Puertas abiertas para todas las familias
«La parroquia se está transformando cada vez más en la casa de las familias», dice Carlos Simón, responsable de Familia en el Dicasterio vaticano de Laicos, Familia y Vida. Se trata de un fenómeno cada vez más visible en Madrid, gracias al impulso del Plan Diocesano de Evangelización
«Para los gordos. Para los flacos. Para los altos. Para los bajos. Para los que ríen. Para la familia. Para los comprometidos. Para los náufragos. Para los románticos. Para los que te quieren. Para los que no te quieren. Para los que viven solos. Para los que viven juntos. Para los que besan. Para nosotros. Para todos». Así decía uno de los anuncios más populares de la televisión de las últimas décadas, emitido por Coca Cola en el año 2002. Es la realidad de la Iglesia en España hoy: una Iglesia de acogida abiertas y de puertas anchas, en la que caben todas las personas tal como estén, cada una con sus propias relaciones familiares, y que tiene a la parroquia como el principal punto de contacto con muchos que han vivido durante años lejos de Dios.
Es lo que ha pasado en la parroquia San Valentín y San Casimiro, de Madrid, que en los últimos años, gracias a las indicaciones sugeridas por los grupos de trabajo del Plan Diocesano de Evangelización de Madrid, ha subrayado para todas sus actividades un elemento común: la acogida. «Lo que queremos transmitir a todos los que se acercan a la parroquia es que son bienvenidos, y para ello la acogida es primordial», dice su párroco, José Galdeano.
«Estamos en un barrio de muchísimos inmigrantes, y aquí hay matrimonios, parejas no casadas, madres solas… Por eso hemos creado un grupo muy bonito en el que caben todos, y nuestra sorpresa es que ha ido creciendo rápidamente, de tal modo que el curso que viene seguramente tendremos que dividirlo en dos», señala asimismo.
La dinámica de este grupo es una reunión cada mes o cada dos meses en la que se tratan temas de educación de los hijos, cómo vivir la fe, qué dificultades hay en la vida cristiana…, siempre en un tono informal de conversación y con una comida fraterna para concluir.
A José le llama la atención que «antes de venir a la parroquia muchos pensaban que estaban excluidos. Hay mamás separadas que no sabían que podían siquiera venir al templo, hay mujeres abandonadas que crían solas a sus hijos y que no se atrevían a comulgar, y también parejas procedentes de un matrimonio anterior que pensaban que no podían venir a la parroquia, estar en un grupo o ayudar en Cáritas. El poder juntarnos todos ha sido ocasión para poder deshacer malentendidos».
Para el párroco, la clave está en que «nos propusimos desde el principio ser muy acogedores e insistir en la bienvenida sin preguntar demasiado. Hay una Misa para las familias en las que los niños participan activamente, con cantos y mucha alegría, y tenemos personas encargadas de recibir a todos, dando una bienvenida especial a la gente que viene por primera vez, porque este es un barrio de mucha inmigración y constantemente tenemos aquí familias nuevas».
Esta clave ha transformado la catequesis de niños: «No hemos puesto ningún tipo de obstáculos a ningún padre o madre, y nos hemos esmerado en la acogida desde el mismo despacho. A final de curso muchos padres nos han dicho que nos agradecían el haberse sentido acogidos de nuevo».
Además, en las Misas «hemos insistido mucho en la invitación al grupo de familias para que también se sintieran aludidos los casados y los no casados, los solteros y las madres solas. Todos tienen aquí un espacio para encontrarse», concluye.
Amoris lateitia y sardinadas
En Santa Ángela de la Cruz, la familia es el elemento trasversal de todas las actividades. Cada año organizan varios encuentros para familias –«para todas las familias», matiza el párroco, Miguel Gómez–, en los que en torno a un café y una merienda, los matrimonios y parejas hablan sobre temas que les importan: el diálogo, la fe en familia, la comunicación…, mientras los niños y los jóvenes abordan los mismos temas pero con contenidos adaptados a su edad. Muchas veces acuden personas a dar su testimonio y a mostrar cómo con su fe encaran los diferentes aspectos de su vida en común.
De estos encuentros ha surgido grupo de matrimonios que se reúne una vez al mes en la parroquia mientras los jóvenes cuidan de los más pequeños. El método de trabajo es el diálogo previo del matrimonio y luego la puesta en común; y como una de las quejas principales suele ser la de la falta de tiempo para estar a solas, hay un proyecto de organizar cenas para los matrimonios mientras los jóvenes de la parroquia hacen de canguro para los niños en su propia casa.
Con las situaciones familiares difíciles, la forma de conducirse es la de dar los pequeños pasos posibles. «Tenemos en la parroquia alguna pareja que está aquí básicamente porque los hijos, al venir a catequesis de Primera Comunión, son los que les han traído de nuevo a la Iglesia. Nosotros no les decimos: “Tenéis que casaros”, sino que vamos dando pasos poco a poco. Al principio se trata de ir desmontando prejuicios, y ahora ya tenemos a alguna pareja haciendo los trámites para casarse», afirma Miguel Gómez.
A todas estas actividades se suma una Misa de niños muy participada, la sustitución de la catequesis tradicional por otra más en clave de oración, y una fiesta para familias al trimestre con paellada, sardinada, etc.
«Para nosotros ha sido clave la lectura de Amoris laetitia, para subrayar el respeto a todas las personas, la acogida a todo el mundo y el no rechazar a nadie», concluye el párroco.
Caen los prejuicios
En Nuestra Señora de la Peña, el cambio empezó al modificar la catequesis de tal modo que los padres trabajaran sobre los mismos temas que recibían sus hijos. «Entre los padres, hay de todo: los hay que no vienen porque el trabajo se lo hace imposible, los hay que vienen por cumplir, y otros que se enganchan y vienen todas las semanas. Seguimos el temario de la diócesis pero al nivel de los padres, apoyados con vídeos o testimonios. Gracias a esto, algunos descubren o redescubren la fe, y les cambian los prejuicios que tenían hacia la Iglesia», explica Jesús Pinto, el párroco.
Este modo de trabajar con los padres hace que cuando acaban las catequesis de Primera Comunión, muchos apunten a sus hijos a las de Confirmación, y hay padres que durante todo este itinerario acaban pidiendo sacramentos como la Confirmación o hacen ellos también la Primera Comunión.
Y para quienes a lo mejor no se implican tanto en la formación de sus hijos, la parroquia les ofrece salidas culturales y excursiones periódicas. «En el grupo puede haber padres no casados, madres solteras…, y nosotros lo que intentamos es darles opciones adaptadas a sus circunstancias».
La oportunidad de los sacramentos
Esta forma de entender a la parroquia como «la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas» –como define a la parroquia el Papa Francisco en Evangelii gaudium– ha llevado a los sacerdotes de los Doce Apóstoles a empezar una preparación del Bautismo en la propia casa de los padres. «Ellos están más abiertos y es más fácil romper el hielo; es muy diferente de la mera acogida en el despacho, que puede resultarles más fría», confirma Pablo Hortas, uno de los vicarios parroquiales.
Además, aunque la parroquia está situada en un barrio de con una población más bien mayor, cuidan especialmente a las parejas de novios que realizan los cursos prematrimoniales. «Hemos empezado con una reunión con los recién casados, para animarlos y alentarlos, y que vean que no están solos. Ellos mismos lo piden en los cursillos: “¿No se podría continuar de alguna manera?”. Es verdad que tras la boda entran en compromisos, vienen los hijos…, pero ellos salen de aquí contentos y piden algo más que debemos ofrecerles», señala Pablo Hortas, que explica también que «antes a los cursillos venían novios más por cumplir que por otra cosa, pero ahora podemos percibir más inquietud y más ganas por aprender, por hacer bien las cosas, por cuidar bien su matrimonio y su familia…».
Para el vicario, la recepción de los sacramentos «es una ocasión para que la gente se acerque más al Señor. Ven que el para siempre del matrimonio o la responsabilidad de tener un hijo son algo que les sobrepasa, y están más receptivos y humildes».
«No estamos solos»
La parroquia de San Ignacio, en Torrelodones, trabaja a la par con el colegio del mismo nombre de esta localidad al norte de Madrid. Allí, Maru López de Vicuña, la directora de Formación Profesional, trabaja con un grupo de chicos que a su corta edad han experimentado ya el rostro amargo de la vida. «Son chicos que han sido desechados, despreciados, estimados en poco o en nada, y ante este sufrimiento cada uno reacciona como puede, con violencia, tristeza, haciéndose daño…, pero en todos los casos hay una necesidad grande de ser acompañados».
Para López de Vicuña, ellos son «el rostro de Cristo en nuestros días», y con la intención de compartir momentos con sus padres y de no dejarles solos en su tarea educativa, formó el grupo de padres San Ignacio (GPS). «Los padres viven experiencias muy duras, a veces dramáticas, pero mantienen una mirada conmovedora hacia sus hijos, llena de amor», explica, y recuerda especialmente el caso de Elena: «Ella estaba recogiendo información para matricular a su hijo, y se acercó a conocer a los profesores. En ese mismo momento estábamos reunidos con otra familia hablando de por qué merecía la pena dar a su hijo una oportunidad de estudiar con nosotros. Elena contó la experiencia de la lucha con su hijo, sufriendo pero aceptando como era, y que por eso buscaba un lugar donde aprender, donde tener nuevas oportunidades, y donde le quisieran tal y como era».
Esta acogida integral a la familia también en los momentos duros hace posible que un viernes al mes se reúnan en la parroquia para compartir experiencias, trabajar sobre un tema y terminar cenando juntos.
«Nos reunimos con la única pretensión de sentirnos acompañados y saber que no estamos solos en esta tarea tan gratificante y a la vez tan difícil como es la de educar a un hijo», señala la directora.
El grupo lleva el nombre de GPS, porque «hace referencia a ese navegador que nos señala el camino. Del mismo modo, teniendo como referencia el amor incondicional que Cristo tiene por cada uno de sus hijos, el GPS nos marca una ruta, y nos redirige cada vez que nos perdemos… Al final estar con estos padres es un regalo, para aprender de ellos y compartir juntos nuestras experiencias, sabiendo que en medio de esta precariedad Cristo se hace se hace presente».
El Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida es un observatorio a nivel mundial del empeño especial que tiene la Iglesia por acercarse a las familias. Desde allí, Carlos Simón, responsable de la sección de Familia del organismo vaticano, confirma que «en Europa, y también en Hispanoamérica y en algunas naciones de Oriente Medio, la parroquia se está transformando en la casa de las familias, especialmente en las ciudades».
Simón explica asimismo que «igual que cuando alguien que tiene problemas económicos sabe que puede acudir a Cáritas, la parroquia está empezando a aparecer como un lugar al que también pueden acudir aquellos que tienen dificultades familiares. La parroquia es una lugar que acompaña a la familia cuando están presentes el gozo y la felicidad, y también cuando aparecen los problemas».
Al mismo tiempo, «desde Roma vemos cómo los padres están demandando a la parroquia cada vez más ayuda para educar a sus hijos, sobre todo en los desafíos actuales que tiene por delante, como el uso de las nuevas tecnologías o la educación afectivo-sexual».
Para todo ello, Carlos Simón subraya la necesidad de «formar un grupo consistente y maduro de ayuda en cada parroquia, formado por el sacerdote y varios matrimonios que puedan llevar a cabo toda esta tarea de acompañamiento».