Se llama Ruth y tiene 15 años, aunque no sabe el día en que nació. Es la mayor de una familia de seis hermanos, cuatro chicas y dos chicos. Desde hace un año está en nuestro hospital de Kanzenze, donde reside con su abuela, que vino de otro poblado y que la cuida.
Ruth llegó desde un pueblo llamado Kamalengue. La actividad principal de la zona es la minería artesanal, con un paisaje de casetas con techos de lona naranja, sujetados con estacas o ladrillos. Mucha gente acude allí esperando encontrar algo de dinero, y esas concentraciones de población son un caldo de cultivo para muchas cosas: enfermedades (el año pasado hubo un brote de cólera), prostitución, niños sin escolarizar… Ruth no tiene padre, y su madre, según ella, va también a las minas… pero normalmente en las minas trabajan los hombres, y las mujeres hacen otro tipo de trabajos. Lo que sea para sacar a toda una familia adelante. Desde que está en el hospital no ha visto a su madre, que no se puede permitir el coste del transporte (equivalente a unos cinco dólares) y que, además, no puede dejar a los otros hijos que están a su cargo.
A lo largo de su corta vida escolar, –solo ha cursado hasta tercero de Primaria–, Ruth ha estado con frecuencia enferma, y ha tenido que interrumpir sus estudios mil veces. Ruth sentía cansancio, dolor en las articulaciones, ha tenido problemas de crecimiento… hasta que un día no podía caminar ni moverse del dolor. Lo que tiene es drepanocitosis, pero ni su familia ni ella lo sabían. Es la enfermedad hereditaria más frecuente del mundo, y la mayoría de gente que la padece se concentra en el África Subsahariana. Si se hacen estudios genéticos sencillos y si el diagnóstico se realiza a tiempo, pueden mejorar mucho las crisis propias de esta enfermedad, pero mucha gente no accede nunca a una mínima atención médica. La drepanocitosis es causa también de numerosas muertes infantiles, por la enfermedad en sí y por la dificultad para las transfusiones de sangre, tan difíciles de realizar en las zonas rurales. A pesar de todo, Ruth quiere estudiar. En cuanto su enfermedad se lo permite y retoma energías, te das cuenta de que estás ante una jovencita alegre y vital. Tiene sueños y esperanzas como cualquier otra niña de su edad, sonríe con facilidad, es muy agradecida y no le importa nada empezar cuarto de Primaria con 16 años. Es poco probable que pueda acceder a todo lo que necesita para curarse, y menos aún para estudiar, pero ella quiere ir a la escuela. Y es entonces cuando el Espíritu Santo se pone manos a la obra para suscitar el coraje de lo imposible.