¿Qué manos somos? - Alfa y Omega
Miembros de Cruz Roja tratan de reanimar a la niña de Malí el pasado marzo. Foto: Efe / Ángel Medina G.

Murió por llorar desde que nació. Por la asfixia de tener que buscar un hogar, y el atrevimiento de perseguir ese sueño junto a su madre, con 29 mujeres y niños en una patera. No tenía edad para entender de fronteras o de ideologías, ni de cupos legales que tranquilizan a algunos. Solo era una niña que abrazaba, lloraba y merecía un sitio digno en el mundo, tal y como tantos niños que nacen a este lado de la playa que sirvió de tumba.

La niña maliense de 24 meses, asistida sobre el asfalto del muelle de Arguineguín, en Las Palmas de Gran Canaria, puede dar lástima, e inmediatamente hacer que miremos a otro lado una vez más. Dios quiera que su agonía se siembre en nuestras vidas y ensanche el corazón de quienes se atreven a ser más humanos por encima de otras cosas.

Canarias, Ceuta, las costas del sur o tantos rincones del Mediterráneo dejan casi 2.000 muertos en este año 2021. Son hijos de Dios. La tierra es también suya, la casa común también les pertenece. Solo nos queda saber qué manos somos. Esas que tocan el asfalto, o las que se tapan los ojos para sentirse seguros, a costa de descartar el llanto de tantos.

Es hora de afrontar las migraciones como un signo de nuestro tiempo, no como un problema. Para ello se nos regala un año nuevo, oportunidad para ser más humanos a paso de impulsar la acogida digna, estable y legal: abrazar, secar lágrimas; acoger y reconocer el nuevo rostro multicultural de nuestra sociedad y, desde nuestras parroquias o comunidades, anunciar con gestos nuevos la fraternidad que Dios sueña.

Urge desplegar nuestra creatividad para establecer nuevos modelos de acogida, establecer puentes con los lugares de origen e iniciar corredores humanitarios dignos que nos hagan mejores. Y establecer nuevas formas de patrocinio comunitario, donde las entidades administrativas y civiles, con los municipios, posibilitemos, en pleno invierno demográfico, dar nueva vida a entornos despoblados.

Seguro que así pasaremos del asfalto al abrazo.

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