«¿Qué quieres que haga por ti?» «Señor, que recobre la vista» - Alfa y Omega

«¿Qué quieres que haga por ti?» «Señor, que recobre la vista»

Lunes de la 33ª semana del tiempo ordinario / Lucas 18, 35-43

Carlos Pérez Laporta
Curación del ciego de Jericó. 1475. Meester van de Inzameling van het Manna. Museum Catharijneconvent. Utrech. Holanda. Foto: Sailko.

Evangelio: Lucas 18, 35-43

Cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntaba qué era aquello; y le informaron:

«Pasa Jesús el Nazareno». Entonces empezó a gritar:

«¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!».

Los que iban delante lo regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte:

«¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Jesús se paró y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó:

«¿Qué quieres que haga por ti?». Él dijo:

«Señor, que recobre la vista». Jesús le dijo:

«Recobra la vista, tu fe te ha salvado».

Y enseguida recobró la vista y lo seguía, glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alabó a Dios.

Comentario

«Cuando se acercaba Jesús a Jericó, había un ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna». Este hombre esperaba al borde de la vía que, pasando por Jericó, iba a Jerusalén. Era un lugar propicio para pedir, porque el trayecto a la Ciudad Santa condicionaba a los viajeros: si iban a suplicar al Templo esperando la compasión de Dios, ¿no tendrían ellos ahora compasión de este pobre ciego? Él no se podía permitir esperar demasiado. Se tenía que conformar con vivir de la limosna de los que esperan la salvación. Sólo esperaba la supervivencia gracias a los que esperaban salvación.

Pero cuando «pasa Jesús el Nazareno» todo cambia. Por eso grita, porque aquel hombre le ha llenado de una esperanza desaforada. «Los que iban delante lo regañaban para que se callara, pero él gritaba más fuerte». Nadie podía acallar su esperanza en Jesús. Ya no se contenta con la limosna. De Jesús lo espera todo: «Señor, que recobre la vista». Porque al arrebatársele la vista, había perdido el mundo entero. Quiere volver a ver. Porque hubo un tiempo en que pudo ver la realidad. Al no verla la vida se redujo para él a la supervivencia triste en el borde de un camino. Si no volvía a verla corría el riesgo de desesperar, de pensar que sólo existía su hambre y aquellas miserias que recibía. Que la vida era solo eso, conformarse con la profunda insatisfacción de seguir viviendo. ¿Qué vida era aquella? ¿Acaso era vida?

Pero «enseguida recobró la vista y lo seguía, glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alabó a Dios». En el fondo todo el pueblo pudo recobrar la vista «al ver esto», pudo verlo todo de nuevo, volver a ver el mundo como un don y vivir en continua alabanza. Porque nosotros tantas veces dejamos de ver también, y dejamos de poder recibirlo todo. Entonces, nos conformamos con seguir tirando. Pero si oímos que «pasa Jesús el Nazareno» puede que también nuestro corazón vuelva a arder en esperanza, y podamos gritar «¡Hijo de David, ten compasión de mí!».