Ricardo Piñero Moral: «Estamos generando productos y no personas»
Este catedrático de Estética en la Universidad de Navarra tiene un pódcast en la SER que se titula «Pensemos la vida». Partiendo de esa base en la que un filósofo habla de pensamiento en un medio generalista, entendemos que cada vez que escribe un libro miles de personas corran a comprarlo. En este último, de Palabra, nos propone un Elogio del pensar. Una cuestión de principios.
¿Por qué dedicar un libro a elogiar el pensamiento?
Tengo una motivación concreta. Me preocupan mis estudiantes, que se subrogan a criterios ajenos y están muy polarizados. Eso genera una ausencia total de pensamiento crítico y empobrece a la juventud. Tienen que tener libertad para pensar. Si no piensan, se agostan. Y la calidad de pensamiento es proporcional a la calidad de vida.
¿Se lo dice en clase a sus estudiantes y cala en ellos la propuesta?
Cala porque lo que hacemos en clase es pensar. Yo no pido que estudien algo de memoria. Están prohibidos ordenadores y móviles. Quiero que escriban para que cerebro y mano vuelvan a estar unidos. No se puede pensar con las manos atadas. Pensar es hacer. Partimos de problemas que hemos pensado y, al verlos escritos en el papel, analizamos si nos parecen aceptables o inaceptables. El papel da esa distancia en la que pones a prueba la contundencia y coherencia de tu idea; la pones al servicio de otros.
Ofrece tres pautas claves para pensar.
Cuando hablo de dignidad es para recordar que somos gracias a otros. Cuando hablo de conectividad, es que somos gracias a que estamos con otros. Y cuando hablo de solidaridad es que somos lo que somos porque somos para otros. Las dos consecuencias que tiene todo esto es que nos encontramos en un mundo que hay que conservar, la sostenibilidad, que es un principio de esperanza. Y la perceptibilidad es que esto es mejorable porque como somos hijos de Dios vamos a hacer las cosas razonablemente bien, aunque no nos lo creamos.
La clave de bóveda de todo esto se llama compromiso.
Pensar no está entendido como un ejercicio de abstracción, sino como un compromiso con la realidad y con los demás. El compromiso tiene mucho de donación. Son virtudes teologales transformadas en valores sociales. Lo que nos da la fuerza para comprometernos es esa hondura que tienen la fe, la esperanza y la caridad. Y hacerlo con otros es más interesante que en solitario.
¿Cómo aplicar esto en un contexto universitario en el que prima la especialización y el individualismo?
Mis estudiantes de Economía son brillantes y tienen una gran competitividad, lo que deriva en un individualismo estructural. Quiero que entiendan que son personas, no individuos, que necesitan de los otros. Vivimos una época en la que la universidad es una escuela de especialización que disgrega los saberes. Se cortocircuita la búsqueda de la verdad y esto es el cáncer de la enseñanza contemporánea. La disgregación es interesante desde el punto de vista de la especialización, pero si ponemos ahí el foco estamos generando productos económicos y no personas.
Además, carecemos de referentes.
Esto genera dos cosas. Una, que los jóvenes creen que su criterio es incuestionable. Son extremadamente dogmáticos porque se han fortificado en la ignorancia. No se puede ser libre no sabiendo. Eso a su vez se convierte en otra cosa, que es el fantasma del individualismo, que nos lleva al materialismo y genera el relativismo. Tener un rumbo es fundamental. Antes esos referentes eran grandes profesores, grandes políticos. Ahora los políticos son profesionales de un partido y los profesores, en lugar de ser personas sabias, son especialistas en una materia. Sobresale el conocimiento, pero no ese elemento sapiencial que da la universidad.