Repara mi Iglesia - Alfa y Omega

Una semana del mes de agosto he participado en un campo de trabajo organizado por un sacerdote de Madrid que lleva varios años restaurando con un equipo de voluntarios iglesias de España. En esta ocasión tocaba la parroquia de Chelva, un pueblo inesperado del interior de Valencia con retazos de las tres culturas y calles que nada tienen que envidiar a las de las islas griegas o a la maravillosa Chefchaouen marroquí. Quería trabajar con las manos, algo que me mantuviera concentrada en conseguir un objetivo concreto y tangible. Quería también responder a esa llamada que recibió san Francisco de Asís. Quería entrar a un templo y valorar realmente lo que supuso construir esas columnas, esos retablos, hasta los rosetones de madera de una puerta. Quería valorar todavía más el ingente patrimonio olvidado que tenemos en España. Lo he conseguido. He aprendido a enyesar, a pintar una cupulita, a decapar pintura. Me he mareado con el olor del disolvente, he tenido agujetas de subirme al andamio y he aprendido a estar más callada de lo que habría querido y a tapar grietas con masilla. Pero, sobre todo, he visto cómo hay gente buena que entrega su tiempo vacacional a reparar la iglesia y la Iglesia.