Las familias, esta vez, ofrecen reflexiones sobre la vivencia del confinamiento.
Dice F. que el eslógan Quédate en casa, frase «de tono a veces cálido y otras gruñón, parece establecer lo que debe ser “mi lugar en el mundo” y el “lugar de mi mundo”; pero, al ser encierro obligado, el confinamiento hizo que por momentos la casa se presentara como mi “único” lugar, que fuera agobiante y me sintiera prisionero».
M. resalta que, «durante semanas, me resistí a aceptarlo, porque ¿quién puede decidir que mi casa es el lugar más adecuado, más cómodo, más seguro y, sobre todo, el más saludable?».
La familia de N. continúa diciendo: «Comenzamos a confinarnos a regañadientes, pensando que serían cuatro días. Nos creímos eso de “no pasa nada, el COVID-19 es menos peligroso que una gripe”. Pronto comenzamos a saber que personas cercanas sufrían el contagio, y así conocimos cuáles eran las consecuencias. Tuvimos miedo».
Ante esto, afirma E., «terminamos por aceptar la situación: es una crisis, todo ha cambiado, el entorno es diferente… y la casa comenzó a significar más que nunca “mi lugar” y “mi mundo”. Cambió la manera de vivir en nuestro hogar, y la forma de relacionarnos».
La familia H. E. asegura: «Todos hemos cambiado la forma de ver y valorar. La crisis a veces nos ha puesto de rodillas. Es fácil cerrarnos cuando estamos abrumados, pero las personas necesitamos buscar sentido, saber que no estamos solos; recordarlo es importante para afrontar los cambios con mayor serenidad».
«Es difícil prepararte», completa S., «para algo que no sabes exactamente qué es, cuánto va a durar, ni las malas consecuencias que va a tener». «Aceptar con realismo la pérdida y la incertidumbre cuando lo conocido se derrumba puede servir para tomar decisiones y avanzar». «Aunque nos cuesta percibirlo», añade, «las cosas que se desmoronan proporcionan espacio para que las nuevas se construyan». Para la familia «siempre será fundamental el amor, el respeto, el apoyo y la esperanza».