Madeleine Delbrêl es poco conocida en España, pero desde hace unos años se han publicado artículos y libros sobre ella. El cardenal Martini la considera una de los grandes místicos del siglo XX y el grupo Amigos de Madeleine Delbrêl se puso en marcha en Madrid para dar a conocer su pensamiento y su aportación a la evangelización de Europa. Su vivencia de la fe cristiana en un ambiente muy descristianizado, en la Francia de los 50, es muy esclarecedora en la España del año 2022.
Nace en 1904 en un pueblo de la Francia profunda del Sur Oeste. Es hija única de unos padres de la pequeña burguesía provincial. Su padre trabaja en los ferrocarriles y tiene destinos distintos hasta que llega a París en 1916. Madeleine es muy inteligente, con dones para la poesía, la filosofía y la música. Sigue sus estudios en la Soborna y, poco a poco, en el ambiente estudiantil, se va deshaciendo de su infancia religiosa. Llega incluso a un cierto ateísmo y, en 1917, declara: «Dios ha muerto, viva la muerte». Algunos años después va descubriendo en su entorno a unos jóvenes cristianos y su fe, muy comprometida, la seduce. Después de meses de un cierto desconcierto y lucha interior, siente que Dios viene a su encuentro. Es muy discreta sobre su conversión, pero no deja durante toda su vida de referirse a esta, que tiene fecha: 29 de marzo de 1924.
A los 20 años se considera «deslumbrada por Dios». Vive en el centro de París, y se acerca a la parroquia más cercana, Saint Dominique. Toma contacto con uno de los vicarios, el padre Lorenzo, y poco a podo se compromete en una tarea de educadora de jóvenes. Entra en el escultismo. Descubre la miseria escondida de muchos ancianos en estos barrios céntricos y luego sabe de la miseria que se vive en el llamado cinturón rojo de París. Ayudada por el padre Lorenzo y por compañeras de escultismo, decide dejar su barrio de París e irse a vivir a un municipio obrero. Con amigas se traslada a Ivry, la capital del comunismo francés. Quieren servir a la Iglesia local y a los pobres y no creyentes. A partir de esta fecha empieza para ella una verdadera aventura, confiando en la Gracia de Dios.
Al contactar con una población descristianizada, y a veces hostil al cristianismo, nos habla de la fe vivida «al pie de calle»: se reza en el metro, en el tren de cercanías, en el centro comercial, en el centro de salud… Lo cotidiano es siempre nuevo. No hay nada que no sea importante. Dios está donde se hallan esos rostros de hombres y mujeres de la vida diaria. Madeleine termina sus estudios de asistente social y es contratada por el Ayuntamiento en los Servicios Sociales. Es competente y tiene una gran capacidad de empatía. Lo vive todo como creyente en Jesús. Quiere ser «Jesús Cristo» en medio de la muchedumbre. No tiene afán de proselitismo ni estrategia de evangelización. Algunos miembros de la Iglesia quieren «reconquistar» a la clase obrera. Ella busca la santidad del Evangelio: «Nosotros, gente de la calle, creemos con todas nuestras fuerzas que estas calles, este mundo en el que Dios nos ha puesto, es para nosotros el lugar de nuestra santidad».
Sin despreciar a la parroquia, se da cuenta de que, ante la desconfianza de una gran parte de la población, la comunidad tiene la tentación de replegarse y aislarse. Con algo de ingenuidad al principio, pero con una capacidad de empatía poco ordinaria, favorece el dialogo de tú a tú sin ningún complejo: «En un mundo sin Dios, indiferente, hay hombres y mujeres que intuyen a Dios. Es el gran misterio. […] Es importante decir al mundo: Dios está en ti. No lo imagines fuera de ti en un cielo inasequible».
Vuelta al Evangelio
Por la gente sencilla de la calle, el pobre que sale cada día del refugio de ancianos, los diversos colectivos obreros… Madeleine se interesa por todos. No forma parte de ninguna organización católica ni de la Acción Católica. Quiere ser libre para hablar de tú a tú. Dialoga siempre en defensa de los trabajadores, con su compromiso evangélico. La fe, dice, «no es un contrato intelectual sino una alianza con Dios en la vida y para toda la vida». Vuelve siempre al Evangelio, lo lee cada día; pocas veces pierde la Misa diaria, y su misal está lleno de nombres.
En esa época, el Partido Comunista se presenta como la «salvación» del mundo popular y Madeleine llega a decir que la fe va a ser poco a poco algo «impensable». En 1950 afirma: «El término Dios es intraducible en nuestros ambientes. Para evangelizar, es preciso aclararlo, acercarlo, hacerlo presente. Es preciso dar testimonio de Él, mediante toda una actitud de vida, con nuestras opciones, con actos concretos, que suponen a Alguien invisible, pero vivo, intocable pero actuando». «Nada nos dará el acceso al corazón de nuestro prójimo sino el hecho de haber dado a Cristo el acceso nuestro», asevera. 60 años después de su muerte, en Ivry su memoria sigue viva.
Madeleine es una mujer fuerte dentro de una salud que, a veces, se le quiebra. Es humilde y paciente. ¿Cuál es su gran secreto? Un gran conocedor suyo, el padre Pitaud, PSS, lo resume así: «Antes de que Dios se hiciera Alguien para ella, todo estaba colocado bajo el signo de la muerte, la muerte absurda. […] Ella descubre el Dios vivo en un deslumbramiento que no cesara jamás. […] La vida ya no está limitada por la muerte; la muerte ya no es la parada definitiva de la vida, […] la muerte es el paso de la vida a la Vida. […] Se trata de vivir la vida invadida por la eternidad de Dios». Cuando hablamos de la vida eterna a nuestros contemporáneos, mucho la ven como una cosa triste y aburrida, ¿sabemos anunciar y vivir esa Buena Noticia?