Salma Khalil: «Quería ser un hombre para escribir un libro»
En colaboración con Entreculturas y el Servicio Jesuita a Refugiados, la artista Salma Khalil (Chad, 1982) ha ayudado, con su propia experiencia personal y su saber profesional, a más de 60 niñas de tres campos de refugiados de Chad a contar su propia historia —muy marcada por la violencia— a través del dibujo. El resultado ha sido un cuento, Afaf y el huevo dorado, en el que Khalil incorpora las creaciones de las pequeñas.
¿Cómo ha sido crear un cuento con niñas refugiadas?
Los talleres han permitido a estas niñas hablar de su historia y exteriorizar lo que han vivido a través de sus dibujos. Representaron maletas vacías, pues no se llevaron más que la propia vida, lo más importante, cuando tuvieron que huir; a personas que habían muerto, y también aquello en lo que buscan convertirse: quieren estudiar, trabajar para ser libres, ayudar a sus familias…
¿Qué situaciones han vivido?
La mayoría vienen de Sudán, pero también las hay de República Centroafricana. Algunas cuentan, por ejemplo, que vivieron en su aldea hasta que una noche llegaron unos hombres a caballo con espadas y armas —así los dibujan—, prendieron fuego a las chozas con la gente dentro y mataron a sus vecinos. También muestran el duro trayecto hasta encontrar refugio en Chad. Han visto a hombres tirados en el suelo, han vivido la violencia, y es lo que han dibujado.
Usted misma tuvo que dejar su país.
La primera vez fue en los años 80, cuando yo era muy pequeña; mi familia se trasladó a Alemania. Volvimos en los 90 tras la dictadura y haber vivido en Nigeria. La siguiente fue en 2008 y supuso un shock para mí, pues tenía una vida estable, trabajo y proyectos. Caminamos una noche entera hasta Camerún para ponernos a salvo de los rebeldes, pero tenía claro que no me quería quedar allí. Mi proyecto era Chad. Cuando me encontré con las niñas fue como regresar a ese pasado. Sé lo que es ser refugiada y vulnerable.
¿Por qué se convirtió en artista?
Ha sido algo natural a lo largo del tiempo. También me influyeron mis padres. La primera vez que vi a mi padre dibujar hizo un mapa de Chad. Vivíamos en Alemania y no tenía ningún vínculo con el país que me vio nacer; me sentía alemana y así lo decía. Tras dibujar el contorno y dividir el país en tres, me contó lo que podía encontrar en cada una de las zonas: dromedarios, montañas, vacas… Empecé a interesarme y no dejaba de hacer preguntas.
¿Fue su padre el que le inculcó el amor por la literatura?
Mi padre tenía en su oficina muchos libros. Un día le confesé que quería tener barba, bigote y ser un hombre para escribir un libro. Él había escrito un libro de cuentos y todos los autores de su biblioteca eran hombres. Me contestó: «No, no. Las mujeres escriben libros». En cuarto curso empecé a hacer cómic.
Se suele repetir que el futuro de África pasa por la mujer. ¿Cuándo será una realidad?
Hoy son muchas más las mujeres implicadas en el ámbito político, cultural y artístico. Pero no hace falta convertirse en presidenta o en ministra para influir en la sociedad. A través de las redes sociales se están consiguiendo muchas cosas: por ejemplo, denunciar que en algunas aldeas se azota a las mujeres.
¿Qué papel juega la educación?
La educación hace de nosotros lo que somos. Es la cara fundamental del desarrollo. Es necesario que las niñas entiendan que son motor de cambio y que pueden aportar muchas cosas a la sociedad.