Ricardo Calleja: «Una idea que no se encarna no sabemos qué significa»
Dice este profesor del IESE Business School que sus istmos son estrechos lugares de encuentro entre continentes, pero también líneas gruesas que dividen océanos evitando que se confundan. Ediciones More apuesta por los aforismos, pensamientos contundentes que devuelven a la palabra su lugar prioritario en el mundo: lejos de ser un arma arrojadiza, delimita lugares y propone actuaciones. Un buen propósito para 2024.
¿Qué es un istmo en el contexto de este libro?
Por analogía con el fenómeno geográfico, es un sitio donde hay unión y desunión. Es el intento de distinguir sin separar, porque esto es lo que hacen las palabras: que se diferencien dentro y fuera, arriba y abajo, mejor y peor, pero uniendo a las personas a través de lugares comunes.
No es un libro para el gran público. Lo sabemos, ¿no?
No está pensado así y el género de los aforismos no lo es tampoco.
Aunque últimamente proliferan libros de pensamientos breves.
Dice mi editor, Pablo Velasco, que el aforismo es el género del padre de familia que no tiene tiempo para mucho más, que lee cinco párrafos y se queda dormido, o que no tiene tiempo para escribir en exceso. Con este libro busco ayudar a usar las palabras de manera que permitan encontrarse, pero que no lo hagan a costa de confundir o de borrar toda distinción. Es un punto medio entre la mentalidad puramente identitaria y la apertura absoluta.
¿El aforismo favorece este objetivo?
Una de las cosas que tiene es la búsqueda de relaciones, ya sean fonéticas o conceptuales, que adensan el sentido de las palabras y hacen ver que todo tiene un sentido, más allá del significado obvio. El lenguaje tiene una capacidad de generar comunicación y transmitir significados que van más allá de lo que formal o literalmente se puede entender en lo que se dice. A veces hay paradojas ocultas, contrastes que te hacen ver las diferencias, las distinciones que quedan aplastadas por un uso del lenguaje distinto.
¿Qué tiene más peso, un acto o una palabra?
En el ser humano ambas cosas van unidas, aunque no siempre cronológicamente son simultáneas. El ser humano no es capaz de actuar si no hay una palabra. Y la palabra sola no significa nada, porque tiene infinitas posibilidades de interpretación; no comunica nada si no hay hechos. El libro no es una crítica a la modernidad, pero la mentalidad moderna separa cosas que hay que distinguir pero que no hay que separar; entre otras, los hechos y las palabras. Una palabra que no se ha hecho carne, una idea que no se encarna, no sabemos qué significa.
El género, tan contundente, ¿podría pecar de moralista?
He intentado que no tenga un tono excesivamente moralizante, pero hay cosas efectivamente contundentes, lo exige el aforismo. Hay pensamientos que uno expresa que suenan tan bien que parece que son verdad y no siempre es así, hay matices. Pero a veces dices una cosa con matices que no sirve como aforismo; hay que buscar la verdad dura.
Es un lenguaje moderno, lo usamos en redes constantemente. ¿No perdemos así la capacidad de debatir?
Hay una gran diferencia entre la palabra arrojadiza, que suele ser descalificadora y negativa, y la palabra que quiere ser clara o determinante en algún punto pero que no se lanza como una piedra, sino como una semilla que esperas que germine.
Quiere poner muros con palabras a cuatro espacios. ¿Por qué estos?
Empezamos en la casa, luego vamos a la escuela, salimos a la plaza y acabamos en el templo, mis cuatro espacios fundamentales. Se cayeron del libro calle y museo, porque tenía la idea de hablar de belleza, pero la belleza está en todo.
¿Algún istmo favorito?
Hay una secuencia que está desde el inicio y que genera perplejidad. Empieza por «amar es volver», y luego más adelante dice que «volver es engañarse». Esta tensión no se resuelve hasta casi el final, donde dice: «En sentido estricto solo podemos volver a la casa del Padre». Aunque esto es como explicar los chistes, así que no lo voy a analizar [ríe].