Retos, desafíos... Hablan los futuros sacerdotes - Alfa y Omega

Retos, desafíos... Hablan los futuros sacerdotes

Por el Día del Seminario, que se celebra este domingo con el lema Cerca de Dios y de los hermanos, Alfa y Omega reúne a cuatro candidatos al sacerdocio de distintos carismas para confrontarlos con la realidad que les va a tocar vivir cuando sean ordenados: una sociedad secularizada, evangelización, divorciados, pobres, abusos…

Redacción
De izquierda a derecha, Juan Alcalde, Adrián de Prado, Martín Rodajo y Michael Canzian. Foto: Cristina Sánchez Aguilar.

La madrileña calle del Espejo, a pocos metros de la plaza de Ópera, bien podría ser la metáfora, por sinuosa, del camino que los sacerdotes del futuro tendrán que recorrer para anunciar a Jesucristo a la sociedad del siglo XXI. En esa vía escondida se esconde una bonita cafetería que lleva el nombre de una virgen mártir, santa Eulalia. Casualidades. Dentro, en el suelo, se ilumina lo que queda de la vieja muralla de Madrid, ciudad en la que viven estos cuatro seminaristas que comparten camino desde carismas diferentes. Martín Rodajo (M. R.), del Seminario Conciliar; Juan Alcalde (J. A.), del Redemptoris Mater; Michael Canzian (M. C.) es hermano de los Legionarios de Cristo, y Adrián de Prado (A. P.) va a ser sacerdote y religioso claretiano. Nos juntamos para hablar de los retos pastorales que van a tener que afrontar, y los problemas y oportunidades que les exigirán una respuesta.

¿Por qué sacerdote?

J. A.: Nunca había querido ser sacerdote. Jamás. En mis planes nunca entraba el ser presbítero ni la palabra seminario. Siempre he estado en la Iglesia, concretamente en una comunidad neocatecumenal. Mis padres me transmitieron la fe, pero lo de ser sacerdote era para otros, yo tenía mis propios proyectos. Llegó un momento en el que tenía todo lo que pensaba que necesitaba para ser feliz pero mi vida era un sinsentido y, en medio de esa situación, Dios me alcanzó. A partir de ahí, el Señor me ha ido llevando hasta el punto que tuve que gritar que me ayudara. Estoy ya en el cuarto año y estoy contento.

A. P.: En mi caso ha sido un camino largo. Mi vocación ha sido un descubrimiento paulatino marcado por el sufrimiento en la infancia y la adolescencia. Al final de esta, me encontré con los claretianos. En mi caso, la vocación más fuerte es la de religioso y luego, dentro de ese camino, he descubierto la de sacerdote.

M. R.: ¿Por qué Dios ha querido que sea sacerdote? Lo nuestro no es una iniciativa, sino una respuesta. En mis planes tampoco estaba el ser sacerdote, pero Dios se valió de unas personas para replantear mi vida. Y lo único que puedo hacer es responder que sí.

M. C.: Cuando les digo a los chicos del colegio donde estoy que antes tenía piercings, el pelo de punta y era un futbolista semiprofesional me llaman «macarra». En mi familia éramos católicos de cultura, pero no de vida, hasta que mi madre tuvo una conversión muy fuerte y nos arrastró a todos. Me comprometí a tener una relación más cercana a la Iglesia y fue un sacerdote legionario de Cristo el que me cautivó por su forma de ser. Y llegó la pregunta de por qué no ser sacerdote. Tuve que abandonar la idea por la separación de mis padres; tocaba trabajar para sacar a mi madre y a mi hermana adelante, pero la vocación seguía ahí. Dije a Dios que aceptaba, pero que él tenía que atender lo que dejaba. Un mes después mi madre encontró trabajo y, más adelante, mis padres volvieron a estar juntos.

¿Cuáles son las cualidades que debe tener un sacerdote hoy?

M. C.: Disponibilidad las 24 horas.

J. A.: Ser un sacerdote humilde, que se deje hacer por el Señor.

M. R.: Yo pondría el acento en ser una persona de oración, que tenga a Dios en el centro.

A. P.: Debe ser un buscador ardiente de Dios en cada circunstancia de su vida. Y alguien con un corazón sensible a la realidad de la gente.

El Papa habla de «pastores con olor a oveja»…

A. P.: No podemos ser personas alejadas de los dolores de la gente. También creo que Dios quiere ovejas que huelan a su Pastor. Tiene que haber ese doble movimiento.

M. C.: Esa frase me recuerda a un sacerdote de Italia a quien los jóvenes llaman siempre si tienen algún problema. No importa la hora que sea, él siempre está disponible, siempre va a su encuentro.

M. R.: El olor a oveja se adquiere por contacto. Interpreto que lo que el Papa quiere decir es que debemos pasar de un esquema en el que el sacerdote es un mero funcionario o administrador de sacramentos, que está bien, para ir a buscar a los hombres en las situaciones en las que están. Lo suele decir don Carlos, cardenal arzobispo de Madrid, cuando habla de que hay que ir a buscar a los hombres no cómo nos guste que estén, sino como estén.

J. A.: El clericalismo es uno de los grandes problemas de la Iglesia. Lo que hace el pastor con sus ovejas es lo que Cristo ha hecho conmigo; no le ha dado asco cogerme en brazos y llevarme.

¿Cuáles son los principales problemas que afronta hoy la Iglesia?

M. R.: La Iglesia tiene los mismos problemas que la sociedad, porque no es un meteorito que haya caído aquí. Destacaría el olvido de Dios, uno de los grandes males que tiene la sociedad y la propia Iglesia, pues se ha separado la fe de la vida y, por tanto, la identidad de la persona no está configurada por lo que cree.

¿Hay solución?

M. R.: Debemos generar ambientes en los que la gente se reconstruya como persona.

Más…

M. R.: Otro problema es que tenemos personas que se mueven por la emoción, lo que impide que maduren y tomen decisiones en su vida. Esto incapacita para asumir obligaciones, para el sacerdocio, para el matrimonio, para la vida… Porque los sujetos son frágiles. La raíz de todo es la fragmentación de la familia. Una solución sería, entonces, cuidar a la familia.

A. P.: Somos la primera generación eclesial que no está sabiendo transmitir la fe; al menos, en el contexto europeo. Dentro de la propia Iglesia, noto que hay gente que sí vive la fe, pero lo hace con desorientación e incapacidad para la relación con Dios.

J. A.: Uno de los grandes retos de la Iglesia hoy es cómo hacer presente a Cristo en medio de esta generación. Para muchos, sobre todo entre los jóvenes, la Iglesia es algo ajeno. Su contacto con ella se reduce a los titulares de los periódicos, que seleccionan la información más rentable. La realidad es que quizá nunca hayan visto un cristiano con una fe adulta, hay muchos bautizados –cada vez menos– pero pocos viven conscientes de ello. La clave está en la iniciación cristiana.

El Papa habla de acompañar la debilidad, de convertir la Iglesia en hospital de campaña… ¿Cómo abordaríais la situación de una familia herida o de un divorciado?

M. C.: He tenido problemas familiares que me han tocado mucho y me han hecho replantearme muchas cosas. Cuando alguien va a acompañar, la primera reacción suele ser la de decir al otro qué es lo que tiene que hacer. Pero si empezamos así, chocaremos contra una pared. Debemos escuchar, consolar, acompañar… probablemente la persona ya sepa lo que tiene que hacer, pero necesita que alguien la respalde. En el caso concreto de los divorciados, lo primero es acompañar y, además, con mucho tacto.

M. R.: Añado que es importante que ese acompañamiento se materialice en acogida, que la persona encuentre en la Iglesia el lugar donde vivir sus problema. También hay que ejercer la caridad de la verdad, para lo que hay que encontrar la ocasión.

A. P.: Cuando llaman a mi puerta no llama un divorciado, llama una persona. Esto se nos olvida. Viene con su dolor a cuestas y solo espera que le abras la puerta, le mires a los ojos y le preguntes qué necesita. Al final, lo que tiene que hacer un sacerdote o un creyente es ayudar a la persona, en la situación en la que esté, a confrontar su vida con Dios. No hay que ser ingenuos, las situaciones son complejas y las heridas no se van nunca. Algunas veces tendrán un mejor encaje y otras peor, pero hasta en la peor de las situaciones no se puede cerrar la puerta.

J. A.: Para acercarse a la Iglesia no hace falta tener la vida ordenada. Al revés, es a los pecadores, a los que están hechos polvo, para los que ha venido Cristo. Mi experiencia en una comunidad del Camino Neocatecumenal es que la de la vida de fe compartida va sanando a la personas en un cuerpo, que es la Iglesia.

¿Y ante un homosexual? El Papa dijo que quién era él para juzgar…

M. R.: Lo que dijo el Papa es lo que dice el Catecismo. Se agradece que lo haya sacado a la luz, porque se puede hacer una reflexión. Volvemos a lo de antes: tenemos que decirle que está en su casa y acogerle con respeto, compasión y delicadeza. Y como a cualquier persona, acompañarle a descubrir la verdad de su situación.

M. C.: Yo diría que hay que vencer el miedo y salir. Da igual que sean divorciados u homosexuales… Eso sí, si la persona está en el centro, no solo las normas deben responder a los problemas, pues una norma no abarca toda la situación de una persona. A lo mejor hay matices…

¿Y los pobres?

A. P.: El ministerio me tiene que llevar a la casa del pobre; no por un papel, sino por dinamismo interno. Si una característica fundamental para ser sacerdote es la de tener un corazón sensible, cuánto más con la gente que más sufre. Un cura que no tienen ningún amigo pobre es sospechoso.

Los futuros sacerdotes, durante el encuentro organizado por Alfa y Omega en la cafetería Santa Eulalia. Foto: Cristina Sánchez Aguilar.

La Iglesia ha sufrido la conducta de algunos sacerdotes que han abusado de niños. ¿Cómo vivís esto?

A. P.: Con mucho dolor. Para mí siempre es una llamada al perdón y a la responsabilidad por el don que he recibido.

M. R.: El pastor en vez de cuidar a su oveja la ha destruido. Solo puede generar dolor a la Iglesia y afecta a la sensibilidad de todos, creyentes y no creyentes.

J. A.: Pienso lo mismo, pero añadiría la humildad, sabiendo que todos somos muy pobres y el único que nos sostiene es Cristo

M. C.: Suscribo todo lo que han dicho. El dolor no se puede eliminar, pues la herida de un miembro hace sufrir a todo el cuerpo. No juzgar con el dedo no quiere decir justificar, porque esto no se puede justificar.

Hablemos de los medios de comunicación y las redes sociales. ¿Cuál debe ser el papel de la Iglesia en ellos?

M. R.: La Iglesia debe estar presente, pues forma parte de la vida de los hombres. Puede haber un cierto debate sobre la prudencia o el hacer frente: yo soy más de lo segundo.

A. P.: Yo creo que hay que ser conscientes de que los medios tienen un fin y nosotros, otro. En unos convergemos y en otros no. No está de más la prudencia. La Iglesia tiene que ser experta en medios, pero también en comunicación humana.

J. A.: Creo que, sobre todo, con el tema de las redes sociales, se cae en la tentación de decir muchas cosas pero casi ninguna relevante. Además, en tanto en cuanto despersonalizan, dificultan el encuentro entre personas en la verdad. El tema de las redes sociales y los jóvenes es tremendo, pues en vez de mostrarte te oculta, formas una imagen de ti, un ideal, que no se ajusta a la realidad, inalcanzable y lleva siempre a la frustración y a vivir en una mentira.

M .C.: La Iglesia debe ser transparente a la hora de comunicar.

Fran Otero / Cristina Sánchez