«Qué pequeña eres, ¡pero qué influencia tienes!»
El Año Jubilar del Pilar, que comenzó el 11 de octubre de 2014 y finalizará el 13 de octubre de 2015, es una buena oportunidad para ponerse bajo la protección maternal de la Virgen, abrazados a su Pilar, en un año conmemorativo del 1975 aniversario de su venida a Zaragoza y de los 250 años transcurridos desde la inauguración de la Santa Capilla, obra del gran arquitecto Ventura Rodríguez
La Santa Capilla es la obra culminante de la basílica de Nuestra señora del Pilar, de Zaragoza, ese templo suntuoso del barroco que sustituyó al mucho más modesto edificio gótico y renacentista. Es un templo dentro de otro templo, coronado por una gran cúpula elíptica. Inaugurada en 1765, ha seguido cumpliendo desde entonces el mismo papel de los siglos anteriores. Así lo resaltaba, en 1872, el canónigo Gerardo Mullé de la Cerda: era el lugar «en que los fieles, a los pies de la Inmaculada Virgen, iban a manifestarle sus alegrías, o a desahogar las penas de su corazón entristecido».
En la Santa Capilla, el ingenio de Ventura Rodríguez consiguió superar una dificultad para otros insalvable: no tuvo que mover la sagrada columna del lugar donde la depositó la Virgen, que había prometido al apóstol Santiago que permanecería en aquel lugar hasta el fin del mundo. Esto significaba que el pilar estaría situado a la derecha de la capilla, y no se trasladaría a un lugar central como hubiera sido lo lógico. ¿Cómo solucionar, entonces, el tema de la visibilidad de la imagen y de la columna? Ventura Rodríguez, maestro del barroco clasicista, pensó en el efecto visual de la inserción de dos grupos escultóricos. El primero quedaría en el centro del nuevo templete y representaría la venida de la Virgen y de los ángeles a Zaragoza, mientras que el segundo, ubicado a la izquierda del espectador, presentaría a Santiago y a los siete discípulos convertidos por su predicación.
En el altar central de la capilla, rodeada de ángeles y de resplandores de bronce dorado, aparece a tamaño natural la Virgen, que señala con su dedo, a la vez que dirige la mirada a Santiago y sus discípulos, la imagen sobre la columna. Es un conjunto escultórico en mármol de Carrara, obra del artista zaragozano José Ramírez de Arellano, que continuó las obras de la capilla cuando Ventura Rodríguez tuvo que regresar a Madrid. En el altar lateral asistimos al estupor de los siete convertidos por Santiago. Algunas tradiciones los identifican con los siete varones apostólicos que evangelizaron la Bética, enviados desde Roma por el apóstol Pedro, y cuyos nombres eran Indalecio, Eufrasio, Tesifonte, Torcuato, Hesiquio, Cecilio y Segundo. En cualquier caso, el objetivo del conjunto arquitectónico es vincular la venida de la Virgen del Pilar a los orígenes de la fe cristiana en España, que habría empezado a extenderse por nuestro país en tiempos de los apóstoles. Sobre este particular, incidiría san Juan Pablo II en su visita del otoño de 1982: «Esa herencia de fe mariana de tantas generaciones ha de convertirse no sólo en el recuerdo de un pasado, sino en punto de partida hacia Dios. Las oraciones y los sacrificios ofrecidos, el latir vital de un pueblo, que expresa ante María sus seculares gozos, tristezas y esperanzas, son piedras nuevas que elevan la dimensión sagrada de una fe mariana».
A la derecha de los fieles que acuden a la Santa Capilla se encuentra la muy querida imagen de la Virgen del Pilar. De unos 38 cm de altitud, la imagen descansa sobre una columna de jaspe de 1,77 m, que está cubierta de bronce. Recuerda al verla el Magnificat, cuando María dice que Dios ha mirado la pequeñez de su esclava (Lc 1, 48), La columna suele estar cubierta por mantos, salvo en tres días del mes, y en siglos remotos los mantos se colocaban tan altos, que sólo dejaban ver las cabezas de la Madre y el Niño. Hoy, en cambio, permiten ver la imagen, una talla gótica con detalles muy cuidados. A destacar, entre otros, que el Niño tiene las piernas cruzadas, sujetando un pájaro con la mano izquierda, y con la otra el manto de la Virgen. Se diría que Jesús quiere tener muy cerca de su Madre a las almas, simbolizadas por el pajarito.
La hornacina en que se encuentra la Virgen está tachonada de estrellas con fondo de mármol verde, como queriendo indicar que la aparición a Santiago tuvo lugar en la noche. Y dos detalles más: debajo del dosel de plata aparece representado el arcángel san Miguel, y a ambos lados de la Virgen se sitúan dos angelotes de plata con candeleros, un regalo hecho por Felipe II en 1596. Pero nuestra mirada no podrá apartarse de la imagen de la Señora. No pudo por menos exclamar san Juan Pablo II, al postrarse ante ella: «Qué pequeña eres, ¡pero qué gran influencia tienes!».