«Sabíamos que cada vez nos llegarían menos envíos de comida»
La parroquia de San Juan Pablo II, en Leópolis, sigue siendo el hogar de cerca de un centenar de desplazados internos, que ya no están simplemente de paso
La guerra ha hecho a Olena y Anna compañeras de trabajo. La primera es la chef de la parroquia de San Juan Pablo II, en Leópolis. A mediados de abril huyó de la región de Kiev con sus hijos de 19, 15 y 13 años, el mayor con una discapacidad.
Demostrar que no es apto para el Ejército para que pueda salir del país requiere mucho papeleo, y aún no lo han logrado. «No pienso volver al menos en un par de años. La situación es difícil, reconstruir nuestra patria llevará tiempo y quiero trabajar y dar lo mejor a mis hijos».
Anna es una de sus pinches. Después de mes y medio de guerra, dejó Jersón «porque no quedaba comida». No quiere irse a otro país para no abandonar a su hijo, que fue reclutado, ni a un tío anciano. «Querría volver lo antes posible, pero hace una semana que no tengo noticias de casa». Intenta mantenerse ocupada ayudando. «Aquí me siento bien», y «estoy contenta de hacer lo que sea».
Atrás quedan los días en los que la parroquia cobijó hasta a 240 personas, casi todas de paso. Ahora son unas 100 y la mayoría, como Olena y Anna, llevan allí cerca de dos meses. Y han empezado a llegar refugiados que regresan, bien por no haberse adaptado fuera, bien para estar cerca de sus familiares llamados a filas. Esperan en Leópolis a que el Gobierno considere que su ciudad es segura.
De hecho, cuando hace unos días José Jesús Pacheco, seminarista venezolano de esta parroquia, viajó a Polonia a por su pasaporte, se sorprendió de que «la fila de autobuses para entrar en Ucrania era más larga» que al revés. No es lo único que ha cambiado. Pacheco ha aprovechado su viaje para insistir a los sacerdotes polacos de que necesitan alimentos y medicinas de forma prioritaria. «Sabíamos que cada vez llegarían menos envíos de comida».
El padre Grzegorz, el creativo sacerdote polaco al frente de esta parroquia encomendada al Camino Neocatecumenal, «siempre dice que seguiremos mientras continúe la guerra y la providencia haga que se mantenga la ayuda», cuenta su seminarista. Antes insistía en quedarse solo con lo necesario y enviar el resto a zonas más afectadas. Pero «ya no podemos gastar 1.000 euros en combustible para un camión». Al principio recibieron bastantes donativos y guardaron buena parte. Pero, al llegar menos envíos de alimentos, tienen que comprar ellos más de la mitad de lo que usan cada día. También para los ancianos de la propia Leópolis, pues con la subida de precios la pensión «no les llega».
Un alojamiento deluxe
La parroquia sigue intentando adaptarse a esta nueva realidad, que no es la situación crítica de las primeras semanas, pero tampoco una vuelta a lo anterior. Con menos gente en la casa, han comprado madera y puesto a los hombres a fabricar camas. «Nos dolía ver a los viejitos en el suelo». También consiguieron lavadoras y secadoras de ropa. En comparación con la acogida en el estadio local, «somos deluxe», bromea Pacheco.
Un momento delicado fue cuando «las familias nos pidieron reabrir la escuela para niños con discapacidad» y la guardería. Al decirles a los desplazados que dormían en esas aulas que pasaran a otras, «muchos tuvieron crisis nerviosas». Pensaban que los echaban. «Algunos pasaron 20 días en un sótano», están traumatizados y «a veces tienen episodios».
También es frecuente que surjan tensiones, sobre todo con quienes no entienden qué es una parroquia y se ponen exigentes porque piensan que esa ayuda es pública. Otros han caído en la pasividad. A Pacheco le preocupan sobre todo los mayores, que apenas salen de la cama. Cada día dedica tiempo a animarlos a pasear «al menos media hora». Algunos psicólogos voluntarios los visitan y ayudan a afrontar estas situaciones. También hacen asambleas para abordar las incomprensiones que surgen. Y, sobre todo, los sacerdotes y voluntarios toman fuerza de «empezar cada día con la Eucaristía y la oración».
Algunos desplazados están volviendo incluso a lugares como Bucha, más golpeados por la invasión. Ruslan Mychalkiw, rector del cercano seminario de Vorzel, estima que si en el peor momento solo quedó en la zona un cuarto de sus habitantes, ahora hay un 40 %. Otros muchos aún no se atreven, sobre todo los que tienen niños pequeños. Al llegar, los afortunados «encontraron sus casas intactas». Otras habían sido saqueadas o eran solo una fachada vacía. Decenas de familias viven en refugios temporales enviados por Polonia.
Mientras, «por todas partes vemos lugares donde el Ejército cava trincheras y se prepara» para otro hipotético ataque ruso. «No es que haya una gran tensión, pero tampoco puedes retomar tu vida ordinaria». Hay gente que ya no tiene trabajo, y los supermercados están destruidos. Quedan tiendas pequeñas, y los centros comerciales de Kiev, para quien pueda permitirse comprar gasolina y consiga repostar. «Las primeras semanas había voluntarios y mucha ayuda», pero ahora se ha concentrado en lugares donde el conflicto está más activo. En el seminario, por ejemplo, solo pueden entregar ayuda una vez por semana.
En Ucrania puedes incluir en el destacado este párrafo final que ya va con el link externo: Todo ello, mientras trabajan para poder reabrirlo con normalidad. Ayuda a la Iglesia Necesitada se ha comprometido a financiar las reparaciones para que puedan retomar su labor en septiembre. «El 27 de mayo los seminaristas vinieron para revisar sus cosas y ver qué les quedaba y qué habían robado», explica el rector. Tres se quedaron ya en el seminario, porque están haciendo labores de pastoral en las parroquias cercanas. Otros están en distintos destinos de la diócesis, como Kiev o Yitómir.