El 17 de diciembre de 1999, a través de la resolución 54/134, la Asamblea General de la ONU declaró el 25 de noviembre como el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, y ha invitado a los gobiernos, las organizaciones internacionales y las organizaciones no gubernamentales a que organicen en ese día actividades dirigidas a sensibilizar a la opinión pública respecto al problema de la violencia contra la mujer. Desde 1981, las militantes en favor de los derechos de la mujer observan el 25 de noviembre como el día contra la violencia. La fecha fue elegida como conmemoración del brutal asesinato en 1960 de las tres hermanas Mirabal, activistas políticas de la República Dominicana, por orden del gobernante dominicano Rafael Trujillo.
El Papa Francisco, en la exhortación apostólica Amoris laetitia, afirmaba con rotundidad que «aunque hubo notables mejoras en el reconocimiento de los derechos de la mujer y en su participación en el espacio público, todavía hay mucho que avanzar en algunos países. No se terminan de erradicar costumbres inaceptables. Destaco la vergonzosa violencia que a veces se ejerce sobre las mujeres, el maltrato familiar y distintas formas de esclavitud que no constituyen una muestra de fuerza masculina sino una cobarde degradación. La violencia verbal, física y sexual que se ejerce contra las mujeres en algunos matrimonios contradice la naturaleza misma de la unión conyugal. Pienso en la grave mutilación genital de la mujer en algunas culturas, pero también en la desigualdad del acceso a puestos de trabajo dignos y a los lugares donde se toman las decisiones. La historia lleva las huellas de los excesos de las culturas patriarcales, donde la mujer era considerada de segunda clase, pero recordemos también el alquiler de vientres o “la instrumentalización y mercantilización del cuerpo femenino en la actual cultura mediática”. Hay quienes consideran que muchos problemas actuales han ocurrido a partir de la emancipación de la mujer. Pero este argumento no es válido, “es una falsedad, no es verdad. Es una forma de machismo”».
Una de las manifestaciones de esta violencia machista, probablemente, la más cercana en nuestra vida diaria es la violencia doméstica. Pues bien, ¿qué podemos hacer para ayudar? Porque aquellos que nos llamamos cristianos tenemos la responsabilidad y la posibilidad de ayudar a las víctimas de violencia doméstica pero también podemos hacer mucho daño si somos negligentes, perezosos, inmisericordes, miedosos, etc. Por eso quienes nos llamamos seguidores de Jesús tenemos la obligación moral de formarnos e informarnos sobre el tema. Conferencias episcopales de diferentes países (USA, Australia, Nueva Zelanda, etc.) nos recuerdan qué hacer ante la violencia machista:
- Lo primero, escuchar a la mujer que cuenta su problema. Pero no basta con escuchar, aún más importante es creer a esa mujer. Porque lo primero que necesita una mujer maltratada es sentirse creída. Precisamente porque parte del maltrato que ha sufrido consiste en ser insultada, aislada, tomada por loca, incapaz, inútil…
- Evitar soluciones simplistas y espiritualizaciones falsas del problema.
- Evitar el mal uso de la Escritura en cualquier modo que pudiera aparecer como justificando la dominación masculina.
- Estar informados de los recursos disponibles en la comunidad (médicos, legales, albergues, psicológicos y educativos) y saber cómo y cuándo derivar personas para recibir ayuda especializada.
- Prepararnos para enfrentarnos a profundos cuestionamientos espirituales que surgirán en lo referente a la relación de esa persona con Dios y acerca de su valor y dignidad como persona.
- Crear una atmósfera en la parroquia donde laicos y sacerdotes puedan discutir sobre la violencia contra la mujer de forma abierta y honesta.
- Hacer de la Iglesia un lugar seguro donde las víctimas puedan encontrar ayuda, en la línea de la gran tradición de la Iglesia como lugar de asilo.
- Asegurarse que en las homilías se habla sobre el tema de violencia doméstica. Si las mujeres maltratadas no oyen nada acerca de los abusos, piensan que a nadie le importa lo que les pasa.
- Al acercarnos a la mujer maltratada cuidar nuestro lenguaje. No decir nada que pudiera hacerla creer que es culpa suya y que depende de su conducta. Solo el maltratador es responsable del maltrato.
- Cuidar especialmente los cursillos de preparación al matrimonio. Visitar temas como por ejemplo sus métodos de resolución de problemas, de manejo de diferencias…
- Identificar públicamente la violencia doméstica como pecado muy grave.
La Conferencia Episcopal Española, en uno de sus documentos, afirmaba que «nos sentimos sinceramente cercanos a los hombres y mujeres que ven rotos sus matrimonios, traicionado su amor, truncada su esperanza de una vida matrimonial serena y feliz, o sufren violencia de parte de quien deberían recibir solo ayuda, respeto y amor. Acompañamos con nuestro afecto y nuestra oración a las familias que en estos momentos sufren la crisis que padecemos y nos comprometemos a redoblar nuestro esfuerzo por prestarles toda la ayuda posible» (Conferencia Episcopal Española. XCIX Asamblea Plenaria. La verdad del amor humano. Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideología de género y la legislación familiar, 26 de Abril de 2012, n. 144).
Respondamos a esta invitación a sentirnos cercanos a las víctimas para acabar con la violencia machista. Para, entre todos, romper el silencio.
Pablo Guerrero Rodríguez, SJ