Si no me hacen caso y se les ocurre ver Respira, una de las series más consumidas y promocionadas del momento en Netflix, tal vez lleguen a conclusiones como que la sanidad pública en España (bueno, sobre todo en Valencia y, por analogía, en Madrid) está tan mal que, por culpa de los políticos de derechas, hay médicos que no aguantan más y se terminan suicidando. No se asusten, hay más, mucho más. Más y peor.
La primera temporada consta de ocho capítulos, de algo menos de una hora de duración cada uno. Tal y como concluye, hay amenaza seria de una segunda entrega.
En el marco de una huelga general y con una trama politizada hasta el alipori, en Respira desfila todo lo que se atrevan imaginar de la ideología woke, en una serie española de médicos en la que solo salen médicos. Estoy convencido de que, si no me hacen caso y se les ocurre verla siendo enfermeras, celadores o, por supuesto, médicos, no van a pasar del primer capítulo (por vergüenza profesional, tal vez hasta el momento en que médico y residente son tan empáticos que se ponen a hacer una extracción de sangre en una pescadería).
La serie aspira explícitamente a estar a la altura de Anatomía de Grey y resulta ser, a la postre, como el famoso meme en el que aparecen dos fotos: cuando pides algo y cuando te llega por AliExpress. Respira, sin embargo, está lejos de ser un producto low cost. Creada por Carlos Montero (Élite) y dirigida por David Pinillos y Marta Font, el verdadero drama no es el médico sino ver tanto talento desperdiciado en actrices de la talla de Najwa Nimri, Aitana Sánchez-Gijón o Blanca Suárez.
En la serie todo el mundo anda como pez fuera del agua, pegando bocanadas. La metáfora tendría fuste si lo que se nos cuenta no fuera una suerte de océano, con muchas posibilidades pero con un centímetro de profundidad. Si al charco encima le añades descarada corrección política y chapapote ideológico, el resultado es como para contar hasta tres, respirar profundo y salir corriendo.