Ramadán en la iglesia
Santa Anna de Barcelona ha abierto su claustro como signo de hospitalidad para que los musulmanes sin hogar rompan el ayuno de Ramadán, que termina entre el miércoles y el jueves
La fraternidad se construye en la vida ordinaria, con pequeños gestos. Por eso, cuando la Asociación de Mujeres Marroquíes de Cataluña pidió a Peio Sánchez, rector de Santa Anna en Barcelona, ofrecer el iftar –la cena que rompe el ayuno durante el Ramadán– en el claustro de la iglesia, no lo dudó. Algunas de las mujeres de la asociación son voluntarias en este templo y muchos de los que acudirían a las cenas son jóvenes sin hogar a los que habitualmente ya atienden.
Todo el mes –el Ramadán concluye entre este miércoles y jueves– la presidenta, Faouzia Chati, ha llegado cada día a las 15:30 horas para preparar la harira, la sopa típica. Para cocinarla hacen falta tiempo y tranquilidad, como mandan los cánones, a los que ella añade «cariño y amor», como dice en conversación con Alfa y Omega desde los fogones. La organización que preside ya organizaba cada año hasta la llegada de la pandemia la ruptura del ayuno en este periodo para personas vulnerables. En 2020 no se pudo hacer, y este 2021 no tenían un lugar adecuado. «La idea fue de mi marido, que me dijo que por qué no le preguntaba al padre Peio si nos cedía el claustro», añade. Lo hizo y lo consiguió.
«Nos pareció que ofrecer este espacio para que los musulmanes sin hogar pudieran tener el iftar era una medida de hospitalidad en una situación extraordinaria como es la pandemia», apunta Peio Sánchez. El sacerdote le resta grandilocuencia al gesto, pues va «en la línea natural de diálogo y colaboración con los musulmanes, con los que compartimos vida». Es un signo más, añade, de una apuesta por construir una fraternidad común desde las diferencias de cada religión.
Durante todo el mes han pasado por Santa Anna una media de 60 personas cada día, la mayoría jóvenes y, entre ellos, muchos extutelados. Algunos duermen en la calle, otros en asentamientos o en fábricas ocupadas.
Sentados en la mesa, algunos de los chicos hacen videollamadas con sus familias para contarles, orgullosos, que están rompiendo el ayuno en comunidad. Mientras comen reciben unas pequeñas palabras a modo de catequesis, pues, según Faouzia Chati, muchos no han estudiado nada en su país y «hay que explicarles la religión».
Peio Sánchez constata que esta experiencia no deja más que elementos positivos. En primer lugar, porque las personas conectan «con algo bastante íntimo de su experiencia religiosa, pero también con su infancia, con la harira de su madre…». Y, en segundo término, porque permite a la parroquia hospital de campaña aproximarse mejor a la realidad que viven estos jóvenes y, desde ahí, propiciar otros acompañamientos, como el social o el laboral. «La mayoría de los chicos ya estaban con nosotros, pero hemos establecido un vínculo más próximo y familiar gracias a este signo religioso», añade el sacerdote responsable de la parroquia.
Faouzia Chati, que comparte con muchos de sus correligionarios el sentimiento de felicidad y gratitud por que la Iglesia les haya abierto sus puertas durante el Ramadán, recuerda que «las religiones sirven para unir y no para separar» y defiende que cristianos y musulmanes se ayuden mutuamente. «No hay diferencia a los ojos de Dios», concluye.
En Bilbao, la diócesis –que ha aportado lugares para la preparación y distribución de la comida– y congregaciones como los jesuitas –a través de la Fundación Ellacuría– o los maristas han recogido la invitación de las mezquitas de la ciudad para echar una mano y ofrecer el iftar a los musulmanes más vulnerables este Ramadán. La situación sanitaria impidió que las cenas pudieran tener lugar en la mezquita y, así, se creó toda una red para atender a estas personas. Una red tejida entre musulmanes y cristianos, juntos.
Jon Ortega es un joven voluntario de la Fundación Ellacuría. Estudia primer curso de Derecho y Relaciones Internacionales y acompaña desde marzo a un bereber que se forma en mecánica. Le echa una mano con el español. Ortega también se apuntó a esta iniciativa. Las veces que ha acudido, ha colaborado en el envasado y empaquetado de la cena, así como en el reparto.
«Vivimos en la misma ciudad, a unas calles de distancia, y, sin embargo, no tenemos contacto. Iniciativas como esta permiten conocer otras realidades que enriquecen. Y son gente majísima», explica. Antes, a él y a otros voluntarios les habían explicado en qué consiste el Ramadán, tanto desde su dimensión espiritual como desde los detalles del día a día.