Propuesta de un mundo nuevo
Monseñor Müller, teólogo y obispo de Ratisbona (Alemania), la diócesis de origen de Benedicto XVI, ofrece sus autorizadas reflexiones sobre la primera encíclica del Papa
Con la encíclica firmada el 25 de diciembre 2005, Benedicto XVI cimenta la base para la comprensión de un mundo que se prepara para el futuro desde el amor que Dios nos regala. «Y, puesto que es Dios quien nos ha amado primero, ahora el amor ya no es sólo un mandamiento, sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro». En amplias dos partes, el Papa desarrolla esta reciprocidad entre el don del amor y la transmisión gratuita del amor, que tienen su punto de partida en la voluntad de Dios.
La manera concreta en que el cristianismo puede obrar en el mundo no se puede medir solamente según la cantidad de consignas que pueden ser lanzadas en medio de la sociedad, sino que debe traducirse también en la manera en que el don del amor recibido de Dios es transmitido a los oprimidos, a los hambrientos y a los que sufren.
La mirada a la historia del siglo XX delinea un cuadro marcado por el odio y la destrucción de toda humanidad, señalada por la esclavitud del hombre al considerarlo como pura materia. El mal, tanto corporal como espiritual, que ha arrasado tras de sí tantas promesas de los hombres a los demás, se nos presenta en un escenario tan terrible, que irrefrenablemente se nos plantea la pregunta: ¿cómo pueden los hombres ponerse totalmente al servicio de tanta crueldad? El Evangelio contrapone la buena noticia del Dios Amor a este mundo construido por el hombre. El Evangelio nos propone un mundo en que los hombres participan de su creación, en que los hombres entienden la vida como servicio al amor, como, entre otros, la Beata Madre Teresa de Calcuta, san Juan Bosco, san Francisco de Asís. Ellos se pusieron del lado del amor de Dios y han tomado postura en el mundo como testigos de una verdad, que ha brotado del amor de Dios.
El Papa Benedicto XVI hace caer en la cuenta de la relación entre la imagen de Dios y la imagen del hombre para interpretar el servicio de la caridad propio de la Iglesia. Partiendo de la experiencia de un Dios que es amor, y cuya creación resuena como un eco del amor trinitario, también el hombre es capaz de la reflexión sobre sí mismo como creatura y persona amada por Dios. En este re-conocimiento fundamental de que Dios es Creador y ama al hombre, se encuentra implícita la transmisión del amor. Quien niega a Dios también niega la creación. El amor de quien niega a Dios, nunca se encontrará en la disposición de entrega por el otro.
Los puntos 13 y 14 de la encíclica son de una gran profundidad teológica: en la entrega del Hijo en la cruz, «se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical. Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, ayuda a comprender el punto de partida de esta encíclica: Dios es amor. Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad». Aunque el acto de entrega es único, sin embargo, «Jesús ha perpetuado este acto de entrega mediante la institución de la Eucaristía, durante la Última Cena». Al amor de Dios respondemos con la aceptación de su Voluntad como nuestra propia voluntad, compartiendo la gracia recibida con los demás. Amor de Dios y amor al prójimo están vinculados.
En el centro, el amor
La segunda parte de la encíclica se titula El ejercicio del amor por parte de la Iglesia como “comunidad de amor”. «El amor al prójimo enraizado en el amor a Dios es, ante todo, una tarea para cada fiel, pero lo es también para toda la comunidad eclesial, y esto en todas sus dimensiones». En el centro se encuentra -por tanto- la caridad, el ejercicio del amor. Haciendo referencia a las encíclicas sociales de los Papas, el Santo Padre se pronuncia por una cooperación de los cristianos en la construcción de un orden social y estatal justos. La interrelación Iglesia-Estado es tratada de igual modo que la necesaria interdependencia entre la política y la ética. Aunque la política no puede ser un cometido de la Iglesia, el ejercicio de la caridad mantendrá su vigencia en todas las formas de sociedad, para superar la pobreza con amor, las necesidades de todo tipo, tanto materiales como espirituales.
La Iglesia tiene el mandato de poner por obra el ejercicio de la caridad de muchas maneras. En un mundo cada vez más globalizado, los medios de comunicación de masas se convierten en un factor importante para cooperar en el servicio humanitario, para fortalecer la solidaridad entre los pueblos, y como signos de una disponibilidad para anunciar al mundo entero el amor del Hijo de Dios encarnado.
A modo de perfil específico del ejercicio del amor, Benedicto XVI hace referencia a la parábola del Buen Samaritano. Verdadero servicio de la caridad encontramos allí, donde también comienza a hablar el corazón. No se trata de una ayuda tecnocrática fría, sino de verdadera bondad humana. El Papa recalca el servicio de la caridad del hombre, como un acto de amor verdadero, de cercanía al hombre, como un programa en un mundo muchas veces frío y manipulado por el hombre. La primera encíclica de un Papa tiene el carácter de un programa. Benedicto XVI ha mostrado un espejo a la mirada del mundo. Ideologías y sistemas en el mundo no han logrado mejorar la faz del mismo. Quien ha suprimido a Dios, ha cerrado el acceso al amor a este mundo. Todas las promesas sobre un mundo mejor, sólo sirvieron a quienes han abusado de ellas para el propio provecho, pero han traído la muerte y la caída de los demás. A ello contrapone el Papa el amor de Dios hacia los hombres. Quien acepta el amor de Dios transformará el mundo, porque sólo en el amor el hombre es capaz de salir de su aislamiento, haciéndose partícipe del amor de Dios mismo. Benedicto XVI plantea un mundo nuevo, no por el hecho de construir un mundo nuevo, sino refirendo el hombre a Dios, que es Amor.