Se cumplen cinco años desde que el Gobierno decretase el Estado de alarma por el coronavirus. Un recuerdo muy doloroso que todos hemos vivido en primera persona, con familiares o amigos fallecidos, quienes aún conviven con las secuelas, negocios arruinados, empleados en ERTES. A pesar de las dificultades, los españoles seguimos adelante. En muchos casos, intentando sepultar esos recuerdos en una habitación del cerebro o del corazón, al que le han echado la llave para no volver a abrirlo. Ahí está, no se olvida, pero mejor no entrar para remover.
Eso es exactamente a lo que se han dedicado algunos políticos y periodistas durante estos días. Remover el dolor, intentar abrir esos recuerdos con un fin partidista, demostrando que hay quienes por unos votos o por acabar con un adversario son capaces de lo más bajo. Además de demostrar que piensan que los ciudadanos son tan manipulables que se van a creer la versión interesada y manipulada que ofrecen de lo que pasó, como si esos ciudadanos no lo hubieran vivido. La táctica es conocida: desde el dolor y las emociones, intentan nublar la inteligencia de los españoles para condicionar la percepción de lo sucedido.
Algunos han llegado tan lejos que han imputado asesinatos a políticos y sanitarios que atendían a personas mayores en las residencias. Hay ministros que culpan a otros de genocidio con una soltura pasmosa. Ponen toda su artillería mediática contra la Comunidad de Madrid, como si el coronavirus solo hubiera sido letal aquí y no en las otras 16 autonomías. Y se ocultan los confinamientos ilegales, los casos de corrupción que salpican a ministerios y gobiernos autonómicos con la compra del material sanitario, los comités de expertos inexistentes, las llamadas a participar en manifestaciones a sabiendas de riesgo de contagio… Esa es su memoria selectiva, aunque la llaman «memoria democrática» en función de a qué ideología convenga. Reescribir una historia tan cercana y dolorosa no les está saliendo bien.