La Iglesia mira a la cara de los migrantes de Canarias
Samba y sus compañeros del albergue de Víznar (Granada) llaman «mamá» a sor Carmen. Como la Iglesia en otros lugares de España, ella ofrece a los migrantes trasladados desde Canarias ayuda básica y también formación y escucha
Samba está sentado en un banco, enfrente del albergue juvenil del pueblo de Víznar, situado en Granada. Cuenta que en Senegal era boxeador profesional y que le costó tomar la decisión de venir a España pero que en su país, «ahora mismo, es muy difícil vivir», afirma sin querer ofrecer más detalles. Sin decirle nada a su mujer, se subió a una patera con otras 273 personas, entre ellas 17 mujeres y siete menores, y llegó a la isla de El Hierro el pasado mes de octubre. La semana que pasaron en el mar se hizo eterna. Las imágenes que nos enseña en su móvil de la patera y las condiciones en las que llegaron dan fe de ello. Una vez en tierra firme, proclama: «He venido para trabajar y enviar dinero a mi mujer y a mi hijo de 1 año y medio, que se han quedado en Senegal. Cuando tenga papeles, me gustaría que vinieran», dice.
Pero Samba es solo uno de los miles de subsaharianos que han arribado a las costas de El Hierro en las últimas semanas y que han sido reubicados en distintas localizaciones y alojamientos del territorio nacional. En total, son cerca de 14.000 personas las que han llegado a España en el mes de octubre, según datos de ACNUR. Unos 6.000 se han quedado en Canarias, otros 2.000 han sido trasladados hasta Cataluña. En Andalucía se han distribuido poco más de 700 y a Madrid han llegado tan solo 450 personas. En lo que se refiere a los emplazamientos, 4.000 han recalado en cuatro cuarteles militares en desuso, otros 3.000 se encuentran en distintos hoteles —una estancia financiada por el Ministerio de Inclusión, Migraciones y Seguridad Social— y el resto se repartirá entre hostales, antiguos hospitales, centros gestionados por la Iglesia e incluso albergues del Camino de Santiago. En Granada, los 162 migrantes se distribuyeron entre un centro de acogida en Gualchos, el albergue juvenil de Víznar y la casa de acogida de Lanjarón. Todos ellos sacados adelante gracias al trabajo incansable y silencioso de religiosas de varias órdenes.
El albergue de Víznar, donde está Samba, es el de mayor capacidad. Cuenta con 115 plazas. Tiene carácter de centro de emergencia y está gestionado puntualmente por la Asociación Familia Vicenciana (AFAVI), aunque la competencia final es de la Junta de Andalucía. En él acogen a migrantes trasladados desde Tenerife a la península, y allí les proporcionan un acompañamiento integral: alimento, ropa, atención sanitaria y clases de español. Lo más importante, sin embargo, según sor Carmen Benavides, es «hablar con ellos, escucharlos, estar a su lado». Ella es hija de la Caridad y los chicos la llaman «mamá» como señal de cariño y respeto. La mayoría de sus hijos son de Senegal, Gambia y Marruecos, con edades entre los 18 y 35 años. Llegan «muy destrozados», con múltiples heridas y quemaduras abiertas a consecuencia del viaje. Un periplo que, además, tiene un impacto inmenso en la salud mental. «Muchos de ellos tienen depresión, no duermen o lloran frecuentemente», confiesa la religiosa. Por eso, desde el Secretariado Pastoral de Migraciones se muestran «disponibles para cualquier ayuda que puedan necesitar desde los centros de acogida», dice su responsable, Manuel Velázquez.
Dignidad e improvisación
Al igual que Samba, Babacar también viene de Senegal, pero su destino final no ha sido Granada, sino Madrid. Coincide con su compatriota en los motivos por los que recientemente salió de su país natal: «Yo me fui por los problemas económicos y políticos. Lo que ocurre es que es muy difícil comer allí todos los días», asegura el joven, que tiene 21 años y vivía con su abuela tras la muerte de su padre y el abandono de su madre.
Babacar decidió subirse a un cayuco junto a otras 178 personas. «Gracias a Dios no murió nadie» y desembarcaron «hace menos de dos meses», asegura. En la capital, ha entrado en contacto con el Servicio Capuchino para el Desarrollo y la Solidaridad (Sercade), donde le brindan un espacio de acogida y un proceso migratorio individualizado. «Tratamos de mirar a la gente a los ojos y darles una respuesta personalizada a sus intereses», señala Xabier Parra, director de la entidad. Una actitud que contrasta con la improvisación que ha demostrado el Gobierno en la gestión del aumento de la llegada de inmigrantes.
De esta forma, «hay quien nos pide consejo para solicitar protección internacional y le ayudamos a gestionarlo», detalla el director de Sercade. «Otros solo aspiran a tener un momento de descanso para continuar su camino hacia otras partes de Europa y, por supuesto, también están los que buscan formación de cara al empleo, porque lo que quieren es ganar dinero para mandar a su casa». Tanto en el primero como en el último caso, «las clases de español son fundamentales». Las imparten, además de otro tipo de cursos y talleres, gracias a sus cerca de 80 voluntario activos.