La famosa sentencia de Jesús de que nadie es profeta en su tierra tiene muy pocas excepciones. Tampoco tiene muchas excepciones otro dicho popular, el de que solo reconocemos los méritos de las personas cuando nos dejan. El merecido, caluroso y concurrido homenaje el mes pasado en Baena (Córdoba) al que fuera durante tantos años presidente de la Hermandad Obrera de la Acción Católica (HOAC), consultor del Consejo Pontificio de los Laicos y secretario general de Manos Unidas, Rafael Serrano Castro, da fe de que a veces se da esta doble excepcionalidad.
En el magnífico diccionario del laicado dirigido por Eloy Bueno y Roberto Calvo, Rafael Serrano es autor de varias voces como doctrina social de la Iglesia, laicado, y trabajo.
Doctrina social de la Iglesia. Habiendo trabajado como jornalero, albañil, metalúrgico y administrativo, en su Baena, en Vitoria y en Barcelona, cuando viene a trabajar a Madrid, aún muy joven, empieza a estudiar doctrina social de la Iglesia en el Instituto Social León XIII, haciendo desde entonces de ella la luz con la que mirar la realidad para cambiarla, como ideal de su compromiso sindical y político.
Laicado. Maduro y valiente para la Iglesia tras el Concilio Vaticano II. Rafael no ha dejado jamás de promover el despertar de los laicos en la Iglesia con fortaleza y delicadeza a la vez: reivindicando (el papel de los laicos en la Iglesia), sin reivindicar; interviniendo sin caer en el clericalismo; rediseñando y reformando la Iglesia posconciliar sin quebrantar a nadie. Y todo esto bajo una premisa insoslayable: aunar los diversos carismas laicales, sembrando comunión.
Trabajo. Rafael no solo se ha pasado la vida promoviendo la clase media de la santidad de la que habla el Papa Francisco para el hombre y la mujer trabajadores, sino que ha estado siempre a la cabeza en la defensa de sus derechos, haciendo que no uno solo, el primero de mayo, sino todos los días del año sean para todos ellos fiesta de san José Obrero, que promulgara Pío XII. El santo al que Rafael tiene más devoción, como decía Chesterton, es el santo del lunes: todos aquellos que los lunes se levantan temprano y sin llamar la atención ni salir en las noticias, van a trabajar y descubren su dignidad de hijos de Dios en la dignidad de su trabajo.
Veo ahora a Rafael que sigue impulsando sin tregua el laicado en Madrid, y veo a todos esos jóvenes participando en los Parlamentos de la Juventud y me digo: «¡Que sean como él! ¡Necesitamos muchos Rafaeles Serrano!».