17 de enero: san Antonio Abad, el desierto se convirtió en su capilla
De san Antonio se dice que es el padre de la vida monástica, pero él se fue al desierto para estar a solas con Dios. Con su vida inaugura una forma de búsqueda religiosa que sigue hoy de actualidad
El 17 de enero el santoral presenta a una figura de leyenda, san Antonio, padre de la vida monástica casi a su pesar, pues se fue al desierto para buscar a Dios y atrajo tras de sí a una multitud de seguidores que perduran aún en nuestros días.
Nacido en la desembocadura del Nilo en el año 251, casi todo lo que sabemos de él es gracias a la biografía escrita por san Atanasio. Huérfano de padre y madre, a los 20 años entró en una iglesia y escucho el pasaje evangélico del joven rico: «Si quieres ser perfecto vende tus bienes, da el dinero a los pobres y luego ven y sígueme». Quedó impresionado y, al salir, vendió las 80 hectáreas de terreno que había heredado y se dispuso a llevar una vida de oración y búsqueda de Dios en su misma aldea.
En el año 285 dejó su pueblo para adentrarse en el desierto junto al monte Pispir, frente al mar Rojo, convirtiéndose en uno de los primeros ermitaños de la historia de la Iglesia. Allí empezaron a acudir muchos para recibir una palabra o una oración, y no tardó en cundir su ejemplo, hasta el punto de que en los alrededores de su cueva se organizó una auténtica comunidad monástica bajo su guía.
Sin embargo, su deseo de soledad podía más y se volvió a retirar 15 años más tarde, esta vez al monte Coltzum, en el Alto Egipto. Dice san Atanasio que solo abandonó su vida solitaria para fortalecer a los cristianos oprimidos bajo la persecución del emperador en el 311, y otra vez en su vejez para predicar contra los arrianos en apoyo de Atanasio.
- 251: Nace en Heracleópolis Magna (Egipto)
- 271: Vende sus bienes y da el dinero a los pobres
- 285: Deja su pueblo para ir al desierto
- 300: Se retira al monte Coltzum
- 311: Baja a Alejandría para animar a los cristianos perseguidos
- 356: Muere en Coltzum tras aconsejar a sus discípulos «no relajarse en la vida ascética»
Hechos para el cielo
Cuenta su biógrafo que san Antonio comía una sola vez al día, después de la caída del sol, y a veces cada dos días; que a menudo pasaba la noche entera sin dormir, y que se tumbaba sobre una estera o sobre el simple suelo desnudo. «Las energías del alma aumentan cuanto más débiles son los deseos del cuerpo», decía el santo.
Carolina Blázquez, monja agustina del monasterio de la Conversión y profesora de la Universidad San Dámaso, confirma con san Antonio que «las prácticas ascéticas no son para hacernos más seguros ni para adquirir nada, sino que están para volvernos más frágiles y débiles. Nos hacen más pobres y más abiertos a la gracia».
San Antonio, que tantos siglos después puede parecer como una figura exagerada, «en realidad supone una voz profética para la Iglesia y el mundo de hoy». Su radicalidad «es como una bofetada para espabilarnos de la somnolencia de nuestra vida espiritual», y nos recuerda «la prioridad de Dios ante todas las cosas de este mundo que tanto nos atan», atestigua Carolina Blázquez.
Por eso hoy, cuando estamos «tan apoltronados, embotados de todo y engullidos por las cosas», san Antonio nos asegura que «las cosas de este mundo son buenas si nos llevan a Dios, porque nuestro corazón está hecho para el cielo».
Gatos, perros y canarios, y también ovejas, vacas y caballos –junto a otros animales– se llevan el 17 de enero a multitud de iglesias para ser bendecidos con motivo de la fiesta de san Antonio, una tradición que hunde sus raíces en una ocasión en que el santo curó una ceguera a una jabalina y a sus jabatos, motivo que le suele acompañar en su iconografía.