Sal por los caminos y senderos e insísteles hasta que entren y se llene mi casa - Alfa y Omega

Sal por los caminos y senderos e insísteles hasta que entren y se llene mi casa

Martes de la 31ª semana del tiempo ordinario / Lucas 14, 15-24

Carlos Pérez Laporta
'Parábola de la fiesta de bodas'. Andrey Mironov.
Parábola de la fiesta de bodas. Andrey Mironov.

Evangelio: Lucas 14, 15-24

En aquel tiempo, uno de los comensales dijo a Jesús:

«¡Bienaventurado el que coma en el reino de Dios!». Jesús le contestó:

«Un hombre daba un gran banquete y convidó a mucha gente; a la hora del banquete mandó a su criado a avisar a los convidados: “Venid, que ya está preparado”.

Pero todos a una empezaron a excusarse. El primero le dijo:

“He comprado un campo y necesito ir a verlo. Dispénsame, por favor”. Otro dijo:

“He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas. Dispénsame, por favor”. Otro dijo: “Me acabo de casar y, por ello, no puedo ir”.

El criado volvió a contárselo a su señor. Entonces el dueño de casa, indignado, dijo a su criado:

“Sal corriendo a las plazas y calles de la ciudad y tráete aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos”.

El criado dijo:

“Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía queda sitio”. Entonces el señor dijo al criado: “Sal por los caminos y senderos e insísteles hasta que entren y se llene mi casa”.

Y os digo que ninguno de aquellos convidados probará mi banquete».

Comentario

Aquel hombre que comía con Jesús, que compartía su mesa, se dejó embargar por la alegría de aquel momento: «¡Bienaventurado el que coma en el reino de Dios!». Quizá aquella comida, por la manera en que se hablaba, por las palabras de Jesús, le hizo imaginar el banquete celestial. Aquella comida debió llenarle de esperanza. Tenía que ser lo más parecido al cielo que había vivido nunca. Comer con Jesús, compartir mesa con Él, es sentirse lleno de la plenitud del cielo.

Pero, por eso mismo, Jesús nos recuerda que también es compartir su hambre: «Venid, que ya está preparado […] Sal aprisa a las plazas y calles de la ciudad y tráete aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos». Cristo siente una nostalgia tremenda por todos los que faltan aún por añadirse a su mesa. Tiene hambre de más, de ser devorado por todos. Ahitarse de la Eucaristía es llenarse del hambre de Dios por traer a su mesa a todos los hombres, especialmente a los más débiles.  La plenitud del cielo de la que nos alimentamos es un hambre insaciable por la humanidad. Alimentarse en el altar de Cristo es vivir de su amor loco por el hombre.