Cuando empecé a trabajar en el informe El alto precio de la belleza, de World Vision, a finales de 2018, no sabía mucho de cosméticos. Descubrí que en ellos hay una lista alarmantemente larga de ingredientes que acarrean un alto riesgo de trabajo infantil.
Más del 70 % del trabajo infantil se da en la agricultura y a menudo en explotaciones familiares. Niños que transportan cargas pesadas o manejan machetes y pesticidas. O que deben faltar a la escuela para cosechar.
En la última década se ha aprobado una oleada de leyes de transparencia en la producción que han supuesto una gran mejora. Sin embargo, mucho de lo publicado en las webs de las empresas sigue siendo vago y las auditorías son fáciles de eludir. Tenemos que ir más allá, hasta llegar a las comunidades.
World Vision trabaja en algunas de las comunidades más vulnerables del mundo, en las que cultivan vainilla, cacao y karité para cosméticos. Hemos observado mejoras como el afianzamiento de los sistemas escolares y que los niños y sus familias aprenden más sobre sus derechos. Las comunidades y nuestro personal presionan a los gobiernos para que financien sistemas de protección. Compañeros especializados viajan continuamente a comunidades remotas y trabajan con ellas.
Pero sin cambios por parte de las empresas que adquieren estos productos, no podemos hacer mucho. El cambio duradero llegará cuando se dé a las comunidades más poder de negociación y se les pague un precio justo. Los intermediarios suelen duplicar el coste y enturbiar la transparencia de las cadenas de suministro, empobreciendo a las familias y permitiendo que las empresas acepten una procedencia desconocida. La próxima vez que vaya a comprar una base de maquillaje, pregunte en la tienda qué hace esa empresa para que no haya trabajo infantil en su cadena de suministro.