Samaritano
XV Domingo del tiempo ordinario
Para algunos autores la denominada parábola del buen samaritano es una de las más grandes historias jamás contadas. La encontramos en el Evangelio de Lucas, precisamente en el contexto de una discusión entre un maestro de la ley y Jesús. El primero, experto en la Torá y buen conocedor de las leyes judías, no tiene intenciones muy honestas hacia Jesús y le quiere poner a prueba delante de la gente. Aunque es un maestro de la ley, pregunta con cierta ironía a modo de discípulo al nuevo rabí: «¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». Era y es una pregunta fundamental para todo judío y para todo cristiano. Y Jesús responde con otra pregunta al experto de la ley: ¿Qué lees en la Escritura? ¿Qué dice la ley de la que eres experto? A lo cual respondió con lo que podríamos denominar la síntesis de la Torá: Ama a Dios… y ama al prójimo «como a ti mismo».
El Señor valora su respuesta y le invita a continuar este camino para tener «vida eterna». Pero el maestro de la ley, acostumbrado a la diatriba verbal, plantea una pregunta evasiva en la discusión: «Y, ¿quién es mi prójimo?».
¿Quién es mi prójimo?
Jesús responde con una hermosa parábola. El camino de Jerusalén a Jericó era uno de los más transitados. Habitualmente se viajaba en grandes caravanas para protegerse de los peligros del camino. Jesús habla de un hombre que caminaba solo y fue asaltado por los bandidos, que lo atacaron y lo dejaron medio muerto. Es evidente que necesitaba ayuda urgentemente.
Pasó por allí un sacerdote, por tanto, alguien perteneciente a las autoridades del templo de Jerusalén, representante del mundo religioso judío. Pero «dio un rodeo y pasó de largo». Según las leyes judías todo aquel que tocaba un muerto o enfermo quedaba impuro y no podía purificarse antes de los siete días (Nm 19,11). El sacerdote, justificado por las prescripciones rituales, se excusa en su egoísmo individualista y se desentiende de todo sufrimiento.
Posteriormente es un levita, es decir, un clérigo de tercer rango, después del sumo sacerdote y de los sacerdotes, que se encargaba de ayudar a estos en el templo, el que pasa por el mismo camino, observa la misma escena y repite el mismo comportamiento. Para ambos, el trabajo precede a la necesidad del prójimo. No se acercan a él para no implicarse ni complicarse la vida.
Finalmente pasa un samaritano, que representa la raza enemiga de los judíos y, por tanto, un ser odioso y despreciable para los oyentes de Jesús. Es precisamente él quien se acercó al herido, curó sus heridas con aceite y vino, las vendó, lo montó en su propia cabalgadura y lo llevó a la posada… El samaritano deja sus justificados compromisos porque para él tiene precedencia la necesidad del prójimo. Es más, dio de lo suyo generosa y gratuitamente sin esperar nada a cambio: «Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva», le dijo al posadero. ¿Por qué hizo todo esto el samaritano? Porque se compadeció de aquel herido abandonado y necesitado; porque vio en él un ser humano y no un enemigo; porque estaba dispuesto a servir incluso en perjuicio propio. Este ejemplo tuvo que resultar revolucionario a aquel auditorio, porque criticaba a las intocables autoridades religiosas judías y consideraba modélico el comportamiento de un samaritano.
El que practicó la misericordia
Por eso, es comprensible la pregunta final que hace Jesús, como verdadero Maestro que ha expuesto una enseñanza, a aquel maestro de la ley convertido en alumno del Cristo: «¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo…?». El astuto maestro de la ley no dudó en la sabia respuesta: «El que practicó la misericordia con él». Esta es la gran enseñanza de la parábola de Jesús. Es un canto y una llamada a la misericordia, que, como dice el Papa Francisco, es palabra central del mensaje evangélico. Si hay una palabra que define el actual pontificado del Papa Francisco no cabe duda que esta es misericordia. Como él nos recuerda: «Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación… Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida…» (Misericordiae vultus n.1).
Después de exponer el ejemplo y asegurarse de que aquel insigne alumno había aprendido la lección, el Maestro Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo». Esto es lo que nos dice a cada uno de nosotros: «Haz tú lo mismo», es decir, ¡practica la misericordia!
En aquel tiempo se levantó un maestro de la ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?». Él le dijo: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?». Él respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo». Él le dijo: «Has respondido correctamente. Haz esto y tendrás la vida». Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?». Respondió Jesús diciendo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”. ¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?». Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo».