Javier Rupérez: «Puse mi alma a disposición del Creador»
«Para mí, el secuestro es una parte absolutamente involuntaria. Por otra parte también, y por la gracia de Dios, es una historia que no ha afectado al conjunto de mi vida». Aunque «es un dato muy visible, soy una víctima del terrorismo». Así empieza Javier Rupérez –político de larga trayectoria, democristiano de siempre, y embajador de España–, sus recuerdos de aquel mes de cautiverio. «Pero después del secuestro, seguí haciendo lo mismo que hacía antes del secuestro», prosigue. Aunque no quiere y no puede olvidar «no tanto lo que he sentido en lo personal sino, más bien, con el deber de explicar y recordar qué es el terrorismo». Él lo vivió en sus propias carnes entre el 11 de noviembre y el 12 de diciembre de 1979
¿Se hubiera imaginado que le podían secuestrar?
Bueno… uno nunca se imagina que va a ser víctima del terrorismo. Pero cuando el secuestro se produjo, en 1979, vivíamos en un momento en que eso era posible. De hecho, recuerdo perfectamente que a todos los diputados de UCD nos habían dado un manual por si se daba el caso de que fuéramos víctimas del terrorismo. Pocos días antes del secuestro lo leí por encima; uno piensa que nunca le va a ocurrir.
Eran las 09:30 horas de aquel 11 de noviembre de 1979.
Me dirigía, como secretario de Relaciones Internacionales de UCD, a una mesa de partidos democráticos iberoamericanos que habíamos organizado en un hotel madrileño. Al arrancar mi coche, aparcado cerca de casa, se me acercaron dos personajes con la cara medio cubierta y con pistolas.
¿Pensó inmediatamente que era un secuestro?
Deseé que no fuera un secuestro de ETA, sino un atraco. Tardé unos segundos en darme cuenta de que estaba equivocado. No me dijeron: «¡Somos de ETA!», pero el comportamiento dejaba poco lugar para las dudas. Enfrente, en un banco, estaba sentada una mujer francesa, Françoise Marhuenda; fue la que luego facilitó todas las informaciones sobre el secuestro.
Y de allí…
Me llevaron a la Casa de Campo, donde me cambiaron de coche y me dieron algún tipo de somnífero.
Dirección Hoyo de Pinares, provincia de Ávila, donde le encerraron en una casa particular.
En Hoyo estuve solo unos pocos días, no recuerdo cuántos. No sé si recuerda una película que hicieron sobre los Tupamaros que se llamaba Estado de sitio, en la que los terroristas secuestran a un agente norteamericano y le someten a interrogatorios en una habitación que habían ocultado bajo una especie de tienda interior.
Me suena.
Pues mis secuestradores utilizaron exactamente el mismo sistema conmigo. Debido a esa tienda, no podía reconocer ese lugar. Pocos días después me sacaron y me metieron en un camión.
¿En un camión?
Sí, metido entre cajas, para ocultarme. Me trasladaron a un sitio que, hasta donde yo sé, nunca se ha encontrado.
¿Tiene alguna idea al respecto?
Era un chalet. Seguramente en alguna parte del País Vasco. Allí pasé el resto del cautiverio. En el zulo construido en los bajos de esa casa.
¿Cómo pasó los primeros días?
Imaginando qué es lo que iba a pasar. Nunca supe nada del exterior. La poca información que me llegaba estaba filtrada por los terroristas.
¿Cuál era su trágica rutina?
Esos primeros días –imagino que para ellos también– fueron un poco de acomodamiento. Me pusieron en una habitación mínima.
Aislamiento total.
Ni siquiera controlaba los horarios. No sabía cuándo era de día o cuándo era de noche. Tampoco podía encender ni apagar las luces. Solo sabía que había un grupo de gente que venía a verme con la cara tapada.
¿Para aterrorizarle aún más?
En los siguientes días empezó a desarrollarse la táctica del secuestro, que consistía en asustar al secuestrado, amenazarle con todo tipo de horrores, decirle que [los tuyos] te han abandonado, que no que quieren saber nada de ti, que no negocian. Al mismo tiempo, endurecían los interrogatorios.
Por lo que tuvo que establecer claves de resistencia física y psíquica.
Hay claves que ni conozco. Me hice una composición de lugar para resistir al máximo tanto física como anímicamente. Físicamente, quería evitar cualquier tipo de debilitamiento. Por eso les dije que necesitaba vitamina C. Era otoño y temía a la gripe y al catarro. Me trajeron Redoxon.
¿Hizo algo de ejercicio?
En el espacio de tres o cuatro metros que tenía, hice todos los recorridos que pude. Y también flexiones para mantenerme en forma.
¿Y psíquicamente?
Intenté resistir por todos los medios cualquier tipo de ataque exterior. Y al mismo tiempo, recé mucho.
Resistencia espiritual.
Nunca excluí la posibilidad de que me mataran. No es que tuviera la certeza de que lo fueran a hacer. Al haber sido siempre creyente, puse mi alma a disposición del Creador, esperando que me salvara la vida.
¿Y si no la salvaba?
Que por lo menos me acogiera en su seno.
¿Se encomendó a algún santo en particular?
No. Directamente a Dios.
¿Sus oraciones eran las clásicas?
Por la mañana rezaba un padrenuestro. El resto lo dedicaba a dialogar con la divinidad, en la perspectiva de una posible muerte. Tenía en la memoria inmediata varios asesinatos de ETA. Y en el exterior, el todavía reciente del secuestro y asesinato de Aldo Moro.
Aldo Moro, democristiano como usted.
Era uno de los casos que me rondaban permanentemente la cabeza. Siempre quise evitar la descomposición psíquica que se produjo al final de su caso. Las cartas que Moro escribió eran terribles: demuestran hasta qué punto la crueldad del propio secuestro puede acabar con la integridad psíquica de una persona.
Se supone que, persiguiendo ese objetivo de aniquilación moral, los terroristas le hicieron pasar por altibajos.
Sí. Estaban el bueno y el malo, el que amenazaba y el que no amenazaba. También pasé por la fase de tener que escribir una carta a mi mujer y otra a Adolfo Suárez.
Una de ellas la publicó Interviú.
Una historia siniestra: esa revista compraba las cartas, y el dinero iba al bolsillo de los terroristas.
Y pasados 31 días, deciden liberarle.
Me dieron una camisa, unos vaqueros y una manta, y me dijeron: «Nos vamos». Yo no sabía dónde iba: era la libertad o la muerte.
Terminó siendo la libertad. De la misma forma que en el secuestro, pero al revés.
Exacto: me metieron en el maletero de un coche, me dieron algún tipo de somnífero y, al cabo de un rato que me resultó imposible recomponer, me dejaron en un sitio donde había una piedra en la que me sentaron. Estaba con los ojos tapados; me pidieron que no me quitase la venda y me dijeron que mi familia vendría a buscarme.
¿Qué pensó?
Que podía ser la libertad o que me pegasen un tiro. Pasaba el tiempo, hacía frío, era de noche, no sabía dónde estaba… Cuando pasó un tiempo y constaté que no me habían matado, me quité la venda de los ojos, miré alrededor y vi que había una carretera en la que había un mojón con un número I. Deduje que era la carretera de Burgos, creo que era el kilómetro 244 y…
¿Y?
…me di cuenta que mi familia no estaba allí. [Risas].
No había nadie.
Nadie. Solo unos edificios cerrados. Empecé a andar por la carretera y encontré una gasolinera.
¿Qué sintió en esos momentos?
Que estaba libre. Por otra parte, también con la incertidumbre de ver qué pasaría en la gasolinera.
¿Qué pasó?
Me acerqué, vi que había una persona dentro, la llamé y, como lo único que me habían devuelto era el carné de identidad, lo mostré como prueba. El empleado me reconoció y me dijo que la Guardia Civil solía pasar hacia esa hora.
De vuelta a Madrid, su madre celebró que la liberación, el 12 de diciembre, fuese el día de la Virgen de Guadalupe.
La Virgen de Guadalupe tenía un doble significado.
¿Cuál?
También para Joaquín Ruiz-Giménez, presidente del comité por mi liberación. Una de sus hijas se llama Guadalupe, gran amiga y colaboradora mía en UCD. Por cierto…
Diga.
pedir mi liberación en el extranjero fue san Juan Pablo II. Seguramente aconsejado por mi amigo y confesor Faustino Sainz Muñoz, miembro de la Curia. La petición del Papa, y poco después la de Arafat y otros mandatarios, asombró a los terroristas.
¿Guarda aún rencor?
Guardo memoria.
¿Ha perdonado?
No he perdonado. Pero no solo por mí: el caso del terrorismo en España no merece ni perdón ni olvido. Lo que yo haga con el padrenuestro pertenece a mi conciencia. Pero es responsabilidad colectiva exigir a terroristas como Otegi [jefe de sus secuestradores] la cuenta por sus actos.
De los cuales sigue vanagloriándose.
Hace poco presumía en TVE de su presunto derecho a infringir sufrimiento. Si queremos garantizar nuestro futuro en libertad debemos afianzar lo evidente: los terroristas nunca tuvieron justificación alguna. Y no debe quedar margen de actuación para sus seguidores, sus cómplices o sus aliados. El único relato de ETA es el que corresponde a la voluntad genocida que los guió.