Ti-Rose, aunque lo parezca, de pequeña ya no tiene nada. Ha cambiado su mirada porque este último año en Puerto Príncipe no ha sido nada fácil. Me dice que hubo una época en la que no podía comer ni dormir. Leer y escuchar las noticias sobre las barbaries que se estaban cometiendo a pocos metros de donde estaba viviendo no le dejaban hacerlo. Tampoco ayudaba encontrarse con cuerpos sin vida tirados aquí y allá, restos de una batalla sin final según confirmaban los ruidos de disparos, las columnas de humo, los llantos ininterrumpidos…
Ha venido por un tiempo, no sabe cuánto. Desde que en marzo cerraron la universidad, ha estado encerrada en su casa hasta que por fin consiguió salir, jugándose la vida durante dos interminables días en un autobús, atravesando las distintas barricadas que las bandas tienen colocadas en sus territorios. Está en tercero de Medicina, aunque aquí eso no significa nada. Cuándo abrirá de nuevo la facultad, y en qué condiciones, es un gran interrogante. Muchos profesionales han huido del país, ¿quién queda para darles una buena formación? Me contaba que muchas de las asignaturas que están en el programa de tercero no las han cursado, o no lo han hecho completamente por la situación. Cuando cortaron las clases les propusieron seguir en modo online, pero la realidad fue que no cumplieron el horario y casi no tuvieron ninguna. ¿Y las prácticas? La mayor parte de los hospitales de Puerto Príncipe están cerrados por la situación.
Cuando llegó a Jean Rabel, le propuse venir con nosotros en la clínica móvil. Viéndole a ella recupero la esperanza por el futuro de este país: su ilusión, las ganas de aprender, el esfuerzo, la constancia… A pesar de que todo esté oscuro, si hay más jóvenes con la luz que ella tiene, este país podrá volver a brillar.