La economía civil representa una tradición de pensamiento económico y filosófico que tiene sus raíces más próximas en el humanismo cívico (siglo XV) y más remotas en Aristóteles, Cicerón, santo Tomás de Aquino y la escuela franciscana. Su edad dorada tuvo lugar durante la ilustración napolitana. Mientras en Escocia Adam Smith y David Hume desarrollaban los principios de la economía política, en esos años, Antonio Genovesi, Gaetano Filangieri, Ferdinando Galiani y otros desarrollaban en Nápoles la economía civil.
Las escuelas escocesa e ítalo-napolitana tenían muchos aspectos en común: el mercado visto por encima de todo, como salida a la sociedad feudal; el elogio del lujo como fuerza para el cambio social; la comprensión de la revolución cultural que traía el crecimiento del comercio; el reconocimiento del papel esencial de la confianza para la economía de mercado y para el progreso cultural; y la modernidad de su visión de la sociedad y del mundo.
Sin embargo, hay una diferencia crucial entre ambas escuelas. Para Smith –y para la tradición que le siguió y se convertiría en la economía oficial–, el mercado es el medio de construir relaciones que son genuinamente sociales porque es libre de lazos verticales. Según Smith, la existencia de relaciones de mercado en la esfera pública (y solo ahí) asegura que en la esfera privada la amistad es genuina, escogida con libertad y desconectada del estatus.
La tradición de economía civil disiente de estos postulados. Para ella, el mercado, la empresa, la economía son en sí mismos lugares en los que se pude dar la amistad, la reciprocidad, la gratuidad, la fraternidad. Rechaza la noción actual de que el mercado y la economía difieren radicalmente de la sociedad civil y que están regidas por principios diferentes. En su lugar, la economía es civil, el mercado es vida en común y comparten la misma ley fundamental: la ayuda mutua.
Las economías de mercado son una constante en muchas culturas; se conciben como patrones de comportamiento o, de forma más general, como sistemas organizados de valores. A su vez, el tipo y el grado de coherencia de los sistemas de mercado con las culturas tienen efectos sobre los propios sistemas. Es esperable que una cultura de individualismo extremo tenga resultados diferentes a los de una cultura en la que los individuos, aunque también puedan estar motivados por el interés propio, albergan un sentido de la reciprocidad. Del mismo modo, una cultura de paz y armonía sin duda tendrá en el frente económico distintos resultados que los de una cultura de competencia agresiva.
Al contrario de lo que muchos economistas siguen creyendo, los fenómenos económicos tienen una dimensión interpersonal primaria. Los comportamientos individuales se integran en una red preexistente de relaciones sociales que no pueden ser consideradas como una mera restricción, sino que dan pie a los logros y motivaciones individuales. Las aspiraciones de las personas están profundamente condicionadas por la sabiduría convencional sobre qué hace que merezca la pena vivir.
Necesitamos con urgencia una nueva orientación antropológica dentro de la economía. Se requiere una fundamentación teórica a partir de la que se pueda explicar cómo los factores culturales y las opciones económicas interactúan y cómo esta interacción se retroalimenta con las relaciones sociales. Durante el último siglo, la teoría económica predominante abogaba por el divorcio entre las decisiones económicas y la filosofía política y moral. Esto fue apoyado por la idea de que la economía solo debe preocuparse por los medios y no por los fines.
No pretendo ocultar las dificultades que acechan a la implementación práctica de un proyecto cultural dirigido nada menos que a un cambio de paradigma en el análisis económico. Como en todas las empresas humanas, sería ingenuo imaginar que determinados cambios no provocan conflicto. No resulta accidental que en la sociedad actual esté extendida una cierta angustia sobre el futuro. Algunas personas y grupos de presión la están explotando como arma política. De ella se deriva, dependiendo de las circunstancias, un maquiavelismo centrado en el mercado o un maquiavelismo centrado en el Estado. Aquellos que profundizan en la economía civil deberían luchar contra esta cultura neomaquiavélica y su subyacente relativismo ético.
Stefano Zamagni
Profesor de Economía en la Universidad de Bolonia (Italia) y miembro del Pontificio Consejo Justicia y Paz