Ruth del Pilar Mora: «Las misioneras tenemos mucho que decir a los poderosos de Davos»
La colombiana Ruth del Pilar Mora es la nueva consejera para las misiones de las Hijas de María Auxiliadora, las salesianas. El pasado mes de mayo participó con otras dos religiosas en el Foro Económico Mundial, conocido como Foro de Davos, por el que pasean de la mano el lujo y el poder para tratar de salvar al mundo de sus problemas ordinarios. En su opinión, la presencia de la Iglesia católica en este tipo de escenarios debe ser una constante y no algo esporádico, porque, «como misioneras sobre el terreno, vemos cosas que nadie ve».
¿Cómo describiría su participación en el Foro de Davos?
Si las misioneras estuvimos en ese importante foro mundial fue gracias a la organización católica Global Solidarity Fund, que llama con mucha insistencia a las puertas de las grandes multinacionales para que sepan el valor de la Iglesia católica en la promoción del desarrollo integral de los pueblos más vulnerables. Nos convocaron porque, como religiosas sobre el terreno, vemos cosas que nadie ve. Estuvimos en mesas de trabajo con grandes empresas —se firmó un acuerdo con Unilever— y participamos en un panel muy importante sobre el liderazgo hoy.
¿Cuál es el ejemplo de liderazgo que dan las misioneras?
Lidiamos con situaciones realmente brutales. He vivido experiencias terribles en Sudán del Sur y en Etiopía. Solo la fe te hace ser una persona capaz de sostener la vida y la esperanza en esas situaciones. Somos un signo de fidelidad a la gente. Sentimos una responsabilidad moral muy fuerte y sacamos fuerzas de donde no las tenemos con la puerta siempre abierta para el que lo necesite, sin partidos, religión o colores.
¿Cómo de importante es la formación en estos contextos?
El acompañamiento a las hermanas es fundamental. El desgaste es muy fuerte, pero desarrollan una resiliencia realmente admirable.
¿Qué mensaje llevó en este sentido?
La presencia de las comunidades religiosas femeninas no está condicionada por los recursos económicos, sino que está motivada fuertemente por nuestra vocación. Vemos a Jesús en los más pobres; esa es nuestra misión, que realizamos con cariño y entrega. El desarrollo no funciona con prisas, porque en los proyectos es muy importante la continuidad. Las ONG tienen fecha de caducidad, pero nosotras estamos siempre. Esto nos permite establecer diálogos con las comunidades locales a largo plazo. En Davos nos sentimos muy escuchadas; saben que nuestro trabajo no es el proselitismo, sino el cuidado.
Son muchos los que critican la capacidad de Davos para salvar al mundo de sus problemas.
Me reuní con un grupo de Kenia que estaba protestando. Son voces legítimas, pero nosotras estuvimos allí ocupando un espacio de diálogo que también es importante. Las dos cosas no son excluyentes. La Iglesia tiene que establecer puentes con todos.
¿Es paradójico que unas misioneras hayan creado alianzas con los líderes más potentes del planeta?
Las misioneras estamos en primera línea del sufrimiento y tenemos mucho que decir a los poderosos de Davos. Es un error pensar que somos ingenuas o sin formación. Además, hemos encontrado a gente muy sensible, que de verdad cree también que un mundo distinto lo podemos construir entre todos, y que está dispuesta a comprometer recursos importantes para el desarrollo. Otro punto muy importante es la credibilidad de la Iglesia. Tenemos que aprender métodos de trabajo que nos ayuden a invertir los recursos de un modo más integral y transparente.
La vida religiosa se enfrenta a la caída de las vocaciones. ¿Qué modelo de vida proponen las misioneras?
Nuestra presencia en Davos puede romper algunos prejuicios en este sentido. Tenemos que refundar la vida religiosa a partir de una experiencia espiritual profunda, pero también encarnada. Hay monjas que dan voz a los pobres a nivel institucional y otras que se entregan a ellos en las zonas más recónditas del mundo.