¿Qué falla en la Iglesia? Yo
El Sínodo de los Obispos comienza hoy a preparar las propuestas que serán incluidas en el Mensaje final. Con la presencia habitual de Benedicto XVI durante las sesiones de trabajo, los debates han abarcado un amplio abanico de temas, pero un mensaje se abre paso con insistencia: sin conversión, no habrá nueva evangelización
«¡Este tipo podría ser de Chicago!», confiesa que sintió el cardenal Dolan, arzobispo de Nueva York, al escuchar hablar a un obispo del Congo, sobre las dificultades para el matrimonio y la progresiva secularización.
A través de decenas de intervenciones, el Sínodo de los Obispos deja al descubierto un completísimo retrato de la Iglesia en el mundo, con sus esperanzas, retos y dificultades. Son contextos muy diversos, aunque la convergencia en las respuestas depara numerosas sorpresas. El testimonio, por ejemplo, es citado como la única forma posible de anunciar el Evangelio, tanto en lugares donde la Iglesia es perseguida, como en países donde se ha dado la espalda a Dios.
Pero si en algo coinciden los Padres sinodales es en que el problema no son los retos externos, sino la propia infidelidad. «Debemos pasar de una secularización interna a una evangelización interna», resumió a Radio Vaticano el cardenal Meisner, arzobispo de Colonia.
«¿Por qué el aumento constante del número de nuestras instituciones educativas va acompañado por una creciente crisis de fe?», planteó el cardenal Grocholewski, prefecto de la Congregación para la Educación Católica, que citó un comentario hecho por un laico sobre su profesor, un sacerdote: «Realmente sabe mucho sobre Dios, pero no estoy seguro de que conozca suficientemente a Dios». Algo similar expuso el arzobispo Fisichella, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización: «Nuestras comunidades ya no presentan tal vez los rasgos que permiten reconocernos como portadores de una bella noticia que transforma. Parecen cansadas, repetitivas con fórmulas obsoletas que no comunican la alegría del encuentro con Cristo y no están seguras del camino que deben emprender».
«Nos hemos ocupado mucho en reformar estructuras», y hemos descuidado visitar más a menudo el confesionario, planteó el cardenal Dolan. «¿Qué es lo que va mal en el mundo?», se pregunta, citando a Chesterton. La respuesta se condensa en dos palabras: «Soy yo». O más bien, somos nosotros… Obispos de todos los continentes resaltaron la importancia de cultivar la vida de parroquia. «Incluso si la Iglesia creciera hasta alcanzar dimensiones colosales, debe conservar la estrategia del pequeño rebaño», que, sin embargo, «vive con y por el gran rebaño», afirmó el Patriarca greco-melquita de Antioquía.
Sin comunidad, no hay Iglesia ni misión. Un obispo dominicano citó la experiencia de pequeñas comunidades evangelizadoras, que desarrollan una intensa labor de apostolado en territorios siempre muy reducidos.
También se ha destacado la importancia misionera de los nuevos Movimientos. Su empuje —dijo el cardenal Rylko, Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos— «surge de experiencias muy serias y exigentes de formación de los fieles laicos a una fe adulta, capaz de responder a los desafíos de la secularización. La novedad de sus acciones hay que buscarla en la capacidad de reafirmar la centralidad de Dios en la vida de los cristianos».
Pero si hay que resumir los métodos de esos Movimientos, el cardenal Rylko cede la palabra al entonces cardenal Ratzinger, que en el año 2000 presentó a catequistas y profesores de Religión las tres leyes de la nueva evangelización: La ley de la expropiación («no hablar en nombre propio, sino en nombre de la Iglesia», y sabiendo que «evangelizar no es simplemente una forma de hablar, sino una forma de vivir: a saber, la clara conciencia de pertenecer a Cristo y a Su Cuerpo (¡Iglesia!)»; «La ley de la semilla de mostaza, es decir, la valentía de evangelizar con paciencia y perseverancia, sin pretender obtener resultados inmediatos» ni «grandes números». Y «La ley del germen de trigo, que para dar la vida debe morir, debe aceptar la lógica de la cruz».