San Charbel y los mártires coptos logran que la Iglesia avance hacia la unidad
El mismo día en que se anunció que la Iglesia católica celebraría también a los 21 mártires coptos asesinados en 2015 en Libia, una imagen de san Charbel —«símbolo de unión entre Oriente y Occidente», como lo definió Pablo VI— fue bendecida en Valencia. «San Charbel establece un puente entre el interior de uno mismo y el universo», dice el escultor, no creyente, de la talla
Hace justo una semana, el pasado 11 de mayo, el Papa anunció que la Iglesia católica celebrará, a partir de ahora, a los 21 mártires coptos asesinados por islamistas en Libia en 2015, un crimen que dio la vuelta al mundo, por su brutalidad y por haber sido retransmitido en vídeo. Ante la cámara aparecían estos 21 coptos, arrodillados en una playa y vestidos con un mono naranja, y detrás de cada uno de ellos un terrorista con el cuchillo al cinto.
La celebración conjunta se decidió en el marco del día de la amistad copto católica, que cada 10 de mayo organizan Francisco y Tawadros II, Papa de Alejandría y patriarca de la sede de san Marcos, para conmemorar la fecha en que ambos se reunieron por primera vez y el quincuagésimo aniversario del encuentro entre sus predecesores Shenouda III y san Pablo VI. Este último fue el primero entre un obispo de Roma y un patriarca de la Iglesia copta ortodoxa.
Aquel mismo día, la Iglesia vivió un segundo gesto de unidad entre Oriente y Occidente. El templo de Nuestra Señora del Milagro y San Maximiliano María Kolbe, situada en Valencia, acogió la bendición de una imagen de san Charbel, santo maronita católico del Líbano, que fue beatificado y canonizado por san Pablo VI, quien lo definió, precisamente, como un «símbolo de unión entre Oriente y Occidente».
Youssef Antoun Makhlouf, que así es como se llamaba san Charbel cuando nació el 8 de mayo de 1828, vivió una vida contemplativa y de penitencia como ermitaño en el monasterio de San Marón. Se trata de uno de los santos más queridos por la Iglesia maronita —cada año su tumba es visitada por más de 4 millones de personas— y se le considera autor de infinidad de milagros por su intercesión, cuyos beneficiarios no son solo cristianos, sino también musulmanes e incluso no creyentes.
De esta forma, su figura es un puente entre Oriente y Occidente y también entre los creyentes y los no creyentes. Da fe de ello Alfredo Llorens, autor de la escultura presentada en Valencia, profesor asociado de la Universitat Politècnica de València y que se declara «no creyente», una circunstancia que no cree incompatible con el arte sacro. «Precisamente estos días hablaba con José Luis [Sánchez, vicario episcopal de Cultura de Valencia] y coincidíamos en que el hecho de no tener fe no quiere decir que no pueda compartir un ideal superior de bondad y armonía», explica Llorens en conversación con Alfa y Omega. «Cabe recordar que el Concilio Vaticano II dice que hay hombres que aún sin saberlo están guiados por la mano del Espíritu Santo», añade el vicario episcopal.
Además del soplo del Espíritu, el escultor se ayudó para el modelado de la talla —realizada en madera de pino sueco—de «una imagen del santo que me facilitaron, porque no lo conocía», y también de la «abundante documentación que encontré». De entre todo ello, Llorens dice haberse sentido inspirado por el misticismo del santo maronita. A partir de ahí, «lo que he querido transmitir ha sido la importancia de la mirada interior. Creo que la figura de san Charbel establece un puente entre el interior de uno mismo y el universo», concluye el escultor y profesor.