¿Queremos vivir de forma insípida? - Alfa y Omega

¿Queremos vivir de forma insípida?

Domingo de la 24ª semana de tiempo ordinario / Marcos 8, 27-35

María Yela
'Jesús habla con sus discípulos' de James Tissot. Museo de Brooklyn, Nueva York
Jesús habla con sus discípulos de James Tissot. Museo de Brooklyn, Nueva York.

Evangelio: Marcos 8, 27-35

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos le contestaron: «Unos, Juan el Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas». Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?». Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías». Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto. Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días».

Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!». Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará. Pues, ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?».

Comentario

El Evangelio de este domingo nos presenta reflexiones, emociones y propuestas intensas y complejas, como la vida misma: hermosas unas veces, difíciles otras.

Tomar la cruz, seguirle, reconocerle Mesías, no tener miedo…

¿Cómo conseguir eso?

La cruz forma parte de nuestro día a día, ya sea si padecemos enfermedades o aquellos a quienes queremos; otras veces se presenta como fracaso de planes en los que pusimos empeño e ilusión o si nos suspenden tras esforzarnos; si sufrimos un disgusto familiar o un accidente; si nos roban o dañan; si discrepamos con los vecinos o con los compañeros de trabajo; si nos olvidan o abandonan, si no podemos cubrir nuestras necesidades básicas, etcétera.

La cruz riega nuestros caminos. Pero también lo hacen los proyectos  plagados de entusiasmo, la actitud de confianza, nuestra capacidad de perseverancia y superación, nuestra esperanza. Y más nos vale, porque si no asumimos que la vida trae situaciones dolorosas en las que no encontramos soluciones rápidas, sumamos más dolor.

Tras un primer momento lógico y hasta saludable de sorpresa y rechazo, dispongámonos a aprender de las dificultades, a responder con ánimo, a poner nuestra mirada en Jesús e intentar, como Él, hacerlo desde la confianza y la entrega, incluso en los momentos de mayor oscuridad.

¿Cómo respondemos a las preguntas que nos hace continuamente? ¿Quién soy Yo para ti? ¿Quién es tu hermano? ¿Eres capaz de darte? ¿Y de dejarte ayudar, de acogerme? Él, que es luz en nuestro camino, nos anima a asombrarnos, a ser sensibles y a descubrir día a día respuestas; a comprender que no tenemos todas las herramientas deseables para dar solución a nuestros retos, pero sí podemos abrirnos, conocerle y reconocerle como Mesías, como fuerza y razón.

Vivir un encuentro pleno con Él, notar que a su lado arde nuestro corazón, y hacerlo reconociendo otras luces cercanas, es un regalo que debemos impulsar y cuidar. Muchas veces lo conseguimos precisamente siendo luz para otros; otras veces descansando en su regazo cuando no podemos más y confiando en su apoyo. Haciéndonos pequeños nos hacemos paradójicamente inmensos, uniendo nuestras cruces y nuestras esperanzas. Dejándole actuar y escribir en nuestras vidas. Descubriéndole dentro.

Acudamos a Charles de Foucauld, a su Oración de abandono: «Padre, pongo mi vida en tus manos, con todo el amor de mi corazón. Haz de mí lo que quieras. Sea lo que sea te doy las gracias, porque te amo y amarte es darme sin medida, con infinita confianza, ya que Tú eres mi Padre». Saber que Él nos quiere más que lo que nosotros mismos podamos querernos, saber que tiene un proyecto para nosotros, saber que podemos descubrir una dimensión que nos hace avanzar, día a día, en esa búsqueda y ese encuentro, es algo inmenso, nos da sentido incluso en medio de nuestros tropiezos y de nuestras dudas. Porque también existen.

¿Qué otra opción mejor podríamos encontrar? ¿Dónde buscar otros horizontes de felicidad? ¿Queremos vivir de forma insípida, sin involucrarnos, sin sentir, sin amar ni compartir?

Intentemos dar sentido a nuestros días, no conformarnos con migajas vitales ni agarrarnos a ilusiones vanas. Compartiremos con Él cruz y también resurrección. Cada jornada. De manera sencilla. A veces parecerá que vamos para atrás como los cangrejos, pero el camino continúa y renovaremos fuerzas. No estamos solos. A su lado, el miedo se diluye.