¿Qué desafíos afrontan los católicos de rito oriental? - Alfa y Omega

¿Qué desafíos afrontan los católicos de rito oriental?

Los capellanes de las comunidades de rito oriental en España celebran su encuentro anual en Madrid con el objetivo de formarse, hacer fraternidad y compartir dificultades como la dispersión o el desconocimiento

Begoña Aragoneses
Los sacerdotes participantes en el encuentro del Ordinariato tras la celebración de la Eucaristía
Los sacerdotes participantes en el encuentro del Ordinariato tras la celebración de la Eucaristía. Foto cedida por Andrés Martínez.

El Ordinariato para los fieles católicos de rito oriental en nuestro país se reunió la pasada semana en Madrid en el encuentro que, desde que se creó en 2016, se ha venido celebrando todos los años, exceptuando el de la pandemia. Estuvo presidido por el ordinario, cardenal Carlos Osoro, y a él asistieron 32 de los 35 sacerdotes capellanes de cada una de estas comunidades orientales. Una de las cuestiones que surgió fue precisamente cómo dar a conocer la realidad de los ritos católicos orientales. «Muchas veces falta conocimiento por parte de los sacerdotes de las diócesis —explica Andrés Martínez, vicario del Ordinariato—; otras, se confunden con los ortodoxos, cuando son tan católicos como nosotros». Por eso, el acercamiento de los ritos latino y oriental «sería una riqueza», porque además este último, apunta el vicario, viene de «iglesias martiriales, perseguidas por su fidelidad al Papa». Y «son gente muy piadosa»; los de rito bizantino, por ejemplo, «escuchan el Evangelio de rodillas», destaca.

«Los encuentros sirven para compartir problemas y también soluciones pastorales y experiencias positivas»
Andrés Martínez

El padre Sorin Catrinescu es el sacerdote de rito grecocatólico que atiende a la comunidad rumana de Granada. Desgrana las dos dimensiones de encuentros como el vivido en Madrid: la formativa —este año, sobre aspectos económicos— y la de amistad. «Todos, en el fondo, tenemos la misma problemática: la migración y cómo salir al encuentro del migrante, cómo mantener las comunidades, hacerlas vivir». Alude aquí a uno de los grandes retos que perfila Martínez, porque estas capellanías no son territoriales, como en una parroquia al uso, sino personales, integradas por las personas del propio país. Así, «los fieles están dispersos por toda la provincia o por varias provincias». En el caso de Catrinescu fue más fácil al comienzo porque él llegó, hace ya 20 años, a un pequeño grupo de Motril y Castell de Ferro. «En las comunidades rurales se da mejor el encuentro, la migración está más localizada». Sin embargo, en las realidades urbanas el gran reto no es solo el encuentro, sino el «hacer comunidad, especialmente a nivel religioso, cuando vivimos en un mundo que no es religioso» en el que los migrantes, explica, muchas veces piensan más en trabajar y hacer dinero para enviar a su familia.

Como Catrinescu, el encuentro reunió a sacerdotes de los ritos bizantinos ucraniano y rumano, siro-malabar de India, y maronita de Líbano. El vicario del Ordinariato apunta otro de sus desafíos, el de las familias. Más de la mitad están casados y, por tanto, «tienen hijos a los que hay que educar, darles de comer, y tienen un sueldo de sacerdote… Es una pastoral muy exigente». Junto a esto emerge una tercera clave: la integración. «Ellos se enfrentan a la dificultad de la lengua; una vez aprendida, es más fácil», pero siempre existe el «peligro», observa Martínez, «de centrarse más en los migrantes».

Sorin Catrinescu y Basilio Boyko charlan en uno de los descansos. Foto: Begoña Aragones.

De la comunidad ucraniana de Valencia estuvo presente su capellán, el padre Basilio Boyko. Llegó a la capital del Turia «por tres años que se han convertido ya en 18», se sonríe. Había allí «un grupo bastante numeroso que se empezó a reunir en un monasterio de clarisas»; desde hace dos años, y con una comunidad ya muy estable en la propia Valencia, Gandía, Denia y Guadassuar, se encuentran en la parroquia del Pilar. Además, tienen un colegio en el que atienden ahora al doble de niños por la llegada de los refugiados, y en el que «aprenden el idioma, la cultura, la literatura…». «Aquí nos sentimos como en casa», reconoce el padre Basilio, y aunque «la comunidad es perseverante», porque para ellos es como «un refugio», no faltan los obstáculos, como la hora larga de viaje que les cuesta a algunos el ir a Misa. Todas estas preocupaciones se comparten durante los encuentros, pero también, concluye Andrés Martínez,  «soluciones pastorales y experiencias positivas».