Ya me costó asumir que el amor no era tan incondicional como yo esperaba y que los intereses personales están por encima hasta de los vínculos filiales. Pero el otro día, cuando me topé de casualidad con el tan citado programa de un tal Broncano, después de una entrevista llena de desinterés y groserías llegó una sección con una periodista —o vaya usted a saber— que presentó a los televidentes una nueva moda. Se llama copaternidad, o así la llaman, y no es otra cosa que buscar a un amigo, conocido o cita de aplicación móvil para tener descendencia juntos, pero no revueltos. Que es muy cansado eso de convivir y aguantar los malos días del otro. Pero oigan, que ser padre mola mucho y así cuando sea viejo no estoy solo. «Para compartir las alegrías, pero también las responsabilidades económicas y psicológicas de la crianza», decía la susodicha, para blanquear el asunto. Yo, qué quieren que les diga, no doy crédito a que personas ya con sus más de 30 años puedan pensar que una criatura es un capricho que se puede compartir y cuidar como si fuera un tamagotchi, uno lunes y miércoles y el otro martes y jueves. Si ya con familias sanas tenemos estas taras, qué será de estos hijos en el futuro.