de la fe. Sí, Rafael fue un adolescente y un joven lleno de vitalidad que consiguió todo lo que se propuso: éxito en los estudios de Arquitectura, maestría en el dibujo y la pintura, y buena pluma; simpatía arrolladora, amistad cultivada y sensibilidad religiosa innata; y, al fin, la realización de su sueño juvenil: dejarlo todo para dedicarse sólo a la alabanza y al amor de Dios en el monasterio cisterciense de San Isidro de Dueñas. La felicidad era mucha. Pero la enfermedad apareció en su vida para hacerle correr más deprisa hacia la felicidad plena. Fue el medio que la Providencia le envió y que él aprovechó para que su amor a Dios fuera acrisolado y puro. Se quedó sin nada: no sólo sin sus planes y sus cosas del mundo, sino también sin el deseado sacerdocio y la anhelada profesión monástica. Pero en esa absoluta desgracia, brilló la felicidad suprema: el descubrimiento vital de que sólo Dios basta. Fue la cruz que le condujo a la gloria, ya en este mundo.

El Rafael Arnáiz Barón que «gozaba apretando el acelerador de su coche».

Siglo de mártires

Rafael no pudo llegar a estudiar ni Filosofía ni Teología. Pero, siguiendo los caminos por los que Dios le llevaba, se convirtió en un fino maestro de la ciencia de la Cruz. «En el mundo -escribía- se sufre mucho, pero se sufre poco por Dios. El cristiano no ama la debilidad ni el sufrimiento tal como éste es en sí, sino tal como es en Cristo; y el que ama a Cristo, ama su Cruz». Nada, pues, de masoquismos. Dios sufre en su Hijo por amor nuestro, y quien le ama desea estar con Él en su sufrimiento, junto a su Corazón traspasado. Ahí encontró Rafael la felicidad suprema, si bien en medio de una desgracia muy grande.

El siglo XX, caracterizado por muchos avances científicos y técnicos, ha sido también el siglo de los grandes crímenes contra la Humanidad perpetrados por personas y sistemas enajenados por ideologías ateas y totalitarias. El siglo XX ha sido, por eso, el siglo de los mártires. Nunca tantos cristianos habían dado a Cristo la prueba suprema del amor derramando su sangre, junto a la suya redentora. Este año celebramos también los 75 años de la gran mayoría de los mártires del siglo XX en España, martirizados en 1936. Rafael no sufrió un martirio cruento como el de ellos. Pero fue muy consciente de que entregaba su vida como testigo del Amor redentor en «un mundo -escribía- en el que la materia se sobrepone al espíritu, en el que se olvida a Dios como si no existiera».

¡San Rafael Arnáiz, intercede por los jóvenes que participarán en la JMJ Madrid 2011! Que encuentren el camino de la alegría siendo testigos de la Cruz redentora del Señor.