Recibir a Jesús: elegantes, pero no disfrazado - Alfa y Omega

Recibir a Jesús: elegantes, pero no disfrazado

María Martínez López
Ilustración: Asun Silva.

Ha empezado ya la temporada de las Primeras Comuniones. «Este día queda grabado en la memoria, con razón, como el primer momento en que se percibe la importancia del encuentro personal con Jesús». Lo dijo el Papa el pasado 22 de abril. Pero, para que esto sea así, Benedicto XVI pidió a los padres, a los sacerdotes y a los catequistas que ayuden a los niños a preparar «bien esta fiesta de la fe, con gran fervor, pero también con sobriedad».

Sobriedad quiere decir que no se haga demasiado gasto en el banquete, el vestido o traje, la peluquería, los regalos… Nada de eso es lo importante, sino que, «en la Última Cena, Jesús instituyó la Eucaristía: bendijo el pan, dijo que era su Cuerpo», y bajo esa forma se entregó a nosotros. Así lo explica Silvia, catequista de la parroquia de Nuestra Madre del Dolor.

El párroco, padre José Luis, explica que «siempre intentamos invitar a los niños a que no conviertan esto sólo en una gran fiesta. ¡No es la pasarela Cibeles! Muchos padres están de acuerdo con nosotros. Hay niños que vienen simplemente con pantalón corto, chaqueta y una cruz de madera. Pero, a veces, los niños caen en la trampa: si la amiga se viste de princesa, ellas quieren un vestido mejor; si el compañero se viste de almirante, ellos quieren ir de coronel, y arrastran a sus padres», aunque implique gastarse mucho dinero. Pasa lo mismo con los regalos que reciben unos y otros, o con el banquete. «A base de repetirlo mucho en catequesis, van descubriendo que no se trata de eso».

Para convencerles, Silvia siempre les dice que «lo que mira Dios es cómo te has preparado por dentro; no le importa cómo vais vestidos. A mi hijo, que hará la Primera Comunión el año que viene, ya le he dicho que va a ir elegante», porque es un día importante, «pero que no hace falta ir como si fuera una fiesta de disfraces. Ya tienen edad para comprenderlo».

Ni vestido ni traje… Yo, túnica

Algunas parroquias han dado un paso más para que las Primeras Comuniones no se conviertan en un pase de modelos. En San Juan Bautista de Carballo, en La Coruña, desde hace 45 años, todos los niños hacen la Primera Comunión con una túnica blanca. El padre José García, el párroco, nos explica que lo hacen para que ese día no se note, por el vestido, quién tiene más dinero. Si alguien no puede comprarla, la parroquia se la presta. «Es bonito, porque todos se sienten hermanos en comunión. Todo el mundo está acostumbrado: sus padres, e incluso sus abuelos, ya hicieron la Comunión así».

La túnica «no es un disfraz —explica don José—, sino una túnica bautismal, el recuerdo de la vestidura blanca que se entrega a los niños cuando son bautizados. De hecho, cuando se bautiza a algún niño en la misma celebración de la Comunión, viene con ropa normal y, después de bautizarle, se le pone la túnica».

Pero, ¿qué significa esta vestidura blanca? Lo explicó el Papa, en el año 2006, a niños alemanes que habían hecho la Primera Comunión: en el mundo antiguo, «el blanco era el color de la luz. Las vestiduras blancas significan que en la fe nos transformamos en luz, abandonamos las tinieblas, la mentira, el engaño, el mal en general, y nos transformamos en personas luminosas, adecuadas para Dios» y que reflejan su bondad.

La amistad crece cada día

Es fundamental que la Primera Comunión no sea también la última. Cuando el padre José Luis les pregunta a los niños de la parroquia de Nuestra Madre del Dolor, los que lo tienen más claro responden: «¡No es la última! Ahora puedo comulgar, incluso todos los días». Es decir —explica el sacerdote—, «la Comunión es el inicio de un encuentro con Jesús, cada día más fuerte». Eso no se nota sólo en el niño que recibe por primera vez a Jesús, sino en toda su familia: para don José Luis, «la medida de si la catequesis va bien es que luego vengan el domingo a misa con sus padres». A veces, el compromiso es mayor, como en el caso de Silvia: «Nosotros íbamos a la misa de familias, empezamos a hacer amistades, a tener encuentros… Oíamos a los padres comentar que no había suficientes catequistas. El año pasado, mi hijo Pablo empezaba la catequesis, y decidí hacerme yo catequista. También lo han hecho otras madres».