«San Isidro es una fiesta de todos, para todos y con todos»
En la fiesta del patrón de Madrid, el cardenal Carlos Osoro convoca «a todos los madrileños», crean o no, a construir «la cultura del encuentro»
San Isidro es «una fiesta de todos, para todos y con todos», dijo el cardenal Osoro al presidir la Misa en el día del patrón de Madrid en la colegiata que lleva el nombre del santo, la antigua catedral de la catedral. Tras esa primera Misa, el arzobispo se desplazó, como es tradicional, a celebrar otra Eucaristía en la pradera, donde Madrid celebra las fiestas del patrón.
San Isidro es de todos porque «está presente en todas las latitudes de la tierra, en comunidades pequeñas rurales y en grandes ciudades», especialmente desde que Juan XXIII le nombró patrón de los agricultores.
Pero sobre todo es un santo universal porque lo que hizo fue acoger y regalar el amor que «Dios regala en gratuidad a todos los hombres». De este modo, nos enseña que «nuestro nombre verdadero es Amor, pues somos imágenes de Dios». Y desde esa identidad, nos lanza a «hacer la cultura del encuentro, que es la que, en nombre del Señor, desea, promueve y hace la Iglesia».
«Os convoco a todos los madrileños, a los que creéis y a quienes buscáis siempre lo mejor, a poneros manos a la obra y hacer esta cultura en este momento de la historia», exhortó Carlos Osoro.
«Es una cultura que responde a aspiraciones radicalmente humanas. En esta época de cambio, hemos de generar espacios y relaciones para acertar en las transformaciones que hay que hacer. No son cuestiones de técnicas, sino cuestiones de fondo ético, de saber cuál es el nombre de cada ser humano, sus necesidades fundamentales y no recortarlas nunca. Hacer la cultura del encuentro es un desafío social; yo diría que el más importante. Es el que hizo Dios, viniendo a nuestro encuentro en la Encarnación, y el que imitándolo hizo posible san Isidro en este campo de san Isidro en el que estamos».
La Iglesia, en concreto, está «para dar vida y aliento, para dar el abrazo de Dios a todos los hombres, para buscar la paz por todos los medios, la reconciliación, el vivir en verdad».
«Suscitemos esperanza, sanemos los corazones», añadió el cardenal. «San Isidro nos recuerda que la caridad de Cristo es lo más importante: Señor, quiero que nos recuerdes lo que con tanta intensidad vivió san Isidro con su familia», concluyó.
Queridos hermanos:
Un año más nos reunimos para celebrar la fiesta de nuestro santo patrón, san Isidro. Un santo que está presente en todas las latitudes de la tierra, en comunidades pequeñas rurales y en grandes ciudades. (Hace muy pocos, días dos obispos de América Latina, de dos países diferentes, me pedían ayuda para sus parroquias de san Isidro, uno de ellos tiene 17 parroquias dedicadas al santo).
San Isidro es un santo que nos lleva a entender mejor el salmo 1 que juntos hemos recitado. Queridos hermanos, ¿no os dais cuenta cómo la Palabra del Señor nos muestra lo que está como deseo nuestro en lo más profundo de nuestro corazón? Es normal, pues el ser humano es un diseño divino. Nosotros deseamos ser dichosos. Y por eso no seguimos cualquier consejo, propuesta, o teoría. No vamos por cualquier senda. Nuestro gozo quiere ser el que nos propone el salmista y el que asumió en su vida san Isidro: vivir y gustar esa Palabra del Señor, y meditarla día y noche. Es Palabra que nos da vida, nos alienta, nos une a todos, y nos hace buscar siempre lo que une. Es Palabra que se hizo carne en Jesucristo, a quien san Isidro contempló, amó y anunció con su vida. Nosotros, como san Isidro, tenemos la seguridad de que, igual que el árbol debe ser plantado en la tierra y necesita agua para dar fruto y no secarse, así le ocurre al ser humano. Necesitamos volver a emprender siempre caminos que llevan a un buen fin. ¿Cuál? El camino del amor al prójimo. Creando comunión en las diferencias.
Hermanos, el Señor protege a quienes ven en los demás una imagen de Dios mismo que nunca se puede romper o estropear. San Isidro vivió de modo concreto esta realidad. Hoy, de nuevo, nos lo entrega a los madrileños. Esta es una fiesta de todos, para todos y con todos. El Amor de Dios que acogió san Isidro, y que Dios regala en gratuidad a todos los hombres, es nuestra arma.
Os indico tres modos de vivir y construir con este Amor mismo de Dios:
1. San Isidro es maestro en custodiar: ¿Qué significa custodiar tal y como lo entendía San Isidro? Custodiar es hacer crecer a todos los que se acercan a nosotros. Para ello, hay que dar nombre a cada uno que se acerca, como lo hacía san Isidro. Daba el nombre verdadero que tiene todo ser humano. ¿Sabéis vuestro nombre, hermanos? ¿Qué sería Madrid y qué sería este mundo si todos fuésemos custodios al estilo de san Isidro? Él hizo crecer siempre todas las dimensiones que Dios puso en el ser humano, respetó todas. Creció su familia, haciendo posible que se hiciese realidad la Palabra que hemos escuchado: «en el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían todo en común […] daban testimonio de la resurrección de Jesús con mucho valor […] ninguno pasaba necesidad». Os puede parecer imposible hacer esto, pero es posible con la gracia y sabiduría de Dios. San Isidro entendió perfectamente lo que un día Jesús dijo cuando le preguntaron: «¿Quién es Dios?». Y Él respondió: «Dios es amor». ¿Qué quiero deciros? ¿Qué tiene que ver esto con nosotros? Mucho. Mirad, el ser humano sabe que es imagen y semejanza de Dios. Si esto es así y si Dios es amor, nuestro nombre verdadero es amor. Nuestro nombre verdadero es Amor, pues somos imágenes de Dios. ¿Somos y vivimos con este nombre Amor? ¿Amamos de verdad, pensamos y sentimos con este nombre que tenemos? ¿Experimentamos que este nombre es el alma de toda convivencia y de toda buena relación entre las personas? Con este nombre somos capaces de perdonar y de perdonarnos.
Cuando vivimos así, estamos dispuestos a poner todo lo que somos y tenemos la servicio de los demás. Vivir con este nombre abarca y afecta a la persona humana, a la familia, a las relaciones sociales, a la construcción de esta sociedad. Es verdad que esto no se consigue inmediatamente, dejemos trabajar al Señor en nosotros como san Isidro. Nos lo ha dicho el apóstol Santiago: «Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor». San Isidro creyó en estas palabras: «El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca». Custodiar es hacer crecer, saber perdonar, dejarnos perdonar y saber pedir perdón, y es orar los unos por los otros. Vivir con este nombre Amor, supone dejarnos curar.
Solo con este nombre se puede hacer la cultura del encuentro, que es la que, en nombre del Señor, desea, promueve y hace la Iglesia. Os convoco a todos los madrileños, a los que creéis y a quienes buscáis siempre lo mejor, a poneros manos a la obra y hacer esta cultura en este momento de la historia. Es una cultura que responde a aspiraciones radicalmente humanas. En esta época de cambio, hemos de generar espacios y relaciones para acertar en las transformaciones que hay que hacer. No son cuestiones de técnicas, sino cuestiones de fondo ético, de saber cuál es el nombre de cada ser humano, sus necesidades fundamentales y no recortarlas nunca. Hacer la cultura del encuentro es un desafío social; yo diría que el más importante. Es el que hizo Dios, viniendo a nuestro encuentro en la Encarnación, y el que imitándolo hizo posible san Isidro en este campo de san Isidro en el que estamos. Aquí una familia sencilla abrió caminos de esperanza, de comunión, conversión y solidaridad. ¿Tendremos la osadía y valentía de ser custodios, de hacer crecer y no de recortar las relaciones entre los hombres? Desde este campo de San Isidro os convoco a todos los madrileños a entregarnos a esta misión: hagamos la cultura del encuentro.
2. San Isidro anima a la Iglesia a dejarse sorprender: ¡Qué bien nos viene escuchar lo que el Evangelio nos decía! «Yo soy la verdadera vid […] Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante». Aquí está la cuestión en dar fruto, pero para ello hay que dejarse sorprender. La Iglesia en Pentecostés, momento que marca su nacimiento y manifestación pública, es una Iglesia que sorprende y turba. En el mismo inicio de la Iglesia, Dios sorprendió. Se verificó un hecho extraordinario e inesperado que suscitó admiración. La gente quedó turbada. Seamos una Iglesia que suscita estupor. Aproximemos una palabra y una vida nuevas, el lenguaje y la vida del Resucitado: Cristo ha vencido a la muerte.
Estamos para dar vida y aliento, para dar el abrazo de Dios a todos los hombres, para buscar la paz por todos los medios, la reconciliación, el vivir en verdad. Suscitemos esperanza, sanemos los corazones. Hermanos, la Iglesia está viva cuando sorprende acercando a las vidas de los hombres a Dios, y dando la posibilidad de que todos los hombres y mujeres de este mundo se acerquen a Dios. Este es el lenguaje de Dios. Vayamos a las periferias, es decir a los caminos y a las existencias humanas, sociales y personales, a darles su verdadero nombre. A san Isidro, Jesús le sorprendió, le dijo: «Yo soy la vid y tú eres mi sarmiento». Sorpresa. A nosotros nos dice lo mismo. Pero sorpresa sanadora y dadora de misión. Preguntémonos, ¿me dejo sorprender por Dios o me cierro en mis seguridades materiales, económicas, ideológicas, intelectuales? Creamos al Señor que nos dice: «El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante». Hermanos, dejaos sorprender en este campo, donde san Isidro se sorprendió y donde tantas sorpresas alcanzaron quienes aquí venían. ¡Sorprendeos!
3. San Isidro nos recuerda que la caridad de Cristo es lo más importante: Señor, quiero que nos recuerdes lo que con tanta intensidad vivió san Isidro con su familia. Tener la caridad de Cristo supone buscar y pedir siempre más caridad. Así entendemos lo que nos dice el Señor: «Y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto», «el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante». Siempre podemos hacer más y más. Dejemos que nos pode el Señor. La caridad de Cristo, acogida con corazón abierto, nos cambia, nos transforma, nos hace capaces de amar no según la medida humana, siempre limitada, sino según la medida de Dios. ¿Cuál es la medida de Dios? ¡Sin medida! ¡Todo! No se puede medir el amor de Dios, es sin medida, pues da hasta la vida misma. Y así llegamos a ser capaces de amar también nosotros. No es fácil. Pero debemos amar a quien no nos ama. Hay que oponerse al mal con el bien. Perdonar, compartir, acoger, crear puentes, derribar muros. Como Jesús, tenemos que llegar a ser pan partido para nuestros hermanos. Hemos de vivir la alegría de convertirnos en don, hacernos don. Jesús se hace para nosotros don, se nos da, hagamos lo de Él.
Custodiar, dejarse sorprender y vivir la caridad de Cristo: un reto que nos propone hoy san Isidro Labrador. Que todos los madrileños tengamos un poco de san Isidro. Preguntaos: en esta gran ciudad, ¿qué aporto yo de san Isidro, nuestro patrono? Cambiemos la ciudad. Jesucristo se va a hacer presente en la Eucaristía. Acogedlo como san Isidro. Así no tendremos la tentación de quitar a nadie de nuestro lado; al contrario, somos como Jesús y con Jesús. Tenemos su mismo nombre: Amor. Dejémonos podar por Él para dar más fruto. Amén.