La experiencia humana elemental de mirarnos y mirar alrededor confirma que somos cuerpo con un aliento espiritual que nos permite reflexionar sobre los datos reales; cuerpos sexuados diferentes, hombres y mujeres, capaces de deseo amoroso y de fecunda reciprocidad; personas que conviven y forman parte de un pueblo. Esta experiencia tan común encuentra en la antropología trinitaria una iluminación adecuada para comprender lo humano. Esta antropología tiene en el concepto de persona su punto central. Y en su inevitable desarrollo relacional, en alianzas e instituciones, su despliegue que descifra el significado del vínculo esponsal, la fecundidad y la convivencia en sociedad.
En esta propuesta la Gracia es el soplo que constituye, la misericordia que restaura y el espíritu que plenifica. Se acoge y se desarrolla en un pueblo que tiene la forma del Cuerpo que comunica al hombre lo que significa ser persona: hijo y hermano, don esencialmente relacional y con deseo de infinito. Esta antropología ha sido contestada a lo largo del tiempo moderno y ahora, en los albores de una nueva época es, al mismo tiempo, enmendada en su raíz y sorprendentemente añoradas alguna de sus facetas, desde un proyecto de comunión o red de inteligencia e información basado en las posibilidades de la revolución tecnológica 4.0. Es un proceso simultáneo de secularización y de crisis antropológica.
El proceso comienza con la irrupción del sujeto desvinculado de la persona; la autonomía y la voluntad de poder se abren paso en la afirmación del individuo. Para la comprensión del sujeto individual se prescinde progresivamente de la Gracia que es sustituida, en su papel conformador de la persona, por la cultura. La capacidad del mercado y del Estado contemporáneos de influir en la cultura o directamente de controlarla, deja al individuo, ciego de derecho a decidir y de autonomía moral, en manos de los poderes económicos y políticos que ofrecen el suplemento de alma que la naturaleza humana precisa, más aun cuando la Gracia ha sido expulsada o puesta en sombra. La demanda y la oferta de poder y placer se encuentran para ajustar la convivencia de individuos en la sociedad democrática y global.
La revolución sexual de los años 60 y la ideología de género suponen un paso adelante en la desvinculación (el sexo de la procreación, del matrimonio y del amor) y en la separación radical del cuerpo del sujeto, quien encuentra ahora un nuevo territorio donde ejercer el derecho a decidir: el propio cuerpo, material biológico al servicio de los propios intereses y proyectos. ¿Quién quiere ser el hombre del tercer milenio? Nietzsche respondía ya a finales del siglo XIX: «Nosotros queremos llegar a ser lo que somos, los nuevos, los irrepetibles, los irrebatibles, los legisladores de nosotros mismos, los que se dan a sí mismos la ley, los que se crean por ellos mismos». En definitiva, quiere ser su propio experimento y las posibilidades tecnológicas abren la posibilidad de un experimento abismal: la muerte del sujeto biológico y la aparición de un nuevo sujeto tecnocrático colectivo. Aparece de nuevo un viejo sueño ser como dioses. Es un recorrido que empieza siendo materialista para desembocar en un materialismo-espiritualista, valga la perplejidad, género sin sexo, sujeto sin cuerpo, vida y libertad para disfrutar de bienes, honores y placeres sin los condicionamientos de la materia. La naturaleza, absorbida por la cultura, ya no debe considerarse vínculo o barrera ni fuente de norma moral.
Nos encontramos al principio de una revolución que está cambiando de manera fundamental la forma de vivir, trabajar y relacionarnos unos con otros. La nueva revolución tecnológica supone nada menos que una transformación de la humanidad en el horizonte del transhumanismo. Se basa en la revolución digital y combina múltiples tecnologías que están llevando a cambios de paradigma sin precedentes en la economía, la sociedad y las personas. No solo está cambiando el qué y el cómo hacer las cosas, sino el quiénes somos. Y está engendrando dos tipos de hombres: los superhombres sin alma que creen que ha llegado la hora de ser como dioses y los infrahombres descartables. Las sorprendentes innovaciones provocadas por la cuarta revolución industrial, desde la biotecnología hasta la inteligencia artificial, están redefiniendo lo que significa ser humano. Están empujando los umbrales actuales de la longevidad, la salud, y las capacidades de un modo que antes estaba reservado a la ciencia ficción.
El espectacular cambio tecnológico supone una invitación a reflexionar sobre quiénes somos y cómo vemos el mundo y a ofrecer el testimonio convincente de una antropología adecuada, no como conjunto de ideas sino como acontecimiento experimentado en familias y comunidades cristianas.
El autor inauguró el 20 de enero las I Jornadas de Antropología y DSI del Aula de Doctrina Social de la Iglesia Guillermo Rovirosa. El vicario general de Madrid, Avelino Revilla, y el militante del Movimiento Cultural Cristiano Carlos Llarandi serán los próximos ponentes, el 3 de febrero y el 24 de marzo respectivamente