San José de Calasanz: santidad, ciencia y práctica docente
El 27 de noviembre se celebra la festividad de san José de Calasanz, Patrono de la escuela y de los maestros católicos. El autor de este artículo, maestro jubilado, ofrece una semblanza de este santo del Barroco, que «inicia la integración de la pedagogía en la ciencia, mediante ese estudio continuo y reflexivo, contrastado con la realidad, de la práctica educativa»
Cuantos han estudiado la Historia de la Pedagogía (los educadores fundamentalmente), conocen la importancia de san José de Calasanz. Pero es un santo que pasa desapercibido para la masa social. No suele estar en los medios y, a veces, ni en la predicación. Sin embargo, es una de las grandes figuras de la Pedagogía y de la educación universales. Tanto desde el punto de vista teórico, como desde la práctica docente.
San José de Calasanz es un santo español, de una familia de segundones de la Casa Real de Aragón. Sus padres eran infanzones. Pero la ilusión de su carisma docente le llevó a iniciar su obra en Roma, en el típico barrio del Tratévere. Para entender la trayectoria del santo, trasladémonos a los comienzos de siglo XVII: san José instituyó el primer Centro Calasancio (aunque entonces no se llamaba así todavía) en 1597. Se estaba liquidando la ideología del Renacimiento, e iniciando una nueva forma de pensar que los historiadores han denominado Barroco, y que se fue asentando durante la primera y segunda décadas del siglo XVII. Diaz Plaja, el historiador de la Literatura, lo expresa empleando lo que él llamaba un barbarismo. Se estaba realizando el sabotaje del Renacimiento. El nuevo movimiento, como todos los que se producen contra el exceso de formas y de reglas, quería romper con las normas y con todas las reglas. Los primeros místicos, y quizá los más profundos, habían asentado su doctrina y su manera de estar en el tránsito vital, con visos de Contrarreforma, iniciando la renovación de las Reglas de San Benito. Los jesuitas de san Ignacio de Loyola ya habían establecido su ideario pedagógico. La plasticidad de la época nos presenta también el hecho de que, en 1605, se suceden tres Papas: Clemente VIII, León XI y Pablo V. Pues bien, en ese mundo que hemos presentado, Calasanz había aprovechado sus estudios eclesiásticos para formarse en los siguientes aspectos:
– Desarrollo de la meditación y el coloquio interior para acercarse a la divinidad (como puede verse, aplicación del platonismo a la práctica religiosa; en el renacimiento y épocas anteriores fue Aristóteles el modelo filosófico, que incluso aplicó santo Tomás de Aquino, para su Teología. La mística y la ascética aplican el platonismo a su castillo interior. Cognosco, amo, fruitio.
– El propio conocimiento para la identificación del amor a Jesucristo.
– Unir, a su vocación religiosa, la vocación educativa, en la unidad personal del santo, por consiguiente del ser humano.
– El estudio y la contemplación de la sociedad de su tiempo, paganizada en parte por las nuevas modas filosóficas y el cientifismo de Descartes, Newton y Bacon de Verulamio, que dan al hombre el primer orgullo del uso de la razón como principio vital.
– Formación cultural continua y formación metodológica, también continua, partiendo de la reflexión, apoyándose en la práctica escolar. La educación como ciencia y como arte.
– Considerar al hombre persona singular, social y trascendente y con una dimensión dinámica. Subrayo lo de dinámica, porque es una novedad que introduce Calasanz en la concepción del hombre, para que sea artífice de su propio destino. Esa dimensión dinámica debería ser orientada y desarrollada.
Estas seis ideas fuerza trazan la personalidad del santo, en su trayectoria religiosa y docente. Su meta fue reformar la sociedad partiendo de la educación, pero la educación de los más pequeños y, a través de ellos, penetrar en los hogares, para reformar a las familias.
Mudanzas en tiempos de crisis
La sociedad de su época presentaba unas connotaciones destacadas desde el punto de vista económico, demográfico y sobre todo social. Estamos citando la sociedad que está presente entre 1550 y 1650. En el medio, como referencia y para que nos acerquemos al momento histórico que tratamos, repetimos el dato de 1605, en el que se publica la primera parte del Quijote.
Fue ésta una sociedad en cuya economía se produce una decadencia total de la industria; la burguesía, que tiene dinero dimanante del comercio y de la industria del siglo XVI, se mezcla con la aristocracia, que tiene posición, y las más de las veces, no tiene dinero. Es un fenómeno que se vuele a repetir en el siglo XVIII y en el siglo XIX. Para esta sociedad del siglo XIX, no hay más que leer las novelas de Balzac, y de Flaubert y la novela rusa de los autores conocidos a los que añado Goncharov. Estas nuevas familias invierten dinero en la agricultura, con la compra de tierras que arriendan a los campesinos y les esquilman con altas rentas, mientras ellos viven de ellas, sin preocuparse del bienestar de sus colonos. Su pereza y holganza son las consecuencias de la paganización de la vida y la relajación de las costumbres. De ello, se deriva la pérdida de la fe. Cualquier semejanza con el mundo actual no es mera coincidencia.
Por primera vez en la Historia, se produce la soberbia de la razón, descreída, en la que se desarrollan tipos humanos como el tenorio o burlador y los pícaros. La picaresca no está causada por la pobreza; hay pícaros en todos los estratos sociales. Es el tipo humano que vive de la astucia, el timo, el hurto, la mentira y el engaño. Los campesinos abandonan los campos, porque no pueden vivir y se van a las ciudades, donde viven peor. Al no haber brazos en el campo se produce la consecuencia de una grave escasez de alimentos y, su compañera inseparable, las hambrunas. En esta sociedad, san José de Calasanz se propone actuar.
Su preparación religioso-mística, científica (Filosofía, Derecho, Teología y un doctorado en Teología) y sus reflexiones pedagógicas, le hace decidirse por su aplicación.
La norma establecida por san Ignacio para las épocas de crisis era «En tiempo de crisis no hacer mudanza». Calasanz no la hace ni caso, es un hombre del Barroco. Esta actitud forma parte de esa rebeldía del Barroco hacia las normas y reglas. En una sociedad en crisis total, nuestro Patrón comienza a hacer mudanza e inicia la integración de la pedagogía en la ciencia, mediante ese estudio continuo y reflexivo, contrastado con la realidad de la práctica educativa. Todo ello significa una ruptura total con el conocimiento y sistema educativo anterior.
Su reflexión le lleva a hablar de la educación integral y armónica, en cuyo contenido incluye la educación en la fe cristiana. La fe cristiana no solamente justifica la existencia de Dios, sino también la existencia del hombre; en esa visión se apoya Calasanz para incluir la educación religiosa en su obra educativa, porque el hombre, de este modo, alcanza la trascendencia como criatura de Dios. En su sistema educativo se prepara la vida temporal del hombre, para su felicidad en la tierra, desarrollando su capacidad dinámica, y le prepara también su felicidad en la vida trascendente y eterna.
El papel del maestro
Por esa razón, la figura del educador la propone como elemento fundamental en la consecución de los objetivos pedagógicos y sociales de su obra. El educador tiene que dirigir esa formación para la felicidad temporal y eterna del ser humano. A partir de Calasanz, el educador adquiere una importancia capital en la obra educativa. Y en la filosofía educativa se incluyen para siempre los conceptos y metas que ha establecido. Decía Calasanz refiriéndose a su actividad pedagógica: Que el educador debía ser «cooperador de la verdad». A san José de Calasanz, por su trayectoria biográfica en el amor y la caridad, cabe que se le apliquen las siguientes palabras: «La compasión, la indulgencia, la caridad hacia el prójimo, con todos sus defectos y sus pecados, es la tarea que debe imponerse el amor cristiano o el que siga el camino de la perfección». Estas palabras fueron escritas por Berdiaeff hacia 1939, 300 años después de la existencia de nuestro Patrón. Lo que indica la universalidad de la esencia del cristianismo, no sólo en su doctrina, sino en su práctica por hombres como el fundador de las Escuelas Pías.
Eso es lo que se propuso y practicó nuestro santo en el transcurso de su vida. Campeón de la vida en santidad, pasando por la actualización de los conocimientos y la reflexión en la teoría contrastada con la práctica docente. Toda reflexión que no vaya avalada por la realidad práctica, no sirve para el cometido de la labor educativa, como fijó san José de Calasanz, para siempre. Y la graduación escolar, que fue su forma de organización de los Centros fue otra novedad de sus ideas.
Santidad, ciencia y práctica docente. Esa debería ser la esencia del educador cristiano; mejor, católico.
Eusebio García González