Responsabilidades públicas y privadas
«Entre Todos los Santos y Nuestra Señora de la Almudena»: así titula nuestro cardenal arzobispo su exhortación pastoral de esta semana. Escribe:
En el domingo entre dos grandes fiestas: las de Todos los Santos y Nuestra Señora de la Almudena, Patrona de Madrid, la Palabra de Dios que se proclama está centrada en el anuncio del gran mandato de Dios al pueblo elegido y liberado de la esclavitud de Egipto, fundando la Alianza. Cuando Jesús es preguntado por el letrado —¿Qué mandamiento es el primero de todos?—, responde: «El primero es: Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos». En estos dos mandamientos, aclara Jesús, se encierran toda la Ley y los Profetas. Ellos marcan el camino de la vida. Constituyen la única garantía de poder desgranar el tiempo de nuestro vivir en este mundo como itinerario para sembrar y cosechar felicidad hasta llegar al momento último de conseguirla plena y sobreabundante: ¡para toda la eternidad!
Los santos, a los que celebra la Iglesia en su conjunto el día de su fiesta litúrgica, son, primero, la prueba fehaciente de que ése es el camino de la verdadera felicidad, experimentado en peripecias y avatares, los más variados y complejos, dolorosos y gozosos, que enhebran el hilo conductor de la historia del hombre. Y, segundo, la muestra inequívoca de que no es un ideal impensable, inalcanzable. Los santos prueban todo lo contrario: que siguiendo a Cristo, dejándose empapar por su gracia, por la nueva vida recibida del Espíritu Santo, a través de la fe y de los sacramentos, se entiende y se puede realizar, y se realiza de hecho, el ideal de ser hombre en plenitud, es decir, de ser hijo de Dios: ¡de ser santo! La cercanía de María, la Madre de Jesucristo, Madre de Dios y Madre de los hombres, cercanía de ternura y de amor materno que busca y abraza a los hermanos de su Hijo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, nos alivia y fortalece ante los tropiezos y dificultades del camino de la santidad. Con ella, se puede vencer más fácilmente el pecado.
En la noche de Todos los Santos, morían trágicamente en Madrid tres jovencísimas muchachas madrileñas y dos más sufrían muy graves heridas —una de ellas ya ha fallecido—. La fórmula de la fiesta en la que participaban no era precisamente la de abrir a los jóvenes la puerta y las vías de la verdadera alegría que nace de conocer, de querer seguir y de imitar a los santos.
Las vías de la verdadera alegría
Muy distinta fue la fórmula de la alegría de que gozaron —y gozamos con ellos— los dos millones de jóvenes de la JMJ 2011 en Madrid. Dejando a salvo todo lo que contribuya al esclarecimiento legal de las causas que provocaron el dramático suceso, sí hay que alzar la voz de la conciencia personal y ciudadana que debe preguntarse por las responsabilidades públicas y privadas de todos, en los distintos ámbitos de las conductas personales, familiares, sociales, culturales y políticas, a la hora de trazar programas educativos, de crear ambientes para los tiempos libres, de propugnar formas y modos de vivir las obligaciones, la maternidad y la paternidad en la familia, de abrir horizontes profesionales, dignos de la persona humana, etc. ¿No habrá que superar los presupuestos ideológicos dominantes, apuntados tenazmente al relativismo espiritual, moral y religioso, que deja a la persona del joven solo e inerme ante los retos de la existencia, formidables en sí mismos y en cualquier coyuntura histórica, pero de una extraordinaria riqueza y belleza cuando se asumen a la luz de la fe en Jesucristo y teniendo como modelo-guía a los santos? La responsabilidad nuestra, de la Iglesia, de sus pastores y fieles, es naturalmente mucho mayor: ¡cualitativamente mayor! Ahí tenemos la Misión Madrid, prolongación de la JMJ 2011, planteada y vivida como nueva evangelización para la transmisión de la fe, en sintonía pastoral plena con el Año de la fe, convocado por el Papa Benedicto XVI, como un momento providencial para responder a la llamada del Señor que nos apremia a evangelizar a nuestros jóvenes: a los lejanos y también a los cercanos.

En la Vigilia de la fiesta de la Almudena, Madre y Patrona de los jóvenes de Madrid —¡Vigilia tradicionalmente suya!—, pediremos por las jóvenes amigas fallecidas, por la recuperación pronta y completa de la que ha quedado gravemente herida; pediremos que los jóvenes de Madrid avancen en el camino de la verdadera alegría y de un futuro de plenitud humana y cristiana que quedó abierto para todos ellos y para las nuevas generaciones de jóvenes madrileños, que les seguirán, en la JMJ 2011; un camino que el Santo Padre iluminaba con su palabra, en la homilía de la gran Eucaristía final en Cuatro Vientos: «Queridos jóvenes, también hoy Cristo se dirige a vosotros con la misma pregunta que hizo a los apóstoles: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondedle con generosidad y valentía como corresponde a un corazón joven como el vuestro. Decidle: Jesús, yo sé que Tú eres el Hijo de Dios que has dado tu vida por mí. Quiero seguirte con fidelidad y dejarme guiar por tu palabra. Tú me conoces y me amas. Yo me fío de ti y pongo mi vida entera en tus manos, quiero que seas la fuerza que me sostenga, la alegría que nunca me abandone».
A Nuestra Señora de la Almudena le rogaremos que la respuesta de sus jóvenes madrileños y de sus mayores sea la que les pedía el Papa: la de la fe y del amor inquebrantable a Jesucristo, fecunda, gozosa, humana y espiritualmente.